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La paradoja del sufrimiento: Cuando las víctimas adoptan roles de agresores

Por Rosa Amor del Olmo

En la historia humana, los ciclos de sufrimiento y agresión ofrecen lecciones profundas sobre la naturaleza de la violencia y la resiliencia. Una de las ironías más trágicas de la historia es cuando aquellos que han sufrido profundas injusticias a veces toman caminos que replican patrones de opresión hacia otros. Este concepto se puede describir utilizando términos como “la inversión de roles” o, más psicológicamente, podría analizarse bajo el concepto de “identificación con el agresor”, que es un mecanismo de defensa propuesto por Sigmund Freud. En este mecanismo, la persona que ha sido víctima de abuso comienza a adoptar características o comportamientos de su abusador, a menudo como una forma de reafirmarse y tratar de recuperar el control o el poder que sintió que perdió.

Este fenómeno se puede observar en varios contextos históricos y contemporáneos, y es un tema central en los debates sobre el conflicto israelí-palestino.

Tras el Holocausto, el mundo presenció uno de los ejemplos más extremos de sufrimiento humano. El genocidio de seis millones de judíos, junto con millones de otros perseguidos, dejó cicatrices profundas y un legado de pérdida inconmensurable. La creación del Estado de Israel en 1948 fue ampliamente vista entre los judíos como un refugio necesario, un lugar de seguridad donde podrían ejercer autodeterminación en respuesta a siglos de persecución.

Sin embargo, la historia de Israel no puede ser contada sin reconocer el sufrimiento de los palestinos. Desde la guerra árabe-israelí de 1948, que los palestinos llaman Nakba (“la catástrofe”), cientos de miles de palestinos fueron desplazados de sus hogares. Hoy, el conflicto israelí-palestino sigue siendo uno de los más polarizados y dolorosos del mundo, con acusaciones de violaciones a los derechos humanos de ambos lados, pero hay evidencias de que los palestinos salen perdiendo.

El término “genocidio” es potente y preciso, definido en el derecho internacional por la Convención sobre la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948) como actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Mientras que los críticos de las políticas israelíes, incluyendo a algunos israelíes, acusan al gobierno de prácticas que equivalen a crímenes de guerra o apartheid, el uso del término genocidio para describir la situación en Palestina es objeto de intenso debate y no es aceptado universal ni jurídicamente claro sin una contextualización adecuada.

La tragedia del conflicto reside en un ciclo aparentemente interminable de violencia y represalia. El filósofo judío Emmanuel Levinas, cuya ética se centró en la responsabilidad hacia el Otro, argumentó en su momento que el reconocimiento del sufrimiento del otro es fundamental para la convivencia humana. El punto de partida es el Otro, el otro desde la proximidad y no desde la mismidad donde la alteridad se diluye. En su visión, la pérdida de humanidad ocurre no solo cuando se sufre, sino también cuando se inflige sufrimiento.

Incorporar perspectivas diversas, especialmente de aquellos directamente afectados por el conflicto israelí-palestino, enriquece la discusión y promueve un entendimiento más profundo de las complejidades involucradas. En este contexto, es útil considerar las contribuciones de pensadores musulmanes y árabes, quienes ofrecen visiones valiosas sobre la paz, la justicia y la reconciliación.

Tariq Ramadan, un destacado intelectual musulmán suizo de origen egipcio ha abogado siempre por un enfoque que enfatiza la comprensión mutua y el diálogo interreligioso. Ramadan frecuentemente discute la necesidad de que musulmanes y judíos reconozcan sus historias compartidas y sus períodos de coexistencia pacífica, así como los tiempos de conflicto. Argumenta que ambas comunidades deben explorar cómo sus propios relatos históricos han sido moldeados por las perspectivas del otro y cómo estos relatos pueden haber contribuido a la perpetuación del conflicto.

Ramadan también insiste en la importancia de la justicia y la equidad como precursores de la paz duradera. Según él, cualquier solución al conflicto israelí-palestino debe asegurar la justicia para todos los afectados, lo que incluye reconocer y abordar el sufrimiento de los palestinos. Habla de la necesidad de un “nuevo nosotros” que pueda surgir solo a través del respeto mutuo y el reconocimiento de la dignidad y los derechos de cada persona involucrada en el conflicto.

Sheikh Imran Hosein, erudito islámico de Trinidad también aporta una perspectiva interesante, aunque más controversial. Su enfoque es más escatológico y se basa en interpretaciones del Corán y la Sunnah para analizar los eventos actuales, incluido el conflicto israelí-palestino. Hosein predice un retorno a un tiempo de mayor justicia donde la opresión será confrontada y superada. Aunque sus interpretaciones pueden ser vistas como extremas, reflejan la frustración y el anhelo de justicia que muchos sienten en el mundo musulmán.

Desde una perspectiva práctica, King Abdullah II de Jordania aparentemente ha sido un mediador activo en el proceso de paz del Medio Oriente. Promueve una solución de dos estados que reconozca los derechos de los palestinos a un estado soberano mientras garantiza la seguridad de Israel. Abdullah enfatiza que la paz duradera solo puede lograrse a través de soluciones diplomáticas que involucren tanto a actores regionales como internacionales, y que respeten los derechos humanos y las aspiraciones nacionales de todos los pueblos.

Estas voces muestran la diversidad de pensamientos dentro de la comunidad musulmana sobre cómo resolver el conflicto. Aunque sus opiniones y métodos son diferentes. Los llamados a la paz en la región a menudo se centran en la necesidad de empatía y reconocimiento mutuo de sufrimiento y aspiraciones. La historia de Israel es un poderoso testimonio de la necesidad de seguridad y soberanía, pero también es un recordatorio de que la seguridad no debe construirse a expensas de los derechos y vidas de otros.

La intervención de la comunidad internacional se requiere con mucha más fuerza ahora y sobre todo con más determinación, involucrándose con celeridad, dejando atrás cuestiones políticas e intereses. Tomar medidas serias e intervenir en una catástrofe humanitaria a todas luces difícil de asumir, es urgente, aunque los países solapen la información y la sociedad mire para otro lado.


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