- Escrito por Eduardo Montagut
Llevamos muchos años padeciendo la cruzada del patriotismo, enarbolada por las distintas derechas de nuestro país, basado en algunos principios eternos que siempre han defendido desde los tiempos de Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, aunque remozado, actualizado y con nuevos medios de difusión. Todo intento de la izquierda o las izquierdas sobre la reforma de la estructura y organización del Estado, de intentar buscar algún tipo de entendimiento también con otras fuerzas que, no cabe duda, también son muy patrióticas en su ámbito, y para no llegar al enfrentamiento, rápidamente es tachado de antipatriótico, cayendo el anatema total, bien coreado por todos los medios posibles.
Enarbolando la bandera, monopolizándola, y contraviniendo el espíritu y la letra de la Constitución, se tacha a las formaciones de izquierda y, en general, a millones de españoles y españolas de ser enemigos de la patria. En realidad, esto es muy cansino y manipulador, pero, bueno, forma parte de la historia contemporánea de España que nunca parece superarse y esos millones de españoles y españolas hemos terminado, sin aceptar, por supuesto, por incorporarlo a nuestras vidas como una “cruz” más. Sin aceptar, insistimos, porque es casi un deber contestar las insidias y trabajar por plantear un discurso racional al respecto.
Pero el patriotismo tiene otra dimensión y esa es completamente inadmisible e intolerable. En este país los más patriotas aúnan un desmedido amor por España, constantemente comunicado, emitido y exaltado, hasta en el día a día, en la más pura vida cotidiana, con unos planteamientos ideológicos y políticos basados en achicar el Estado y todas sus Administraciones, desde la central hasta la local, pasando por la autonómica. Hay que reducir gasto y hay que reducir servicios públicos y que los ciudadanos “libremente” opten por buscar la satisfacción de sus necesidades fundamentales en el ámbito privado.
Lo público debe quedar casi como un recurso de beneficencia. Es evidente que esta filosofía termina por ahondar las brechas sociales y es pagada por los ciudadanos y ciudadanas con menos recursos. Además, no olvidemos que el patriotismo en este país está muy preocupado porque, al parecer, nos invaden por mar, fundamentalmente y si esos invasores se quedan generarán gasto, paro, nos obligarán a convertirnos al Islam o nos atracarán en las calles, todas unas razones que luego los datos de verdad desmienten punto por punto.
Y luego llegan las tragedias, los momentos de profundas crisis con servicios desmantelados que, al menos, podrían paliar los efectos de esos momentos horribles, cuando no prevenirlos.
Pues para todo eso sirve el patriotismo en nuestro país. Seguramente, en otros lados, a lo mejor, sirve para otras cosas más útiles, más justas y más nobles.
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