Ser inmigrante o extranjero, implica enfrentar numerosos retos; si no todos, al menos muchos. Aunque con el tiempo, te consideres parte de la comunidad del país que te acoge, puede ser complicado sentirte completamente integrado debido a las diferencias culturales y sociales. Esto no significa que no seas bienvenido; muchas comunidades son extremadamente hospitalarias y abiertas a las historias de quienes llegan de otros lugares, pero muchos otros, no. Algunas comunidades frecuentemente realizan esfuerzos significativos por acoger a quienes, sin una invitación previa, buscan hacer de ese nuevo lugar su hogar. Es vital valorar y reconocer estos esfuerzos, comprendiendo que la integración es un proceso bidireccional que implica tanto a la comunidad acogedora como al inmigrante. Los que «entran de forma ilegal» en los países, huyendo de muchas cosas, nadie les quiere. Ahora el problema se hace político del todo y de esto ya daremos razón en otro texto. Hoy, hablamos más bien de los que logran vivir en otro país.
Europa en estas cosas vive la misma frialdad que corresponde a su clima, pero no solo los paises europeos, hoy en día, no es fácil sentirse verdaderamente como en tu casa cuando estás fuera de ella. No existe esa sensación ni problemente existirá jamás. Claro, cuando eres extranjero en Asia, que también lo he sido, la cosa se agrava más todavía, si cabe, porque además te sientes completamente distinta físicamente y no encuentras parecido con ellos en nada, ni con la manera en la que te puede tratar –por ejemplo- uno de sus médicos, tú no eres oriental.
Igualmente habrán tenido que pasar por esto, la gente de color, de diferentes razas que vienen a nuestros países y que nuestros médicos deberían atender –creo que así lo hacen- con el debido conocimiento de causa. Las razas responden de forma distinta a los tratamientos médicos, igual que sucede con mujeres y hombres.
Está claro también que una vez que has salido de tu casa –esto parece que le sucede a muchas personas- después te encuentras con una duda existencial: ya no te sientes bien en ninguna parte, vamos lo que entendemos como tener los pies de nómada. Por mucho que te integres y te integres de todas formas, eres extranjero y siempre habrá quien se aproveche de esta situación de “inconsciencia cultural” o de “desconocimiento del medio” de un vacio cultural que en ocasiones es imposible llenar y que favorecerá el hecho de que estés siempre como perdido en la inmensidad del océano, en ocasiones con nostalgia. Luego descubres que no sabes de qué es esa nostalgia que te da tristeza.
Para desgracia de propios y ajenos, además de buscar razones raras para justificar tu “presencia” en ese país de acogida que en realidad no te acoge nada –y esto se nota perfectamente por ejemplo en Navidades, Ramadán, u otras fechas importantes de la vida del ser- pues resulta que tus compatriotas, es decir que tus paisanos, los de tu país, tampoco te quieren ya. ¿Por qué? Por que has desertado, porque has preferido otra cultura, porque ganas más dinero, porque tienes más narices que ellos, porque has logrado un éxito que ellos ven pero que tú ni de broma lo apercibes en tu soledad, porque vas y vienes, porque no cuidaste a tus padres en los últimos momentos, porque no pudiste venir a la comunión de tu primo…mil cosas, te pasan factura por todo. Te harán ver claramente que “no estás al corriente” de lo que sucede en el país (claro en el fondo has desertado y ahora no tienes ningún derecho a opinar), de modo que ¡chitón! para todo y ¡a callar!. Ya no eres de ellos y tus hijos menos. Esos son apátridas.
Los del país de “acogida” también te miran mal porque hablas un idioma –según ellos muy rápido- con tus hijos y no entienden y claro, no les gusta, no eres uno de ellos. Como si por el solo hecho de irse a vivir por ejemplo a Inglaterra, una familia de franceses fuesen a dejar de hablarse entre ellos en francés por vivir en Londres, ¡Qué se yo! . Pues evidentemente no, pero les sienta _a cuerno quemado_que lo hagas tú, porque tú eres extranjero y estás en su tierra invadiendo en cierto modo su país. También por esto he pasado en Francia, los profes se sentían molestos de que mis hijos hablasen su lengua materna. Daba igual si yo superaba en estudios y ética a dichos profes (que por cierto bebían mucho) yo era invisible, era una extranjera y no era bueno que mis hijos hablarán español en casa. ¡Ya está! ¡Pobres los Le Pen! ¡Cuánto habrán sufrido por mi causa! ¡Lógicamente no hice ni caso!
Si traes una profesión y un éxito mejores que el suyo, esto no gusta porque estás en el fondo por encima de ellos, -sigue dando igual porque te tratan también por debajo- y si vienes sin profesión, o con profesión dudosilla, también sigues siendo peligrosillo porque no se sabe muy bien a qué te dedicas y por qué vienes.
Sucede esto en todas partes. Son evidentes las preferencias y se nota claramente, por ejemplo, en Francia, a quiénes les gustan los españoles, o los latinos y a quiénes no, en España, a quiénes les gustan los franceses y a quiénes no, o los ingleses, no hablemos de los norteamericanos o marroquíes ahora responsables, por lo visto, de todo malo. Los orientales se protegen más y en términos más generales o bien por cuestiones idiomáticas, tardan más en intergrarse o terminan por no hacerlo nunca, hacen su guetto.
Ser extranjero es ser raro, es ser alguien a quien no terminas de entender, probablemente ni en su pronunciación, y probablemente alguien que tampoco entiende nada de lo que le rodea y va por la vida dando palos de ciego.
La cuestión es que tú estás siempre ahí, consciente de que en realidad no formas parte de nada, en realidad lo que haces son esfuerzos muy artificales, postizos por ser una cosa que no eres y que no lo serás nunca, que cada quién lo aplique a su caso. Yo creo que uno, debe mantener su propia identidad aunque se adapte a todo muy bien, o mejor dicho parezca que se adapte o eso haga creer a los demás, porque yo no me creo que cuando una persona –hablo de los que ya vamos a un país más o menos hechos y no de bebés- de repente pase a ser otra persona con otra cultura de la noche a la mañana sin que esa misma persona no sufra cambio alguno.
No me lo creo y quizás no haya que hacerlo. Aquí entra a formar parte del juego, la creencia (Philèbe, Platón) y analisis de los conceptos risa y ridiculo que provienen del no conocimiento de lo que nosotros somos y lo que creemos ser, añadiendo –claro está- lo que van a creer lo demás que somos nosotros. Al final, es un juego ciertamente incómodo que no permite liberar el alma, sino sentir una pena grande por cómo la vida juega en ocasiones a la contrariedad más absoluta. Al menos ser extranjero, también significa la no pertenencia a nadie, la no atadura y el espíritu libre de ida y vuelta. Extranjero sin atavismos, el espíritu del extranjero, del inmigrante, del forastero, lo debería de tener cualquier ser humano de la tierra.
Por Rosa Amor del Olmo
03/07/2024
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