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Amnesia, por Rosa Amor

Capítulo I y único

Caer, y no sentir. La habitación, toda oscura de un silencio invisible a penas perceptible nada más que por ti, por él, por ellas, por la ausencia, ausencia…¿Es que allí se encuentra algo? No, eso es la nada. La oscuridad, el silencio otra vez como una marea gris ¿viene? Sí, sí, viene y me angustia, me ahoga porque estoy en las tinieblas de la soledad, sin embargo, viva. ¿Estoy viva o es un trozo de subsconsciente que se ha quedado de este viaje? Me palpo, acaricio mis brazos, mi vientre…no siento nada pero no sé por qué.

-Ahora siento el miedo. -No consigo ordenar la mente porque me siento paralizada.

Quiero que salga mi voz. No puedo. Espero.

Sigue la oscuridad, siguen las tinieblas y un fuerte zumbido en los oídos me lleva a pensar, otra vez, en el martirio de las ideas que llegan a instalarse desordenadamente en el laberinto de mi mente. Se revuelven. Aparece una idea contra mí: no existes. Y ahora comienzo mi propio diálogo ¿cómo no voy a existir si me estoy tocando y siento que me toco aunque no sienta la caricia? Entonces ¿qué es esto? Yo creo que vivo aunque no sé muy bien dónde estoy. Más silencio, más marea y yo no paro de mirar al techo sin encontrar ninguna respuesta. Calma. Muevo los dedos de los pies y al hacerlo parece que la ropa se mueve y yo siento ese movimiento. ¡Bien! Ahora voy a intentar mover las piernas. No puedo, siento el ajetreo externo pero yo no siento nada en mi cuerpo.

Tengo mucho frío pero puedo controlar el movimiento de  los ojos en todas las direcciones solo que no encuentro nada, solo sombras que se cruzan entre ellas. Muchas sombras que me miran suplicantes, implorando frases incognoscibles, mientras yo, no puedo moverme, no puedo hacer nada. El techo es terrible, casi siempre una hoja en blanco envejecida, sin nada escrito.

Ahora tengo todavía más miedo. Un ahogo mortal me presiona la garganta. ¿Qué será esto? ¿Me muero o es que ya estoy muerta? ¿Y por qué siento el ahogo? Sólo quiero salir de la negrura de este sueño.

-No sé desde cuando tiene amnesia, creo que hace tres meses o así -asintió el médico más joven de todos-. No recuerda absolutamente nada. En medicina lo llamamos amnesia temporal o estacionaria que es cuando el paciente cae en ese estado de forma «deliberada».

¿Deliberada? –dijo el juez.

Sí, bueno, el paciente no lo hace deliberadamente pero sí en su subsconsciente desde luego.

Mañana tendrá que declarar.

Veremos mañana qué puede decir la paciente.

Adiós doctor. Hasta mañana, señor juez.

***

Hubo pasado el tiempo en general y Helga no había recordado nada, si bien se mira es lógico, parece que el proceso de la enfermedad es así. No me gusta esto, no me gusta aquello, o no quiero ver la realidad, así es lo que uno se dice al subconsciente para hacer, para poder existir o no existir de  una forma premeditada o forma inhóspita. Lo cierto, como digo, es que no recordaba nada, no lograba dominar su pensamiento, no tenía ninguna idea en su mente, no había imágenes, ni palabras ni definiciones, no había conceptos; por tanto no había ética ni emoción, o quizás si, emoción puede que si. Aquella mañana iba a ser súbitamente interrogada por los jueces de alguna manera incomprensible para nosotros, incomprensible –digo- porque nosotros sí somos conscientes y somos jueces del mundo. Utilizamos las ideas, la mente.

Una mirada, la mirada del juez, se confundía con la mirada de Úrsula, que implorante suplicaba de este modo a Helga: no digas nada, por Dios. Nadie puede saber nada. Helga no la entendía en absoluto, ni siquiera la recordaba, tenía la mirada ida completamente, miraba a nada, a la nada. El olvido es una exigencia fisiológica que afecta a los datos no reactivados o no utilizados. Se olvida lo que no se usa y carece de interés.

