por Antonio Chazarra
Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido
Pedro Salinas
Ramón Casas es uno de los más claros exponentes del modernismo pictórico catalán. Se caracteriza por una lealtad, fidelidad a los valores en los que creía e integridad.
He elegido para meditar sobre él un cuadro desasosegante, que posibilita diversas interrogaciones y respuestas. Puede considerarse emblemático por lo que muestra y lo que oculta. Es representativo de la situación de la mujer en las últimas décadas del XIX y en las primeras del XX.
Ramón Casas es un tanto resbaladizo y, por tanto, difícil de atrapar. Si bien es cierto que reflejó en sus lienzos una galería de retratos de la élite económica y social de Barcelona, Madrid, París, Berlín y otras ciudades a uno y otro lado del Atlántico, no lo es menos, que muchos de ellos son manifiestamente, ambiguos y están sujetos tanto a guiños vanguardistas como a rasgos bohemios.
Tampoco hay que excluir una actitud de denuncia que no se detiene ni ante lo truculento, ni ante las injusticias. Pensemos, sin ir más lejos, en el oleo sobre lienzo El garrote vil, que entronca con Goya y que se conserva en el Reina Sofía.
Alguno de sus lienzos más representativos, se encuentran en un lugar, tan emblemático para Cataluña, como el Museo de Montserrat que se ubica en el interior del Monasterio. Es sin duda, uno de los museos más importantes de Cataluña, aunque a la par, uno de los menos conocidos. Es elocuente que las colecciones que alberga reúnen más de 1600 piezas.
Iniciemos nuestra labor de acercamiento al lienzo Au Moulin de la Galette, que es una de las muchas joyas de este museo. Observándolo con cierto detenimiento, contiene algunos misterios que sólo una mirada retrospectiva y de carácter sociológico ayuda a desentrañar.
No estaría mal tener presente unas palabras de Andy Warhol “Toda pintura es un hecho: las pinturas están cargadas con su propia presencia”.
Nuestra mirada se detiene atenta sobre el cuadro que es, desde luego por lo que sugiere, mucho más que un lienzo.
Una mujer joven, sentada ante un velador y con una mirada, a la vez triste, desafiante y rencorosa. Pone de relieve la marginación, la rabia, y la incomprensión en que se halla, simbólicamente, enclaustrada.
Los cafés son un tema predilecto en la pintura de finales del XIX. Algunos cimientos comienzan a resquebrajarse. En una clara línea de “épater le bourgeois” algunos pintores vanguardistas y rebeldes, ensayan y tantean actitudes provocativas, atreviéndose a insinuar lo que algunos críticos han denominado “la arquitectura del miedo”, que no es otra cosa que una sensación de temor ante el futuro.
Son lienzos un tanto decadentes, metafísicos y muy sabios en el manejo de los espacios y colores. Surgen algunas preguntas: ¿por qué la modelo está sola ante un velador?, ¿por qué bebe y fuma, actitudes consideradas escandalosas por la burguesía del momento?, ¿por qué transmite una sensación de abandono y desvalimiento, el movimiento de la cabeza y la actitud un tanto esquiva y huidiza? Hay que intentar descifrar esos enigmas, hasta lograr que veamos lo que el pintor quiso reflejar. Como señaló Gustave Courbet “El arte es el conocimiento hecho visible”.
Una de las posibles respuestas es que se trata de una denuncia de la situación de la mujer que no puede ir sola a un café, a un cabaret, ni mucho menos beber o fumar. Los prejuicios de una sociedad anticuada y caduca se lo impiden.
Durante algún tiempo, ha permanecido en el anonimato quién era la modelo. Hoy, sabemos que se trata de Madeleine de Boisguillaume, modelo y tal vez amante de Toulouse-Lautrec. No hay más que reparar que hoy el cuadro es conocido como “La Madeleine”.
Llama la atención el cromatismo, falda blanca y blusa roja. Convendría detenerse en las ojeras de la modelo. La bohemia parisina tenía una finalidad transgresora que no dudaba en arremeter –con mayor o menor virulencia- contra lo establecido. El lienzo recuerda vagamente a Monet. No sería ocioso preguntarse ¿por qué? La rebeldía es siempre o casi siempre, transgresora. No acepta las “líneas rojas” establecidas y tiende a adoptar una actitud rompedora e incluso iconoclasta. La pintura ha venido siendo y es, una forma de pensamiento, más también, a veces una expresión de malestar y protesta.
Me viene a la mente una máxima de Píndaro, “llega a ser el que eres”. Cada “corriente” en todas las épocas, busca sus propios referentes, su propia identidad y mecanismos expresivos e invade terrenos que hasta entonces habían permanecido vedados.
