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Las acrobacias dialécticas y juguetonas de Plauto, por Antonio Chazarra

Tradición, innovación, ironía, valores republicanos, vitalidad, critica social y conocimiento de la condición humana, son las “claves” de su teatro

…la luz usada deja

polvo de mariposa entre los dedos.

Jaime Gil de Biedma

En tiempos difíciles –todos lo son en mayor o menor medida- hacer reír, disfrutar y a la par pensar, ha sido siempre un recurso que ha gozado de popularidad.  Contra lo que puede parecer a simple vista, la historia del teatro tiene más de continuidad de lo que se suele apreciar. Hay sí, “cortes epistemológicos”,  mas las huellas del viejo carro de Tespis… se hacen perceptibles a poco que rasguemos la superficie.

En cierto modo, podría afirmarse que la rueda que mueve la historia del teatro, continúa viva y operativa aunque de la impresión que el tiempo las ha convertido en cenizas. Si somos decididos, habremos de convenir que la historia del teatro es un caleidoscopio donde todas las piezas, acaban por encajar.

Titus Maccius Plautus fue uno de los más destacados comediógrafos romanos, junto a Terencio, del que hablaremos otro día y que tiene no pocas divergencias y algunas similitudes con él. Supo ganarse su fama con audacia, ingenio e intuyendo lo que los sectores populares pedían y, que no era otra cosa que adaptar a los comediógrafos griegos, dándoles un giro nuevo.

Su influencia ha sido enorme. Por extraño que pueda parecer, algunas comedias de Shakespeare están impregnadas de la herencia de Plauto. Lo mismo ocurre con Molière y pueden establecerse correlaciones con la Commedia dell’Arte. Dando un paso más, los enredos de las comedias de nuestro Siglo de Oro son igualmente deudoras de su ingenio, así como “la figura del gracioso” debe no poco a los ingeniosos esclavos de Plauto, capaces de liar y desliar la madeja y, que frecuentemente, son manumitidos.  

Desde su creación y expansión, el teatro ha sido un vehículo para explicar el mundo, ordenarlo  y dotarlo de sentido. Criticar los abusos de poder, la avaricia o el afán desmedido de lucro, son mecanismos que resultan acertados a condición de que quien los maneje, sepa reírse de sí mismo. El comediógrafo griego Menandro ya advertía en sus sentencias “Conócete a ti mismo cuando quieras reprender a los demás”. En caso contrario, se corre el riesgo de caer en una sarta de lugares comunes y aburridas moralinas.

La sátira surge de una percepción de las amenazas que se ciernen sobre la sociedad y de un impulso combativo por sobrevivir y por censurar, lo que resulta tóxico para la convivencia. En todas las épocas, la banalidad, la irresponsabilidad y la dejación de los deberes cívicos, son elementos peligrosos y disolventes. Los autores, que han formulado las críticas más audaces, fueron conscientes de que debía haber un punto de utopía más allá de censurar el presente. Todo comediógrafo y autor de sátiras, entabla un diálogo socrático con los espectadores. A lo largo de la historia la parodia y el equívoco han sido métodos eficaces.

Plauto vivió en un momento, especialmente, turbulento. La II Guerra Púnica había sembrado no sólo el pesimismo sino el miedo. Hacer reír y criticar la altanería de los  poderosos era, en esos momentos, una vía de escape necesaria.

Es en nuestro presente incierto y lo era en la Roma republicana, eficaz mostrar en “el escenario” situaciones en que los estafadores resulten estafados, poniendo en solfa y con sentido del humor, como muchas conspiraciones fracasan y como el ingenio puede salir airoso de las situaciones más comprometidas. Como ya hemos señalado, las comedias de Plauto están inaugurando el nacimiento de la comedia latina y de paso, renovando formas populares del teatro. Sabe recorrer con soltura las dificultades que tiene delante y superar los obstáculos que encuentra hasta traspasar la línea de la imitatio hasta llegar a la inventio.

En sus obras hay siempre lecciones morales, aunque sin severidad. Los timadores son castigados, los farsantes descubiertos y la corrupción “puesta en solfa” para solaz de los espectadores. Es difícil no ver una intención de hacer pedagogía y de transmitir los valores republicanos… que empezaban a desmoronarse.  Quizás, ese sea el motivo por el que las adaptaciones de las obras de Plauto o de aquellos autores que han sabido “beber” de sus fuentes, todavía hoy gocen del aplauso del público.

Es este un buen momento para preguntarnos ¿cuál era su modus operandi? Fue el inventor de lo que se ha denominado “la comedia palliata”,  que consistía en mezclar y fundir dos comedias griegas creando una nueva.