El caso había sido difícil. Úrsula en realidad quería a su manera a su marido y le quería más o menos bien cuando se casaron, solo es que a veces las acciones nos llevan a lugares insólitos para nosotros y sin querer nos dejamos arrastrar hacia el lugar de allí, hacia el desierto y desde allí queremos borrar nuestra realidad abrasada de cotidianeidad justo cuando ya es imposible.

El primer día que Úrsula entró en la farmacia de Helga, una atracción fuerte, algo como del otro mundo surgió entre ambas, porque sin duda supo que aquella mujer iba a ayudarle de verdad y sobretodo le ayudaría y lo haría bien. Digamos, sin dejar rastro, a pesar de no saber nada por aquellos días, días de tormento donde todo es lapislázuli pero no precisamente en un hálito rubendariano o modernista (hálitos muy de la costumbre), no, sino por el tormento añadido de la esperanza que ya está muerta.

Helga era una mujer alta, casi se diría de extrema delgadez, con la misma mirada ida que luego comprobamos en el juicio, en cierto modo tenía algo de extraño, una tendencia hacia otro mundo o probablemente es que tenía muy claro que venía del allá y en ese trámite interseccional habitaba como pez en el agua sin que nadie sospechara su verdadera naturaleza. Con el cabello rubio y bastante tieso por la laca que utilizaba de forma desmedida temiendo probablemente que en cualquier momento le fueran a arrebatar las ideas y los pelos, tenía una presencia real inquietante, muy inquietante. Su voz últimamente se había tornado en mayor gravedad seguro por la inhalación del humo de su tabaco, un amigo al que se aferraba de forma compulsiva. Sus manos, eran tan huesudas como toda su anatomía que sólo mostraba a ratos en verano, dejándose ver los pies brevemente. En la farmacia caminaba siempre sobre zuecos de médico. Además llevaba bata blanca, pero no una bata normal, Helga tenía una bata como la que utilizan los franceses en los Hospitales, muy larga y de mangas más bien cortas que todavía le proporcionaban una figura más estilizada, mucho más alargada, como las ideaciones de El Greco.

En nada había conseguido mejorar el aspecto de su dentadura, ¡cómo había perdido con los años! En esto sí que le delataba la prisión en el tiempo a la que por lo general estamos sometidos y sobretodo su espectacular desaliño, casi repugnante, cuando sonreía. La mirada delató a aquellas dos mujeres. Una de ellas Úrsula, implorante, la otra, Helga, emblemática, segura de si misma.

-¿Qué necesita exactamente?. Contestó Helga.

-El remedio del descanso. Afirmó.

-Bien.

Entró en la trastienda de su establecimiento y después de 15 minutos de larga espera regresó con unas ampollas. Había consultado el Teatrum Sanitatis. Liber Magistri Ububchasym de Baldach, códice 4182 de la Biblioteca Casanatense de Roma, tomo III, de Franco Maria Ricci, uno de sus diez libros de cabecera, leyó: arsenicum. Helga se había percatado perfectamente de los hematomas que tenía en el rostro su clienta, si bien, estaban perfectamente disimulados por un extraordinario maquillaje de niña bien, un gran disimulo, una máscara teatral perfecta. Perfecta para el mundo general y mecánico para la humanidad, aunque no suficiente para engañar a Helga, un ser que veía mucho más allá. Helga dijo a su cliente:

-Por favor vuelva usted esta tarde a las 5 y tendrá el compuesto.

Úrsula respiró profundamente: gracias, señora Helga.

