Convergen en este texto dos voces, la del poeta que habla y la de quien le apoya, el espíritu y el alma, que le recuerda que la vida se desgrana en libertad, pero sin olvidar que hay una serie de obligaciones de mandamientos impuestos al hombre por la necesidad de mantener viva una parte de la esencia humana espiritual, su componente ético. Premio de poesía: École de Théologiens.
Tormento de la conciencia
Y en las ágiles galeras del tormento de mi conciencia
Solo la fe herida con sangre cimbrea aquí izada como el yelmo
Que inerte espera con la venia ser juzgada por fatales estrellas
Que vuelven incandescentes, sobremundanas e inmortalizadas
Hasta el atrio coronado de lágrimas teñidas de dolor
Declinadas como una pálida figura que parcamente se obstina
En conocerte como a cielo patrio de un alma beata de saber.
Tránsito incandescente de mirtos maternos que impulsan blanca luz
Innumerables huestes que desoyen tu voz y tu túnica expiatoria.
Esparcida con tan alta pesadumbre causada por hombres enajenados.
Que es purpúrea túnica sagrada reducida al espacio incrédulo del tosco
Natural guarnecido en almas errantes, consideradas como condena
Que nunca tendrán salvación. Una túnica adamantina envuelve
un negro corazón de incandescentes pruritos, incontestables de amor puro.
De luz, de conocimiento cítico de beata alma trascendental
Enajenado en el sacro flámine de una existencia de condenación.
Ahora que solo se encuentra desesperanza,
soledad y perturbación, porque si no es ese el camino,
no es aliento ni desigual aquiescencia.
Sobremundano espacio arrinconado de dolor y pasión sin igual
De hallar una y otra vez un camino yerto, mohíno, amodorrido, sin aliento.
Porque solo tú eres santo, sólo tu eres adusta consideración de luz
En un camino piadoso de pesadumbres tan espesas como errantes de sentido.
Rosa Amor del Olmo
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