Platón articuló sus ideas a través de diálogos, con Sócrates como personaje central, representando un líder intelectual y el «partero de almas» que impulsa la reflexión profunda. Estos diálogos resaltan que el conocimiento verdadero surge del intercambio entre individuos, siendo el diálogo el medio para superar las opiniones personales y alcanzar una comprensión universal.
Platón solía presentar su doctrina de manera distintiva, a través del formato de diálogo, en el cual Sócrates desempeñaba un papel fundamental. En realidad, Sócrates actuaba como el mentor del filósofo, siendo una especie de líder intelectual, un aguijón de la reflexión, el partero de las almas que nos impide simplemente dar vueltas en círculos.
Platón solía presentar su doctrina de manera distintiva, a través del formato de diálogo, en el cual Sócrates desempeñaba un papel fundamental. En realidad, Sócrates actuaba como el mentor del filósofo, siendo una especie de líder intelectual, un aguijón de la reflexión, el partero de las almas que nos impide simplemente dar vueltas en círculos.
Mediante la escritura de sus obras en forma de diálogo, Platón destacaba una dimensión esencial en la búsqueda de la verdad: el conocimiento solo puede ser adquirido en el intercambio entre dos o más personas, y el diálogo es el medio exclusivo para trascender las opiniones individuales y alcanzar una comprensión universal.
Platón, con relación al Amor y la Belleza:
El camino hacia las Esencias solo puede entenderse a través de la dialéctica del amor, un concepto que Platón exploró en profundidad en su obra «El Banquete». A los ojos del filósofo, el impulso del amor hacia la Belleza se presenta como una herramienta poderosa para acceder a la verdad. Una vez intelectualizado y disciplinado, el Amor se fusiona con la Dialéctica, encarnando su dinamismo y vitalidad.
Pero ¿qué es realmente el Amor desde el punto de vista de la filosofía? El Amor es una compleja noción que va más allá de una simple emoción o sentimiento. Es una carencia profunda, una sensación de escasez que destaca nuestra innata incompletud y vacío existencial. El Amor se manifiesta como un anhelo ardiente hacia lo que aún no poseemos, una aspiración incesante hacia la misma Belleza que despierta nuestro anhelo inextinguible.
A través del Amor, trascendemos las limitaciones de la belleza meramente corporal y sensible, y ascendemos hacia la Belleza del alma, donde descubrimos una profundidad que va más allá de lo superficial. Esta Belleza del alma es la chispa que enciende el deseo de explorar y apreciar la Belleza presente en las ocupaciones humanas y en las leyes que rigen nuestra sociedad. En este proceso, el Amor se convierte en un faro que ilumina nuestro camino hacia una comprensión más profunda y trascendental de la Belleza.
En su cúspide más elevada, el filósofo, imbuido por la pasión del Amor y guiado por la razón, puede alcanzar la Idea misma de la Belleza en su estado de pureza y completa independencia. Esta Idea de Belleza es, en sí misma, un enigma profundo y una fuente inagotable de reflexión. Formando una unidad indivisible, escapa a los ciclos de generación y corrupción que afectan a lo mundano y se distingue por su absoluta pureza y su trascendencia con respecto a lo sensible y a los demás aspectos efímeros del mundo.
La Belleza, en su esencia más pura, es la manifestación última de lo que va más allá de lo empírico y lo concreto. Es la desencarnación definitiva, el resplandor que ilumina y embellece todo lo que trasciende por completo las limitaciones terrenales y las banalidades de la vida cotidiana. En consecuencia, la tarea de definir esta Idea de Belleza resulta ser un desafío continuo que invita a la reflexión y la contemplación filosófica más profunda.
Esta Idea de Belleza, al ser una unidad en sí misma, escapa a la generación y a la corrupción, y se caracteriza por su absoluta pureza y su trascendencia con respecto a lo sensible y a los demás aspectos mundanos. La Belleza representa la encarnación máxima de lo que trasciende completamente lo empírico y lo concreto, siendo el esplendor que brilla sobre aquello que está más allá de lo terrenal y efímero. Por eso se llama amor platónico, porque en realidad tiene mucho más de entrega sincera, de eternidad y de misticismo, inalcanzable para muchas personas. La entrega y desprecio de su propio egoísmo, les supera, no pueden. Amar está reservado para pocas personas, aquí en la tierra.
Sócrates, reminiscencia y mayéutica
La dialéctica de las Ideas y la teoría del Amor nos llevan a hablar de un idealismo platónico (en el sentido fuerte del término idealismo) como doctrina que atribuye a las Ideas o Esencias una existencia en sí, independiente de la mente y de las cosas individuales (NB: la palabra «idealismo» no procede del propio Platón). Pero cabe preguntarse qué argumentos permitieron a Platón desarrollar esta teoría «idealista» de las Esencias. Parece que la mayéutica y la reminiscencia constituyen dos elementos principales que justifican esta elaboración y esta doctrina.
Mayéutica (se refiere a este arte de entregar las mentes):
► El arte por el que Sócrates llevaba a sus interlocutores a descubrirse a sí mismos, a tomar conciencia de sus riquezas implícitas. Así, en el diálogo Meno, el pequeño esclavo ignorante descubre por sí mismo, gracias a las virtudes de su propia inteligencia, cómo construir un cuadrado que sea el doble del tamaño de un cuadrado dado. Si cada uno de nosotros puede así, mediante el diálogo y la mayéutica, nacer a sí mismo y redescubrir verdades (ocultas), ¿no será porque entonces recuerda una verdad que una vez contempló?
Reminiscencia:
En las múltiples encarnaciones que preceden a nuestra existencia actual, según la perspectiva platónica, tuvimos la oportunidad de contemplar las Ideas, las cuales ahora son solo fragmentos de memoria en nuestro interior. Aprender, en esencia, equivale a recordar la verdad que en algún momento percibimos en un pasado distante.
El propósito fundamental de la filosofía radica en la maestría y organización de este contenido oculto y secreto, un legado de la contemplación que se llevó a cabo en un tiempo lejano. El filósofo se convierte en un arqueólogo de la mente, desenterrando los tesoros del conocimiento que yacen enterrados en las profundidades del alma, recuperando así las percepciones y las Ideas que una vez vislumbramos en las eras anteriores.
Rosa Amor del Olmo
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