La farmacéutica cerró el establecimiento y entró en su laboratorio provisto de todos los elementos para la investigación: tarros de porcelana, medidores, muestras, miles de cajitas con productos dentro todas de colores, bisturís, tijeras, compuestos…microscopio…

Preparó a dosis bajas un compuesto cuya base era el ántrax, además de agua, sales, un compuesto para ser inhalado como un spray nasal de homeopatía. El ántrax al ser inhalado produce una sintomatología de gripe incurable y termina con el paciente cuando el sistema respiratorio se colapsa.

-Con esto irá todo bien –aseguró la farmacéutica- cada día en la noche, una inhalación. Así durante veinte días, después el problema habrá terminado.

-Gracias, Helga, increpó la cliente con gran satisfacción. Gracias una vez más.

***

Voy corriendo por la hierba, corro y corro, pero tropiezo y me caigo, sin embargo una mano de hombre me coge…no sé quién es. Yo canto, canto sin parar y estoy feliz, continúo saltando y en ello participan los elementos de la naturaleza, los árboles en particular. Tienen sonrisa. Se mueven con entidad propia y hablan sin parar de cosas que aún no llego a entender, cosas ajenas en cierta medida, como de adultos, cosas de política…Me tumbo, miro mis zapatos que son blancos y con calcetines de perlé, voy estirando mis piernas todo lo que puedo y estiro al mismo tiempo los brazos reconociendo ahora mismo la sensación. Pero hay alguien a mi lado que parece que me quiere bien, toma mi mano…No sé quién es. El estado de mi alma es el del gran estado espiritual y esto lo siento mirando al cielo y parando el tiempo. Estoy cansada pero ese cansancio provoca en cierto modo un lirismo exacerbado…No sé dónde estoy, tan sólo escucho voces de niños, canciones infantiles reconfortantes…Sigo corriendo, continúo saltando en una casi exaltación del alma. Alma, alma, eso somos, ¿qué somos sino alma? No puedo recordar más de aquel día, tampoco sé dónde estaba, ni con quién. Árboles que se mueven, árboles camellos, amigos, que persiguen la esencia de mi ser y me la quieren arrebatar…Sí, eso me crea angustia. Los árboles siguiéndome de tal modo que lo que en principio era recreo se convierte en huída. La gran huída, sí, corro sin cesar pero no sé hacia donde ni porqué razón.

***

En las repisas de la Farmacia, Helga coleccionaba diversas fotografías especialmente de mujeres, aunque ella cuando le preguntaban los clientes contestaba con gran calma pero con áspera voz:

-Son fotos de familia.

Como fuera, resultaba extraño el asunto sobre todo si se tiene en cuenta que las fotos en cuestión discrepaban unas con las otras en apariencia, en nacionalidad. Es posible que un observador normal, un cliente habitual incluso no lo percibiese bien pero siendo un poco experto en vidas, fotos, mundo…era obvio que se trataba de mujeres de diversas nacionalidades europeas, vestidas según el gusto más o menos común de la época y según su país. Mujeres francesas, inglesas, rusas, italianas, una española vestida de negro, todas enmarcadas en diferentes cuadros de plata envejecida. En el centro del mueble dos muy grandes, las dos más grandes de todos los retratos. Una de ellas (de los dos) parecía una actriz, o cantante, vestida claramente con un disfraz de época destacando que no era su vestuario común, una foto muy retocada, de artista triunfal, segura de si misma, implorante, bella, fecunda, la propia Deméter devorando al mundo entero con una pasión desmedida. Cabello perfectamente ondulado y recogido en la nuca, un peinado como de diosa griega, maquillaje dibujado de tal forma que la hacía perfecta en toda su anatomía, atrayendo hacia sí cualquier mirada, cualquier ser.

