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A PROPÓSITO DE EROS

                              Por Raquel Lanseros

                         De todas las terrenas servidumbres

                        que aprisionan mi afán en esta cárcel

                            me confieso deudora de la carne

                          y de todos sus íntimos vaivenes

                                 que me hacen más feliz

                                            y menos libre.

                                  A veces, sin embargo,

                         la esclavitud se muestra soberana

                            y me siento señora del destino.

                     Porque sé amar, porque probé la fruta

                      y no maldije nunca su sabor agridulce,

                    porque puedo ofrecer mi corazón intacto

                          si el camino se digna requerirlo,

                  porque resisto en pie, con humilde firmeza,

                      el rigor de este fuego que enloquece.

                      En este fragor mudo en el que todos somos

                   rufianes, vagabundos, desposeídos y presos

                       no existen vencedores ni vencidos

                y mañana no arrienda la ganancia de ayer.

                  Que no entre en la batalla quien sucumba

                  ante el rencor pequeño de las humillaciones.

                  Sabed, son necesarias descomunales dosis

                          de grandeza de espíritu y coraje

                    en las lides calladas de la pasión humana.

                  La recompensa, en cambio, es sustanciosa.

                      Ser súbdito tan sólo de la naturaleza,

                       no temer a la muerte ni al olvido,

                         no aceptarle a la vida una limosna,

                      no conformarse con menos que todo.


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