Es un lugar común que los dos grandes movimientos del siglo XX, han sido el feminismo y el ecologismo. El lienzo de Casas está fechado en 1892. Es, desde mi punto de vista, exponente de un malestar que comenzaba a aflorar y que se atrevía a cuestionar un patriarcalismo rancio. En cierto modo, se adelanta a las reivindicaciones feministas.
Ramón Casas fue un cosmopolita. Viajó mucho y expuso en galerías de distintos países. Residía una parte del año en París y el resto en nuestro país… Granada, Madrid, Barcelona… no era huraño, ni solitario. Trabó amistad con Ignacio Zuloaga, otros pintores y sobre todo con Santiago Rusiñol. El París de esos años no le resultaba ajeno. Es significativo su conocimiento de “la zona de Montmatre”. Llegó a formar parte de la “Société d’artistes françaises”.
Como creador fue vital y generoso, siguiendo el rastro de unas palabras llenas de sentido, formuladas por Antonio Machado “en cuestiones de cultura y saber, sólo se pierde lo que se guarda; sólo se gana lo que se da”.
Durante una época, sus lienzos están influenciados por un academicismo clasicista y a la par por los impresionistas franceses. Esta doble tendencia es una de las razones de su originalidad. Se estaba comenzando a fraguar el modernismo pictórico catalán.
Siguiendo la estela de los cafés emblemáticos franceses, se abrió en Barcelona Els Quatre Gats. Allí se celebraban animadas tertulias y exposiciones en alguna de las cuales participó un pintor joven e inquieto llamado Pablo Picasso.
Ramón Casas poseía un ansia de superación y buscaba nuevos elementos expresivos. Asumió algunos rasgos del Art Nouveau. Si hubiera que quedarse con lo más representativo de su pintura, sin duda, habría que poner en valor sus retratos por su originalidad, una cierta extravagancia sin traspasar excesivamente los límites establecidos y un afán escrutador sobre eso que se ha dado en llamar las convenciones, privilegios y valores de la clase dominante.
Las líneas, a vuela pluma, sobre Au Moulin de Galette, son un testimonio que no debe pasar desapercibido. El lienzo, tiene un valor sociológico y pone el dedo en la llaga en un estado de cosas que, hasta tiempo después, se mostraba reacio a que la mujer abandonara “el ámbito de lo privado” sin tener acceso a los ambientes, incluso los bohemios, que frecuentaban los varones, con la excepción de aquellas señaladas como desordenadas y de mala vida.
Antes de poner fin a estos comentarios y reflexiones, me gustaría dedicar unas líneas al Museo de Montserrat. Donde podemos encontrar cuadros de Ramón Casas, Santiago Rusiñol, Pablo Picasso y expresionistas franceses como Monet, Degas o Pissarro, junto a una meritoria sección de arqueología, donde destacan unos papiros egipcios y sobre todo un sarcófago de más de 4000 años de antigüedad.
Más que interesante es la colección de pintura (siglos XIII al XVIII) donde a título de ejemplo, hay un Berruguete, un Caravaggio o un Tiepolo. Una de las sorpresas más agradables que encontrará el visitante, es la colección de pinturas Siglo XIX y XX, con obras de Mariano Fortuny, Ramón Casas. Picasso o Dalí. Especialmente relevantes son las obras del impresionismo francés: Monet, Renoir, Pissarro…
También está presente en el Museo Montserrat, John Singer Sargent y por añadir algunas piezas espléndidas, están representados vanguardistas como Marc Chagal, Le Corbusier, Juan Gris, Joan Miró o Antoni Tapies.
Me atrevo a sugerir unos minutos de atenta reflexión sobre el cuadro de Ramón Casas “Au Moulin de la Galette”. Sin prisas, disfrutar de sus valores artísticos, más también, sociológicos y de documento histórico que contiene.
Me gustaría, que en un próximo viaje a Cataluña, el lector o lectora, de estas reflexiones dedique un tiempo para visitar el Museo de Montserrat. Ofrece un ramillete de obras fundamentalmente pictóricas que supondrá, sin la menor duda, un autentico descubrimiento.
Este museo, tan poco frecuentado por paradójico que pueda parecer, fue declarado Museu d’interes nacional en 2006.
Una prueba más de a dónde conduce la prisa y ese “correr mucho” para no ir a ninguna parte, la constituye el que muchos visitantes del Monasterio lo pasan por alto.
Concluyo estas reflexiones citando un fragmento de una hermosa carta póstuma que Luis Castelví dirige a Ramón Casas y en la que reproduce ideas y comentarios del pintor: “Haz como los viajeros del Renacimiento: distingue entre lo que has visto y lo que te han contado”.
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