El espíritu de aquella traspasaba el sepia de la fotografía. Todo vida, todo pasión. Sin embargo, el otro gran retrato aparentaba todo lo contrario. La fotografía presentaba una mujer sencilla, rubia y con el cabello recogido con tupé y moño, con bata blanca, parecía estar en un laboratorio o algo así, parecía un científico. El retrato tenía algo especial, sin duda, con menos alma que el primero, pero con un áurea de salvador, de santa cena, de final y de principio, eso mismo, era como un sacerdote, como Juan, vestido de mujer. Su rostro no revelaba en principio nada especial como cualidad de seducción, sin embargo, si uno profundizaba en el gesto, entonces se postraba el asunto mucho más complicado. La foto seguía con la mirada los pasos del que la increpaba, del que la curioseaba, era por tanto, una foto viva. Esa mujer/hombre retratada estaba viva y controlaba el establecimiento farmacéutico de Helga desde el centro, prácticamente enfrentada con su vecina, la artista. Había también una foto de un muchacho de espaldas caminando en lo que parecía un paisaje triste, la foto claro en blanco y negro. Todos ellos parecían estar en lugares que en absoluto les pertenecía, estaban por así decirlo fuera de su contexto…

 La represión de los recuerdos constituye una forma especial de olvido que se distingue por ser un fenómeno activo, estar orientado contra lo desagradable, lo indeseable y lo conflictivo y por no implicar una pérdida del material, sino un desplazamiento defensivo del mismo al inconsciente. De esa manera la represión representa un olvido activo, selectivo y defensivo, pero lo reprimido continúa actuando desde el inconsciente.

***

Canté, salté, viví…No sé por qué esta angustia que me atenaza y el no poder recordar, el no poder memorizar… ¿A qué responde esto? ¿Cómo me llamo? ¿Por qué tengo el cabello blanco? Si antes lo tuve moreno según rezan estas fotos que no paran de mostrarme para que me identifique con lo que dicen que soy yo. Yo. Pero ¿soy yo esta secuencia de fotografías en donde todo parece tan ajeno, en donde en modo alguno reconozco nada? Estas personas no son yo, no corresponden conmigo, pertenecen a la nada, a otros, a otro lugar de procedencia. Aislamiento, lugar de encuentro o lugar de retorno, lugar de vuelta hacia el vacío otra vez del escrutinio de mi misma. ¿Y los demás donde están y quiénes son? He querido verme una y otra vez pero no me reconozco no veo nada mío en esas mujeres de las fotos que si por un lado son iguales en rostro es evidente que están en situaciones y lugares diferentes, diferentes y que no llego a alcanzar. No sé que edad tengo, no sé que es la edad. El médico ha dicho que es el pasar del tiempo sobre la persona, algo así como el tiempo que podría ser como la medida de nuestra voluntad si no fuera porque somos sus prisioneros y estamos atrapados. Quieren que ponga a funcionar mi inteligencia, que la tengo. La inteligencia me funciona, sin embargo, no la memoria. Dios mío, no recuerdo nada y no me creen. No siento en absoluto el pretérito imperfecto en mi vida, no lo siento, vivió, hizo, subyugó, es un tiempo verbal completamente ajeno y extraño a toda mi existencia. Triste ahora, pero en perfecta armonía, quizás con la armonía de los astros. Ahora vuelo.

¿Otra vez los temblores y el frío…porqué esto cuando veo una pared blanca pero sucia? ¿por qué esta angustia que me ahoga? La cabeza me va a explotar y el cuerpo me pesa, me pesa y apenas si puedo moverlo. ¿Qué he hecho yo? Escucho una música que no sé de dónde viene y sé que es música porque lo ha dicho ayer la enfermera, realmente es algo maravilloso pero me pone triste, tengo un motivo para estar triste: no sé quién soy, funciona mi inteligencia pero no mi memoria, tampoco tengo depresión dice el médico. Estoy en fase de tristeza psíquica unida a un descenso vital provocada por mi propia anulación ¿qué es eso? Todos están muertos.

