En el intrincado viaje de dominar el español, los estudiantes se enfrentan a un desafío peculiar: el código restringido. Esta forma de comunicación, tejida con refranes, frases hechas y modismos, constituye una barrera inesperada y a la vez un fascinante aspecto cultural del idioma.
En los cursos de lengua para extranjeros y aún en los de traducción no sólo se puede comprobar la imposibilidad de encontrar una equivalencia suficientemente representativa para expresiones como agüita fresca o fresquita el agua, o como muchísimas gracias, o términos como veranillo, o como chiquirritín, pequeñajo sino que también las encontramos desde el punto de vista de las locuciones y las expresiones. A decir de Cantera, Ortíz de Urbina, Gomis Blanco (2007) en no pocas ocasiones hemos oído el comentario e incluso en cierto modo, la queja, de que en los diccionarios así bilingües como monolingües no aparecen registradas numerosas locuciones y expresiones de uso normal y frecuente en español. Por ejemplo: Los últimos de Filipinas, abrazo de Vergara, pasar las de Caín, acabar como la comedia de Ubrique, llover más que cuando enterraron a Zafra, pasar por el Rubicón, a buenas horas mangas verdes, caerse con todo el equipo…y sin duda, debemos captar el significado exacto para poder dar el valor real a cada expresión.
Los hablantes nativos disponen de un amplio repertorio de fraseología, adquiridos a través del uso, que conforman lo que Solano Rodríguez (2007) denomina “competencia fraseológica”, que debería ser añadida al resto de habilidades lingüísticas. Son un conocimiento inconsciente por parte del hablante de la existencia de este tipo de estructuras, de las que hace un uso correcto aun cuando en muchas ocasiones las unidades fraseológicas, contengan aberraciones sintácticas o semánticas, como en a ojos vista o como los chorros del oro.
Francisco Núñez-Román (2015:156) aporta la idea de que la fraseología es manifiestamente superior si la comparamos con la producción de un hablante no nativo. Es cierto que, como ha afirmado Ettinger (2008), es posible comunicarse en una lengua sin apenas hacer uso de fraseologismos, como lo hace un aprendiz por ejemplo de L2 hasta bien avanzado el dominio de esta. No obstante, el conocimiento y uso de la fraseología de una lengua supone un notable salto cualitativo y enriquece con numerosos matices el mensaje.
Si analizamos los componentes de una unidad fraseológica (UF), podemos observar que la fraseología es también reducto de una parte del léxico que únicamente podemos encontrar dentro de una unidad fraseológica. Hablamos de las denominadas palabras diacríticas, es decir, palabras que no se usan fuera de una construcción fraseológica. Son ejemplos de unidades fraseológicas formadas por palabras diacríticas a troche y moche, a tocateja, por arte de birlibirloque, en cuclillas o en un santiamén; en estos casos, las palabras troche, moche, tocateja, birlibirloque, cuclillas o santiamén no pueden usarse de manera independiente fuera de la unidad fraseológica que constituyen.
La fraseología es útil también para el desarrollo de la comunicación oral, puesto que, desde el punto de vista de la producción, es un componente sustancial en el proceso de ampliación del vocabulario.
Entre los rasgos del código restringido está el abundante empleo de refranes. Estos, como sabemos, formulan aserciones que se aceptan como válidas y prácticamente indiscutibles por la comunidad. Tienen una forma fija, que permite retenerlos en la memoria, y evita el esfuerzo de crear oraciones para expresar lo que quiere decirse. A cambio, como sus presuntas verdades valen para todos, generalizan en exceso, y usándolos, el hablante renuncia a expresar lo que es particularmente suyo.
Se explica así que los refranes se empleen abundantemente en el código restringido, del cual hemos dicho que apenas si permite manifestarse en lo individual. Mientras los que usan el código formal pueden realizar un esfuerzo para expresar sus sentimientos personales, quien solo habla mediante un código restringido echa mano de esa especia de monedas acuñadas que son los proverbios o refranes (o los tópicos: “blanco como la nieve”, “bueno como el pan”, limpio “como los chorros del oro”, “alto como un pino, mondo y lirondo”, “a trancas y barrancas”…) y no es lo que queremos.
El refrán, pues, ahorra esfuerzo idiomático y, por tanto, esfuerzo mental. Dado el carácter de verdad absoluta que se le atribuye Lázaro Carreter (1989) los designó como “evangelios breves” y usarlo facilita las aserciones categóricas y tajantes propias del código restringido. En muchas ocasiones, puede llegar a justificar aberraciones idiomáticas.
Para despedirme, les diré queridos lectores: “en abril, aguas mil”, y con ellas “tomo las de Villadiego”.
Rosa Amor del Olmo
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