
por Rosa Amor
Figura clave de los cuentos populares, desde los hermanos Grimm hasta los estudios Disney, pasando por Charles Perrault, Rossini y otros más que siguen haciendo versiones, Cenicienta ofrece la fábula moral de un destino invertido. También es la encarnación de la grandeza oculta, incluso reprimida, de una persona de gran potencial innato a la que, un día, un acontecimiento milagroso le devolverá la gloria merecida.
El mito es reconfortante en la medida en que parece prometer el reconocimiento de las virtudes del individuo más allá de los prejuicios ligados a su apariencia, y a pesar de los múltiples obstáculos que se oponen a priori a su realización. Pero una lectura más profunda del cuento revela interpretaciones mucho más engañosas en el inconsciente colectivo: Cenicienta es también la mujer que espera… al príncipe azul que la revelará a sí misma y al mundo.
Esta moral de la paciencia femenina, unida a una visión de la autorrealización dependiente de la intervención prodigiosa de un tercero, inspiró hace unos treinta años la noción de «complejo de Cenicienta» de la psicoanalista estadounidense Colette Dowling.
En 1981, la psicoanalista estadounidense Colette Dowling, analizando su propia experiencia como mujer económicamente independiente, que abrazó con entusiasmo el movimiento de liberación de la mujer, observó que, aunque no había razón para que no se sintiera perfectamente autónoma (se ganaba la vida, tenía una vida social propia y había elegido sus propias aficiones), le parecía que aún no había llegado su momento de vivir plenamente libre y asumir todas las responsabilidades a las que aspiraba. Tenía la sensación de estar esperando algo. Es así lo que nos sucede, la que escribe también padece esa sensación, esa espera de ser reconocida profesionalmente. Es lógico, no hay costumbre, las mujeres que nos dedicamos a las letras, a filosofar, a poetizar…parece que formamos parte del ambiente. Se empieza a ver reconocimiento en algunos campos, pero no en todos, claro. ¡Donde esté la escritura, la poesía de un hombre…! Y yo ya estoy mayor para escribir con pseudónimo.
En la observación de muchas mujeres que conozco, he visto repetidamente esta misma latencia que frena la energía, pospone las iniciativas en mayor o menor medida y alimenta una forma de ansiedad ante el éxito. Al mismo tiempo mantiene la espera de algo que no existe. Sufres en silencio pensando que un día pasará algo extraordinario y lo aguantas todo. Algunas son excesivamente dependientes y bondadosas con sus maridos pensando que algún día cambiarán, gracias a su esfuerzo. Detesto cuando me dicen: “te lo mereces” ¿Por qué me lo merezco? ¿Porque he sido una cenicienta en mi trabajo y en la vida y es necesario que alguien premie ese sacrificio? Pues alomejor, no lo sé. Sigo con mis dudas.
Pero no debemos olvidar que en la historia de Cenicienta, son mujeres las que la tienen esclavizada porque la envidian. Y eso es completamente cierto. Las mujeres somos las peores para reconocer el valor y cualidades de otra mujer. Si alguien hace algo mejor que yo, o tiene otra suerte mejor, pues hay que alegrarse, pero eso no sucede. En España el complejo de Cenicienta expresado por Dowling en términos más económicos y sociales, hizo su propio recorrido moral y conductual, en un régimen político que reivindicaba esa situación de ostracismo interior femenino. Las falsas religiones, las que interpretan de forma incorrecta las Escrituras, también lo hacen. Así es en general.
Entonces, ¿las mujeres temen en secreto tener éxito? Como mínimo, les preocupa, a menudo sin ser capaces de formularlo con claridad y menos aún de atreverse a expresarlo públicamente, lo que implicaría tener que sacrificar en términos de imagen de sí mismas para lograrlo, y los efectos que su ascenso al poder podría tener a los ojos de los demás.
Al considerar inconscientemente que el mecanismo de su éxito dependería de una (im)probable intervención externa para ponerse en marcha, las cenicientas mantendrían así una relación más o menos equívoca con la ayuda ofrecida por los demás: Oscilando entre la deferencia excesiva («se lo debo todo») y el rechazo desconfiado a todo lo que pueda obligarles («no quiero deberle nada a nadie»), tenderían a considerar su destino de una manera muy emocional (alguien ha sido «bueno» con ellos o, por el contrario, alguien les ha «perjudicado»), lo que no es muy propicio para una atribución equitativa de los factores de su realización personal.
Pero, ¿por qué las cenicientas nos avergonzamos tanto cuando se trata de combinar la simple humildad con el legítimo orgullo? Siguiendo a Dowling, la psicosociología contemporánea indaga en el papel de los referentes culturales de la feminidad, por un lado, y en la evolución de los comportamientos bajo el impulso de las recientes transformaciones sociales, en particular la generalización del trabajo femenino, por otro.
Y los cuentos morales de nuestra infancia que, precisamente, prometen a los pacientes valientes un final feliz por la gracia de un acontecimiento casi mágico, serían para reforzar la idea de que todo llega a los que saben esperar… en el caso de Cenicienta su reconocimiento –la prueba de que el zapato es suyo- también sucede en medio de una gran oposición por parte de sus hermanastras. Es decir, que sucede casi por azar ¡por los pelos! Como a última hora.
Las transformaciones sociales que han visto cómo la autonomía financiera de las mujeres se ha convertido más o menos en la norma han provocado las tensiones (tanto internas como posiblemente con los que las rodean) que surgen del deseo de «tenerlo todo»: una carrera brillante, una vida amorosa y social satisfactoria, una existencia social gratificante.
En contextos todavía insuficientemente inclusivos y que hacen de este legítimo objetivo un reto diario (por no decir una lucha), no es extraño que las mujeres se cuestionen sobre su «lugar» en la sociedad… Más aún cuando se enfrentan, en este cuestionamiento, a una cierta falta de referentes culturales y de referencias positivas para asumir plenamente sus múltiples ambiciones dentro de su identidad compuesta, un mundo alejado de las caricaturas que oponen crudamente la musa principesca y la madrastra ambiciosa.
La situación para las individuas comunes, se recrudece con la aparición –también por azar y fruto de la casualidad- de esas mujeres youtubers e influencers, que de un día para otro “alguien” decide que valen más que cualquiera que está en su casa tranquilamente. Ellas quieren que tú, que estás a tu rollo, quieras ser tan competitiva como ellas, a las que todos aclaman la mayoría de las veces por cuestiones de moda o de estupidez. En otras palabras, las mujeres, las jóvenes, necesitan modelos mucho más sutiles, diversos y creíbles, gente de verdad, más allá de los cuentos morales y las comedias románticas que perpetúan su herencia, para escribir su propia historia realista (no, no habrá príncipe azul ni hada madrina, ni baño de masas… ¡Excepto tú misma!), encontrando perfectamente normal que tenga capítulos gloriosos y pasajes más tumultuosos… ¡Y que los papeles no estén predistribuidos ni el final sea nunca predecible!
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