***

Aquel muchacho de la fotografía en blanco y negro con una cartera en la mano que revelaba cierta prisa al caminar se marchaba de algún lugar o iba hacia algún destino, eso es lo que tienen las presencias que no lo son porque no se ven porque están de espaldas, que son mucho más intrigantes, rebelan mayor inquietud que otras cuya movilidad es plana. Aquel muchacho representó siempre, al menos así lo creyó toda su vida,  la imagen del padre de Helga, Ulrich Fösterstemberg, un violinista atrapado por las guerras. Un ser humano como otro cualquiera al borde del abismo del sufrimiento, también como otro cualquiera, y de cuya historia Helga siempre haría un retrato así, infantil, móvil. Ese niño era alemán y estuvo con las SS. Fue un niño prodigio. Invadió su vida de una música continua sin descripción alguna, donde sólo pervivía lo infinito, lo inalcanzable del ser humano, todo aquello que nadie nos puede robar ni siquiera las SS. Helga vio llorar a su padre en alguna ocasión pero sin comprender la razón. Muchas veces decir la verdad es convertir el mundo en realidad existente. Ulrich lloraba cuando recordaba sus éxitos, aquella cosecha de aplausos que una y otra vez se repetía cada vez que aquel hombre-niño tocaba su violín. Cuando los alemanes ocuparon Polonia, Ulrich tenía 16 años. El padre de Helga fue buscado para colaborar con el régimen nazi sobre todo por las SS, sus amigos todos eran un alto cargo de las SS. Después, un gran cuerpo estilizado de joven muy desarrollado con una melena rubia como de ángel, una piel blanca como de nácar y unos modales aristocráticos que definían muy bien su condición de ser humano especial, le definían como un ser diferente a los demás. Ese hombre siempre fue un joven, aun hasta los 80 años, que encandilaba a todos los alumnos que pasaban por sus experimentadas clases magistrales. Ese niño-hombre fue el padre de Helga, un desertor del sistema nazi.

La conciencia dispone de mecanismos. El proceso del olvido afecta en primer lugar a lo indiferente, porque en realidad esos contenidos nunca llegan a fijarse, es decir, la norma más importante –a decir de los especialistas- es que lo desagradable y lo doloroso se olvida más fácilmente que lo agradable y placentero. Del mismo modo parece que se olvida más fácilmente lo reciente que lo antiguo, sin embargo en la pérdida amnésica de recuerdos, la persona los recupera posteriormente, éstos van reapareciendo con arreglo al orden inverso; de lo más antiguo a lo más moderno.

***

La muerta no es un muerto es la muerte encontrada como libre de toda esperanza aparente, yo me reencuentro con ella porque la veo y la siento y se que está ahí apenas con una barrera perceptible de ilusión vaga. Es la estupidez humana quien no percibe su entorno. Lo siento pero está ahí. Quiere buscarme y me encuentra y después me desprecia diciéndome que aun es pronto que tengo que terminar de resolver, ¿pero el qué? Mi propia consciencia aniquilada por la humanidad, retorcida, por eso no quiero estar, no quiero existir como ellos existen. Yo no he existido, solo soy el fruto de la imaginación, en fin, de una imaginación en realidad inexistente para los demás, que se concentran en prototipos temporales de lo que hay que ser en realidad inventados por si mismos. Yo ahora si quiero me invento, puedo hacerlo porque pertenezco a una realidad que yo voy a crear, todo lo anterior no ha existido para mi, solo ha existido para ellos y me acusan y me acusan mientras yo no tengo la sensación de haber trasgredido a nada ni a nadie. Solo he hecho –a juzgar por sus acusaciones- lo que tenía que hacer. Recuerdo músicas que he reconocido hace poco, en concreto una de ellas me ha hecho llorar mucho, he sentido algo profundo, hondo, un dolor indescriptible en realidad, ardor en el pecho, dolor en el pecho y un ahogo muy grande, ganas de atrapar de asir a alguien cercano. Después no he visto a nadie porque están muertos, porque no están, sin embargo yo hablaba con alguien como si estuviera ahí a mi lado y de pronto reía, sentía cierta sensación de bienestar o de estado feliz como volver a vivir lo vivido, algo que nos gusta que nos ha creado sensaciones que ya son inolvidables. El doctor ha dicho que aquella música de violín había sido interpretada por mi padre. Otra vez el vacío y la angustia, todo esto es solo fruto de un juego, del juego de las emociones, vuelvo a estar sola.

