La coherencia en un artista no tiene porqué ser un valor en sí mismo, a veces ser coherente supone repetir los errores una vez tras otra sin propósito de enmienda. Para el espectador de cine la coherencia implica, de antemano, la comodidad de la ausencia de sorpresa, ver una película de X te conduce a imaginar lo que puedes llegar a ver sin sobresaltos. También se puede ser coherente y, al mismo tiempo, sorprendente. Lo coherente en Dupieux es que su cine cuente con humor, casi siempre absurdo; que nos coloque ante situaciones surrealistas y que efectúe un guiño hacia la realidad a partir del exceso.
«Daaaaaalí» es coherente, por tanto, en el universo cinematográfico de Dupieux. Sea un ensayo de rodaje, una comisaría, un neumático asesino, una representación teatral, una cazadora que transforma la personalidad de quien la lleva……las constantes de su cine se transmiten de película en película y no por ello las mutaciones y vaivenes de sus personajes dejan de evolucionar. Si no fuera así su cine nos agotaría, dejaría de tener el aliciente de descubrir por dónde puede transitar su nuevo desbarre para, a través del esperpento, lanzarnos a la cara nuestras propias miserias. Si algún personaje es, por antonomasia, el dueño escénico del surrealismo ese no es otro que Dalí, un personaje que ha perdurado por encima de su persona y casi de su obra, del que se recuerdan más sus payasadas como bufón del régimen franquista que su dominio de la pintura, sus cuadros a partir de lanzamiento de huevos llenos de pintura que «El gran masturbador», somos así de simples y básicos; cuanto más sencillo y banal más éxito y más reclamo publicitario.
Dupieux juega en su película con el tiempo. No hay relojes blandos en la película pero esa importancia del tiempo y el espacio en la obra del pintor, su apuesta por hacer persistir la memoria aunque ésta pueda ser dúctil y acomodarse a las necesidades o caprichos de quien la evoca, está permanentemente presente. Baste con mirar la escena de apertura, el primer encuentro entre la periodista que encarna Anaïs Demoustier y el Dalí que encarna Edouard Baer (hasta 6 actores diferentes asumen el rol en apenas hora y veinte minutos de película). La entrevista que nunca se llega a culminar empieza en un hotel decadente y avejentado donde han sido citados el artista y la entrevistadora. Cuando Dalí hace acto de presencia al fondo de un pasillo y la periodista espera en el exterior de la habitación, el espacio aumenta y el tiempo se hace interminable; cuanto más anda Dalí más lejos parece encontrarse, desplegando toda su artillería de afectación y frases rimbombantes el pintor anda, anda, anda y no llega, se queja de la distancia pero no de lo extraño del andar sin avanzar. Nadie se sorprende ni nadie se extraña, el tiempo es algo que Dalí es capaz de detener hasta que sucede lo que a él le apetece. Como la memoria, capaz de recordar un sueño que forma parte de otro sueño y que es recordado al despertar de otro más pero que puede mudarse si lo recordado no se ajusta a los caprichos de quien quiere soñar lo que le da la gana.
Incoherente hubiera sido que Dupieux filmara un biopic, que pretendiera dar «la visión definitiva y cierta» de la persona. Tan incoherente como imposible y, además, anticinematográfico. El monopolio comercial existente sobre su obra, los intereses monetarios y el halo de malditismo económicamente rentable harían ilusoria cualquier imagen de pretendida novedad sobre su figura. Por eso, ante un personaje tan fluctuante como imprevisible, caprichoso y despótico, nada mejor que utilizar 5-6 actores diferentes para encarnarlo. El espectador convencional se dirá que eso no tiene solidez alguna y, al revés, es una de las mejores opciones del director para acercarse a alguien que se escapa de lo convencional presentándose como un ser diferente en cada ocasión. Al final el mensaje es claro y rotundo, puedes preguntar a Dalí lo que quieras, situarle en el lugar que te parezca o te pida, porque al final va a responder lo que se le ocurra en ese momento y dará la espantada para mantener su caché y es que lo fundamental para Dalí es que se hable de Dalí y que todo se resuma en Daaaaaalí. De ahí que las escenas se repitan, las situaciones vuelvan y se recreen con alguna modificación porque lo que termina quedando en imagen sólo es la persona de Dalí, el resto sobra, el resto es decorado necesario para el ego de un artista que necesita ser interpretado por Edouard Baer, Pio Marmaï, Jonathan Coen, Gilles Lelouche, Didier Flamand y Boris Gillot, éste como un «otro Dalí que no es Dalí», de ahí ese final tan elocuente como su principio, el final de la no entrevista (ésta sería la conexión con la realidad y la parodia sobre el periodismo que incluye la película) no puede consentirse si la última imagen de la misma no es la palabra y la imagen del «genio», nadie puede hablar después de él, nadie puede asomarse a la imagen ni compartir el plano. Daaaaaalí es el todo de esta elocuente comedia inexplicable con palabras.
noshacemosuncine.com
Descubre más desde Isidora Cultural
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.