En España, el clima político actual no solo refleja una división partidista aguda, sino que también expone una crisis de identidad nacional profunda y preocupante. Una serie de episodios recientes subrayan cómo la envidia, singular característica del español, y la falta de orgullo nacional han influido negativamente en la política española, afectando no solo al gobierno de turno, sino al tejido mismo de la sociedad.
En el centro de esta vorágine se encuentra el presidente Pedro Sánchez, cuya gestión ha sido destacable por sus esfuerzos en mejorar la política exterior de España y su habilidad para manejar las relaciones internacionales con una mezcla de honradez y astucia diplomática. Sánchez, quien domina varios idiomas ha mostrado una rapidez y una capacidad de negociación notables, que debería ser motivo de orgullo nacional. Sin embargo, la realidad es muy diferente.
En lugar de unirse detrás de estos logros, sectores de la sociedad española, influenciados en gran parte por la derecha política y el grupo ultraderechista Manos Limpias, acompañado por la Iglesia que siempre está de fondo (últimamente están muy ofendidos por las indemnizaciones a tanta gente abusada de su parte) se han dedicado a desacreditar no solo sus logros sino a su propia persona y a su familia. La reciente controversia en torno a su esposa, Begoña Gómez, acusada por supuesto tráfico de influencias, es un claro ejemplo de cómo la política de desprestigio se ha convertido en una herramienta para socavar a quienes están en el poder.
El término «tráfico de influencias» generalmente se aplica a funcionarios públicos que usan su posición para obtener beneficios privados. Sin embargo, en casos donde una persona cercana a un funcionario, como un cónyuge o familiar, utiliza esa relación para influir en decisiones oficiales, aunque no pueda ser acusada formalmente de tráfico de influencias, su conducta puede ser interpretada como similar. En tales situaciones, se investiga si ha habido una influencia indebida, y los cargos específicos dependerán de la legislación local sobre corrupción e influencia indebida. Pero la propia asociación Manos limpias, no tiene -que se sepa- ninguna fuente seria, salvo rumores o negación a que alguien triunfe en la vida. De hecho, hoy emitió un comunicado en el cual reconoce que la denuncia presentada contra Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno Pedro Sánchez, se basa únicamente en “informaciones periodísticas”. ¡Tantas veces sucede esto!
Esta tendencia a descalificar y atacar no es exclusiva de la política. Se extiende a la vida cotidiana de los españoles, generando divisiones en las familias, en los lugares de trabajo y en casi todos los aspectos de la vida social. El debate público, en lugar de ser un foro para el intercambio respetuoso de ideas, se ha transformado en un escenario de confrontación donde predominan los gritos y los insultos. Los programas de debate político en televisión a menudo se convierten en batallas campales verbales que hacen imposible cualquier tipo de diálogo constructivo.
La derecha española, particularmente, parece estar empeñada en fomentar esta división. Su resistencia a mejorar relaciones con países como Marruecos y su tendencia a propagar desinformación son claros ejemplos de una estrategia política que busca más desestabilizar que construir. Lanzan bulos sobre temas tan variados como la inmigración o los productos agrícolas del Magreb, en un intento de sembrar desconfianza y xenofobia.
Además, el uso de la religión como herramienta de división es especialmente preocupante. La derecha no solo se muestra intolerante hacia otras creencias religiosas, sino que también utiliza la fe como un arma política para alienar y excluir. En un país históricamente marcado por su diversidad cultural y religiosa, estas tácticas no solo son retrógradas, sino peligrosamente polarizadoras.
Lo más alarmante de todo es cómo esta política del desprestigio ha llegado a manifestaciones extremas y grotescas, como la quema de muñecos que representan al presidente Sánchez, canciones degradantes, frases… Tales actos de violencia simbólica revelan un nivel de hostilidad y de desesperación que trasciende los límites de la crítica política legítima y entra en el territorio del fanatismo y el odio.
Es vital reconocer que la crítica es necesaria en cualquier democracia saludable. Sin embargo, cuando esta crítica sobrepasa los límites del respeto y la racionalidad, se convierte en un veneno que corroe los cimientos de la sociedad. España, con su rico legado de pasiones políticas, se encuentra en un momento crucial. Debe decidir si continúa por este camino de envidia y división, o si elige reconstruir su orgullo nacional y reenfocar su energía hacia un debate público más constructivo y respetuoso.
La responsabilidad no recae únicamente en los políticos, sino en cada ciudadano. Solo a través del respeto mutuo y la tolerancia podremos esperar superar estas divisiones y construir una España más unida y orgullosa de su diversidad y de su patrimonio político y cultural.
En este contexto, es importante reconocer que muchos de nosotros sentimos una profunda vergüenza ante estos comportamientos que parecen socavar la integridad de nuestras instituciones y la confianza pública. Esta sensación de desilusión refleja el deseo de una sociedad más justa y transparente, donde la dignidad del cargo público se mantenga sin mancha alguna.
Por Rosa Amor del Olmo
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