Los dispositivos o resortes funcionales de la memoria, para alcanzar un rendimiento adecuado, exigen el cumplimiento de ciertas condiciones. Los médicos dijeron que Helga sólo fijaba y retenía aquellos datos de interés para ella. La evocación de recuerdos sea la automática o la voluntaria, está muy subordinada a los factores afectivos y al estado emocional. El orgullo, el temor, la angustia y otros estados afectivos y pasionales actúan como instancias catatímicas deformando y reprimiendo los recuerdos. Decía Nietzsche: “Esto lo he hecho, dice mi memoria. Esto no puedo haberlo hecho, dice mi orgullo. Finalmente cede la memoria.” Una represión impuesta por la angustia y ejercida con una especial energía conduce a que el contenido psíquico alojado en el inconsciente adquiera cierto dinamismo propio y actúe sobre la personalidad en sentido neurotizante. La farmacia de Helga en Berlín albergaba historia y mucha. Día a día aquella científica inventaba pócimas, compuestos, tabletas, manipulaba virus…creó todo un sistema de curación y de muerte para sus clientes, para aniquilar poco a poco a todos los que en realidad estuvieron en su memoria. Logró arrancarlos. Logró su propio, particular exterminio. Tomó la justicia de la mano y la ejerció.

***

He visto más fotos, ese niño del piano, ese hombre del violín…Esa mujer tan bella…no logro saber ni reconocer en ellos a mis padres ¿por qué? He encontrado también fotografías de niños desnutridos, de miles de cuerpos en fosas, de mis abuelos  y me parecen seres extraños, sin fundamento, ausentes de la vida como yo ahora.

No sé por qué tengo esta angustia, estas ganas de huir lejos, más muertos como en procesión que recorren la estancia sin saber por qué. Me miran con una mirada de pena, de lástima, compasión del mundo. Todos nos vamos a morir y yo espero tranquila ese momento pero sé que aún no ha llegado. Correr. Viajar a un lugar donde no exista la persona tan sólo los objetos, las sombras, el viento, los olores, pero sigo sola en una soledad que me atenaza como un abismo insólito de obscuridad de un lugar o procedencia o destino que no conozco. No puedo levantarme. Mañana me llevan a un establecimiento que dicen es mi farmacia donde yo he trabajado todos estos últimos años. Oigo voces que conspiran contra mi, dicen que soy guapa pero que he envejecido y sin embargo no me reconozco como dicen, no veo hermosura en mi ¿qué será la hermosura? He visto en el diccionario y parece que es algo bello, yo no soy bella, si lo fuera no estaría sola. Mañana además viene alguien a verme que dicen que es mi padre el que se corresponde con la foto del niño del violín. Yo no sé si tengo padre porque no sé bien qué es un padre, ¿será un niño? ¿qué es la edad?

Aquí pasan los días sin que nada suceda, lo veo por ese calendario automático, cuento las horas, me dan medicación para que recuerde. Ayer tuve sesión de hipnosis, pero he conseguido muy poco. Reconozco música de violines pero vuelven de nuevo una taza con leche y risas, muchas risas de mujer y después llanto, llanto de mujer. Ahora escupo compulsivamente y los esputos se convierten en saltamontes que recorren la estancia en planeador haciendo un ruido infernal, más ruido. Otra vez un coro de mujeres negras que gritan, están todas amoratadas, con lesiones por todo el cuerpo por el rostro también, están atemorizadas, chillan de pánico y tiran sus bebés por los aires, mientras el ruido de los saltamontes motorizados me espanta. Ahora se unen todos los sonidos, motos, chillidos, llantos, náuseas.