Su éxito, también, radica en la extracción de los personajes de ambientes populares. Dio un excelente resultado esa combinación de tradiciones encontradas con un espíritu desenfadado y amable que procuraba no caer “en los aullidos de la jauría”. Contra lo que a veces se ha dicho en sus obras, hay más de fina ironía que de grosería y “sal gorda”.

Me ha llamado la atención que leyendo atentamente algunos pasajes de sus piezas teatrales, se puede apreciar un atisbo de los conceptos humanistas que en el Renacimiento se formularán con mayor nitidez. Por no citar más que un ejemplo, señalemos que “los hombres son sus obras y no la cuna”. No es arriesgado destacar este principio progresista de Plauto, que suele elevarse por encima de la chabacanería y el insípido croar de quienes se comportan como resbaladizos animales de charca.

Otro rasgo que  no debe pasar desapercibido, es que satiriza con elegancia el divorcio entre ética y política, asomándose, sin pretender profundizar, al pozo de los tenebrosos sótanos del estigma.

Obsérvese que los oportunistas sin escrúpulos, al fin y a la postre son castigados, lo que viene a ser tanto como un deseo de justicia.

El presente se retroalimenta del pasado –quien no lo vea demuestra una miopía ostensible- y da ideas para explorar el futuro que siempre es una incógnita.

Hoy, tal como en la antigüedad se consultaba el Oráculo de Delfos, damos credibilidad a otros oráculos no menos irracionales y peligrosos que han logrado imprimir una dinámica negacionista que nos hace dóciles y nos infantiliza.  

El teatro de Plauto nos ayuda a entendernos a nosotros mismos. Sus propuestas resultan a veces incomodas, más no por eso menos necesarias. El dramaturgo y actor Fernando Fernán Gómez, dijo en una ocasión que “el éxito y el fracaso no son hechos sino sensaciones”. Tenía no poca razón y la falta de información ocasiona la sustitución de los hechos por sensaciones subjetivas, más de lo que sería conveniente.

Pasemos ahora a indicar algunos datos que pueden ser de interés. Los problemas textuales de sus obras son innumerables. Señalemos que aunque se le atribuyen más de cien obras, sólo están atestiguadas, veintiuna.  

Su afán pedagógico es encomiable. Le lleva, a veces, a introducir un prólogo que aclare a los espectadores la línea a seguir por encima de los enredos y vericuetos.

La posteridad tiene numerosas deudas con Plauto. En “Aulularia” crea el arquetipo o prototipo del avaro, al que Molière por ejemplo, sacó tanto partido. En sus obras son personajes recurrentes, prostitutas, alcahuetas, traficantes de esclavos, enamorados o personajes a los que otros autores han sacado partido como el viejo verde.

William Shakespeare lo tuvo muy presente en su “Comedia de los errores”… con sus gemelos, confusiones, malentendidos. Otro prototipo que podríamos identificar con los personajes chulescos, engreídos, fanfarrones y en el fondo, cobardes… lo crea en su “Miles Gloriosus”  

Un hecho generalmente ignorado, es que en nuestro país han existido  traductores de sus obras desde el siglo XVI, como Francisco López de Villalobos o Fernán Pérez de la Oliva.

Para quien quiera comprobar algunas de las ideas que hemos ido exponiendo y tener un contacto directo con las comedias de Plauto, me atrevo a sugerirles “Comedias”  Gredos 1992, edición a cargo de Mercedes González-Haba.

Las situaciones de sus comedias son universales. Ha habido, hay y habrá personajes que carecen de escrúpulos morales y recurren a trampas, enredos y hasta vilezas, con tal de enriquecerse. El mundo gira entre estulticias, maldades, engaños  y las propuestas imaginativas de quienes aspiran a que las cosas mejoren.

Plauto es realista. Está alejado de lo que podríamos denominar optimismo antropológico.

Lo mejor que podemos decir de él, es que hoy se sigue representando a través de adaptaciones. Algunas, con evidente gracia, las ha realizado el dramaturgo José Luis Alonso de Santos, poniendo de manifiesto que hay un nexo entre el comediógrafo latino y un autor dramático de la actualidad, que nos ha legado obras como “La estanquera de Vallecas” o “Bajarse al moro”

Censurar y hacer risible lo ridículo funcionaba entre los romanos y sigue funcionando entre nosotros.

Plauto sigue vivo. En alguno de los festivales de teatro clásico, sería oportuno que tuviéramos la ocasión de disfrutar de algunas de sus obras, que hace mucho tiempo que no se representan. Por no  poner más que un ejemplo, citaré la “Mostellaria” (El aparecido), con sus fantasmas y calaveradas que incluso se pueden considerar antecedentes de Jardiel Poncela.  

Plauto nos mostró que las transgresiones dejan huella. Es más, ayudan a generar una conciencia crítica.


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