Del siglo XIX, galdosiano por excelencia, a la centuria siguiente en la que encontramos a Cela, mucho pasó, muchos acontecimientos y páginas literarias que dieron con un relato histórico nacional y mundial propio de folletines, novelas, anuncios publicitarios, funciones teatrales, opúsculos, palabras y palabras: toda una impronta que hoy estudiamos, recordamos y analizamos, por si algo podemos aprender para nuestro propio decurso vital sin olvidar el que nos toca como profesionales.
De paseo por Madrid…
Galdós y Cela pasearon por Madrid. Recorrieron la capital con su especial “ojo visor”, con la precisión del entomólogo afanado en su objetivo. Madrid se les ofrecía como un universo merecedor de vivir y contar, de describir y asediar, de observar y plasmar, cada uno a su manera, por supuesto. Entre ambos siempre he detectado un aire similar a un déjà vu, algo conocido por los dos, en distintos momentos, cierto, y algo muy reconocible por el resto de quienes hemos leído títulos del canario y del gallego.
Del extrarradio peninsular, desde el archipiélago canario, hasta el centro geográfico, seguro que neurálgico diríamos hoy (no sé si con mucho o poco acierto), llegan estos dos escritores.
Cada uno con su mochila, con su cultura, hijos de su época y de su origen familiar, se plantan en una ciudad que siempre ha sido mítica, foco atrayente del éxodo rural, foco atractivo para intereses de progreso y ganas de medrar. Que luego se hayan conseguido ilusiones y deseos, eso la historia de nuestros protagonistas, lo dirá.
En cualquier caso, Galdós y Cela se hicieron con los parámetros que marcaban aquellos tiempos: décadas convulsas en el siglo XIX con un romanticismo alicaído y mortecino, y un realismo en ciernes, clamando nuevas formas literarias: la vida, eso sí que es mollar para contenidos noveleros, la vida misma en un juego de espejos, poliédrica, sin escatimar recovecos ni meandros. Algunas de sus obras son vivos ejemplos de una cosmovisión certera, de unas experiencias personales aplaudidas o no, en cualquier caso, reales y auténticas. Todo genuino como los mismos autores.
A Galdós la revolución del 68, la Gloriosa, le pilló joven; tras el breve reinado de Amadeo de Saboya, se restaura la dinastía borbónica con Alfonso XII; Cánovas y Sagasta se turnarán en el gobierno, en un sistema de alternancia bipartidista conocido como “turnismo”, “turno pacífico” o simplemente “turno”, admitiendo —con Fernández Sarasola (2006: 89)— que consistió en un acuerdo de alternancia en el Gobierno de los dos partidos dinásticos: conservador y liberal, es decir, la formación de Gobierno por parte de cada uno de ellos no dependía del triunfo en las elecciones, sino de la decisión del rey en función de una crisis política o de desgaste en el poder del partido gobernante. Muchos de los artículos galdosianos dejan puntual huella y fiel testimonio de dichos avatares políticos; todo un trasiego que la población ¿admitía?
Esta práctica artificial impulsada por Cánovas y Sagasta (Milán García 2000: 110) y que tomaba como modelo el sistema británico, acabó con el limitado pluralismo político existente. La consolidación del turnismo tuvo lugar una vez fallecido Alfonso XII, en la etapa de la regencia de María Cristina de Habsburgo (1885-1902).
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