Me pesa el cuerpo como una tonelada y no me puedo mover. Me miran las enfermeras con sonrisas eso es cuando su boca hace un gesto en horizontal, cambian el tono de su voz, me hablan suavemente. En realidad cualquiera puede suplantar a cualquiera, cualquiera puede suplantar el amor, la paternidad, son relaciones ambiguas, extrañas, preestablecidas de antemano. En realidad nadie es mi padre o es ese que va a entrar. Es un anciano que viene con la foto del niño del violín, pero aquel no tenía rostro. El rostro lo ponemos nosotros a la realidad, así es. Creer y no pensar. El techo.

***

El escepticismo es la madre de la ética y de la moral, cuando uno está así puede asumir las distancias de la persona. Entre la persona y los problemas o la moral existen las emociones y esas son las que destruyen la persona sin lugar a dudas. La persona se ve destrozada en el momento que siente celos, amor, odio, atracción o simplemente anhelo provocando en todo momento lo que se entiende como estado de ansiedad. Con ansiedad tampoco se llega a ningún lugar. Hizo falta tener la mente libre, en estado ausente, vacía de contenidos para no pensar en nada y es precisamente en esa transición del estado de meditación que provoca la salida de las ideas, el ideario humano necesario para poder sentir que uno está vivo. Palabras, conceptos inexplicables, ideas, una pared blanca como un folio sin escribir. El vértigo de tener que desarrollar el concepto con palabras vacías, o con frases completamente hechas porque la emoción es incontenible, como el olor, olor a muerto, a cuerpo en descomposición, a hematíes en descomposición. Sangre seca, brillante y pegajosa.

Un día me di cuenta que las emociones se pueden controlar que se puede llegar a no sentir nada, a carecer por completo de caridad o de sentimientos por los demás o por nosotros mismos. El abandono de si mismo, la pérdida de la autoestima más básica es la que nos lleva a olvidar la relación con los demás. Es lógico. Si el ser no encuentra la definición de si mismo, cómo va a poder definir, entender a los otros, darse si quiera en una imagen física. Es ridículo pero es cierto. Al no entendernos a nosotros mismos o al no aceptarnos provocamos sin querer la misma actitud egoísta de pensar solo en el ego, olvidado éste o también sublimado. Yo no me quiero pero lo quiero todo para mi. Soy un ser deleznable pero me encanta que los demás lo hagan todo para y por mi.

El vacío, vacío de no saber nada o de no querer saberlo, así dice el médico que actúo yo, Helga. La desidia, el punto de llegada, de un lugar desconocido invisible, imperceptible y plano, donde la mente no siente y controla la emoción extinguida sin saber a dónde pero radiante en su nueva forma de existir sin el mundo. Ahora nada me afecta. Ni el olor a quemado de cuerpos infantiles, ni los gritos de tortura. Ahora nada me afecta. Ni siquiera saber que estás ahí porque soy yo quien no quiere saber nada más de ti. Has desaparecido del mundo, de mi mundo, por lo tanto ya no existes aunque de alguna manera seas responsable de mi estado místico de no sentir y de elevarme hacia el infinito donde me encuentro conmigo, solo. Río a carcajadas con alguien que me tiene de la mano y escucho el sonido frenético de un violín.

