Le deseo a la luz
que sepa lo que hace cuando deja a la sombra arrinconada en los toldos, prisionera en las cajas, desterrada en los sótanos.
Le deseo al silencio
que recuerde su lúcido perfil al salir del tumulto de las calles, del mercado y la huelga y refugiarse en el beso y la caricia.
Le deseo a la risa
que se estrelle contra los cartapacios y pantallas de aquellas oficinas que en las torres juegan a ser el músculo del miedo.
Le deseo a la voz
que no devore el sueño, que sepa susurrar, ser confidente amable, ser bálsamo y remedio de la ira, recurso fiel ante la intolerancia.
Le deseo al espejo
que no se ponga triste,
al esfuerzo que sea fuerte y justo,
al cansancio que tenga más de amor que de miseria,
al futuro que venga a caminar a nuestro lado y no amenace,
al pasado que olvide cuanto tuvo de hiriente o de tristeza,
al presente que ejerza de compañero bueno y tolerante.
Le deseo a la vida
que nos haga cosquillas y no escatime el tiempo de la felicidad.
(De Al final de la escalera, 2015)
Este poema fue publicado también en Ocho poetas y un infinito (Isidora Ediciones)
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