El cine ha sido, a lo largo de los años, un espejo donde se reflejan los aspectos más profundos de la cultura y la sociedad. Pocas veces, sin embargo, se ha atrevido a enfocar un tema tan controvertido y divisivo como la tauromaquia, y es en este contexto donde Albert Serra, una de las voces más provocadoras del cine español contemporáneo, ha irrumpido con fuerza al ganar la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián por su documental Tardes de soledad. Esta película, que ya había generado una fuerte controversia antes de su presentación, especialmente desde sectores animalistas como PACMA, muestra una visión cruda y despojada de la fiesta de los toros.
En la historia cultural, la tauromaquia ha sido tema recurrente y ha encontrado un espacio destacado en la literatura y el cine. Autores como Ernest Hemingway, en Muerte en la tarde, o Federico García Lorca, en su “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, han ofrecido visiones que van desde la fascinación épica hasta la tragedia. También cineastas como Carlos Saura en Sevillanas y Pedro Almodóvar en Hable con ella han recurrido a la simbología taurina para retratar el drama y la emoción de la vida. Sin embargo, Albert Serra elige una aproximación completamente distinta: la de la crítica desprovista de romanticismo.
Con Tardes de soledad, Serra parece querer arrancar la piel simbólica que la tauromaquia ha tenido durante siglos. Su cámara, situada a ras de arena, no juzga, pero tampoco glorifica; simplemente mira. Al observar de cerca los detalles del ritual, la violencia inherente y la puesta en escena de la masculinidad en la cuadrilla de toreros, el documental nos confronta con la esencia de este espectáculo. No hay banda sonora que embellezca la faena, ni encuadres grandilocuentes que hagan justicia a la narrativa de los defensores de la tauromaquia. En cambio, Serra muestra la realidad como un retrato que oscila entre lo absurdo y lo salvaje, una aproximación que recuerda al Goya de los Desastres de la guerra, donde se representa la violencia sin heroísmo.
La tauromaquia siempre ha sido fuente de debate, desde las voces que la consideran una manifestación de arte y tradición cultural hasta aquellas que la califican de barbarie anacrónica. Es en esta intersección donde la obra de Serra cobra relevancia. Su retrato documental revela un microcosmos que expone no solo la brutalidad explícita, sino también la atmósfera casi ritualística de las bambalinas, en las que se mezclan la camaradería y la arrogancia de un mundo dominado por el exceso de testosterona. Aquí es donde el cine de autor como el de Serra se diferencia de otras aproximaciones. Donde Hemingway veía valentía y heroísmo, Serra muestra vulnerabilidad y crudeza.
En el documental, los protagonistas, encabezados por el torero Andrés Roca Rey y su cuadrilla, quedan expuestos no solo en el ruedo, sino también fuera de él, sin el filtro que otras representaciones de la tauromaquia han querido añadir. Este grado de intimidad, en el que se muestran momentos de tensión, miedo y resignación, es el que Jaione Camborda, presidenta del jurado, destacó al elogiar “el poder artístico” de la obra y su capacidad de “reflexionar sobre los límites de la expresión artística, el miedo, la brutalidad o la masculinidad”. Esta reflexión nos lleva inevitablemente a cuestionarnos hasta qué punto el arte puede y debe retratar ciertos aspectos de la realidad sin caer en la apología de la violencia.
La referencia de Camborda a los límites de la expresión artística resuena con las críticas a otros autores que han tratado el tema taurino. Manuel Vicent, con su narrativa, o Joaquín Sabina, con sus letras, han jugado con la ambigüedad de la tauromaquia como metáfora de la vida, el valor y la muerte. Albert Serra, en cambio, se niega a usar la metáfora: la tauromaquia no es aquí símbolo de nada más que de sí misma, con toda su crudeza y contradicciones.
En definitiva, Tardes de soledad es una propuesta valiente que no intenta responder a la eterna pregunta sobre si los toros son cultura o crueldad. Serra, al evitar cualquier juicio explícito, deja la tarea al espectador, pero también lo desarma, ofreciéndole una visión desnuda de la tauromaquia que invita a la reflexión más allá de los clichés y argumentos repetidos. Es un filme que, como bien señaló Camborda, otorga al público el espacio necesario para que juzgue y genere su propia respuesta. En un tiempo donde la polarización y las posiciones extremas parecen ser la norma, tal vez el mayor logro de Serra sea precisamente haber logrado una obra que nos obligue a pensar sin ofrecer respuestas fáciles.
2/10/2024
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