Camino por la calle pero no veo a nadie, es una ciudad muerta, es un escenario donde nadie existe, cartón piedra de edificios grises en su mayoría con flores en los balcones. Edificios muy antiguos que pertenecen sin duda a otra época, que coleccionan historias y se yerguen orgullosos de si mismos como asiendo la vida de los humanos, como dueños de todo pero lo esconden. Llevan el secreto de las conversaciones, del llanto, del adulterio, de la guerra…la guerra. Sus muros han contemplado el abismo del dolor, de la alegría o del amor pero no pueden hacer nada por nadie. Como Yo que estoy sumida en un estado de contemplación de mi derredor sin poder sentir nada por nadie, solo observar y esconder. Yo también quiero dejar de existir para los demás, igual que los demás han dejado de ser en mi mente y en mi vida, en mi mundo diría yo mejor. Cada uno tiene el suyo y aquel que no lo identifica y no lo cuida está perdido, entonces ¿qué se lleva al otro lado? Porque imagino que habrá algo, que seguirá el camino iniciado aquí tan torpemente y de forma tan inconsciente en la mayoría de los casos. Miedo, solo miedo ante la muerte como si fuera esto algo tan importante. Miedo al dolor, a la tortura, pero a la muerte…cuando sucede debe ser casi un estado de éxtasis tan verdaderamente descomunal que es lo lógico no volver más, y conocer lo más cercanamente posible ese estado de inexistencia. Yo no existo en mi y pronto dejaré de existir para los demás igual que los demás han dejado de existir para mi realidad, ésta que me rodea y que me ahoga. Me ahoga porque me someten a miles de preguntas esos médicos para poder definirme en algún momento, para poder crearme, hacer de mi algo, un ser responsable pleno de sus actos, de sus reacciones de su pensamiento y éste es solo mío, nunca será de nadie.

Divagar hacia el infinito incoloro.

***

Helga fue juzgada por homicida y sin embargo no recordaba nada. Había envenado a veinticinco personas y no era una enferma. Helga perdió toda capacidad de evocación. Después que su padre desertó del sistema nazi cambiándose la nacionalidad con papeles falsos, Helga heredó la pasión por cambiar las vidas de los demás. Había envenenado a veinticinco hombres alemanes. No importaba el hecho, habían sido nazis la mayoría de ellos, otros, habían sido hombres violentos con sus mujeres, con sus hijos…merecían la muerte. Habían juzgado del mismo modo a quince mujeres más como cómplices de homicidio. Sin embargo, nadie hubiera dado crédito de las fórmulas alquimistas de la farmacéutica de no haber sido por su eficacia, condición esta última que sirve en buena medida para poder constatar la realidad de sus pociones. El magíster fue el compuesto más demandado por sus clientes sin duda por su eficacia a todas luces sobrenatural. ¿Cómo se puede recordar y vivir a lo largo del tiempo? Años y años de vida de otros, años y siglos de sobrenaturalidad. Así es como aquella mujer había traspasado la realidad casi sin darse cuenta, casi sin sentirlo. Nunca llegamos a saber por qué la vida nos confunde y nos sumerge en una mnésislaberíntica. En su Apocalipsis particular, Helga había puesto solución a los inconvenientes de vivir con un hombre violento o protervo. En aquel barrio berlinés, la farmacéutica había hecho justicia eliminando los restos de violencia, acabando con la raíz del problema. Helga tenía el síndrome de Korsakov y los jueces tuvieron en cuenta la nueva persona que era sin recordar nada. Salió indemne. Continuó hospitalizada en la cárcel de la subsistencia. Eso es la vida, un laberinto que nos lleva a ninguna parte, a un lugar que no tiene retorno, solo seguimos, seguir, solo avanzamos, avanzar, mientras no pasa nada, pasar. O tal vez si. Uno no sabe hasta qué punto las cosas, las horas, cambian como la vida de un recién nacido. ¿Acaso se puede alcanzar la inmortalidad? Nuestra protagonista sí la había alcanzado. Con todo, Helga debía permanecer ingresada en el Hospital, mientras sufriera de amnesia o tal vez fuese  locura, según uno de los médicos y el fiscal. Lo cierto es que ella recordaba y conocía otras realidades que de no haberlas vivido nunca se podrían conocer, porque en efecto conocía no solo los acontecimientos sino los hechos. «Por medio de los sueños», pues no, por medio de los sueños es difícil saber y conocer como ella sabía y conocía. Francamente. Ese era el enigma, con el que tenía que vivir. Un lugar de una memoria inexistente, perdida, de no retorno, donde encontrar la historia.


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