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Orígen del entendimiento hispánico y la filosofía árabe durante la Edad Media

Rosa Amor del Olmo

La península hispánica ha sido sin lugar a dudas, uno de los centros más internacionales y de convivencia del mundo que se pueda imaginar. Por nuestro país, pasaron las mejores mentes y los mejores textos de filósofos que abrieron sus páginas en la primera etapa medieval. Después como sabemos y a lo largo del tiempo se desarrollaron en nuestro país en construcción por aquel tiempo corrientes religiosas, es decir, teólogos surgidos de un inicial encuentro con parte de la filosofía árabe. Sólo quiero recordar algunos apuntes.

El centro de creación intelectual de la filosofía árabe en la etapa Medieval (premedieval) se centró en Bagdag, y en el siglo IX constatamos la influencia de una primera gran figura, a la vez que Escoto Eriúgena en Occidente: Al Kindi.  (Kufa, actual Irak, 801 – Bagdad, 873). Al-Kindi trabajó en filosofía, astrología, astronomía, cosmología, química, lógica, matemática, música, medicina, física, psicología y meteorología. Hombre profundamente religioso, fue de los primeros que hicieron traducir al árabe la obra de Aristóteles, de quien recibió una profunda influencia al formular su propia obra filosófica. Sus trabajos tuvieron posteriormente gran impacto en Averroes. Elaboró una teoría de las categorías. A su influencia aristotélica se unía un profundo conocimiento de las matemáticas, la medicina, la geometría y otras disciplinas científicas. Ello, unido a su defensa del libre albedrío entre sus coetáneos, le llevó a considerar la necesidad de crear una doctrina filosófica capaz de agrupar los distintos conocimientos humanos. La Edad Media europea solo conoció muy pequeña parte de esta inmensa obra. Pero en cambio uno de sus escritos ha llegado a tener una importancia especial por tratar un tema que tuvo mucha repercusión en Europa: el problema del entendimiento.

En el siglo IX tuvo lugar un amplio conocimiento por los árabes del legado de las ciencias naturales y la filosofía de la Antigüedad. Centraron su atención en la filosofía de Aristóteles, en la que predominaba el interés por los problemas de las ciencias naturales y la lógica. La asimilación de la filosofía aristotélica estaba mediatizada, empero, por el conocimiento de las obras de sus comentaristas posteriores de las escuelas neoplatónicas de Atenas y de Alejandría. El aristotelismo “neoplatonizado” constituyó la base de las doctrinas que se desarrollaban en el cauce de la principal corriente de la filosofía árabe medieval: peripatetismo oriental (Peripatéticos). Se estima que el fundador de esta corriente fue Al-Kindi, pensador que por primera vez puso en circulación las principales concepciones del aristotelismo. El desarrollo sucesivo del peripatetismo oriental está vinculado con los nombres de Farabi (870-950) e Ibn Sina. Contrariamente a Al-Kindi, estos filósofos demostraban la eternidad del mundo. Afirmaron que los fenómenos cósmicos y naturales no dependen de la predestinación divina, pues el saber de Dios sólo se extiende a lo universal y no a lo singular. Lo universal (ideas generales) tiene una triple razón de ser: en la razón divina, en las cosas y en el intelecto humano; la materia sólo está predispuesta para adoptar las formas, pero las recibe desde fuera; el “donador de las formas” para el “mundo sublunar” es la denominada “razón activa”, que da origen también a las almas humanas, que son inmortales. El fin supremo del ser humano estriba en el conocimiento de esta razón.

En el siglo siguiente vivió otro pensador más importante si cabe, muerto hacia el 950: Al Farabi; este hombre irá más allá de la traducción, comentando la obra de Aristóteles e introduciendo la teoría del intelecto agente, como forma separada de la materia, que adquirió enorme importancia en la filosofía musulmana especialmente en la distinción entre la esencia y la existencia. Después aparece Avicena (Ibn Sin), que vivió del 980 al 1037. Este hombre fue un grandísimo filósofo, teólogo y uno de los médicos más famosos del mundo islámico y de toda la Edad Media. Tuvo una extraña precocidad, y su vida fue agitada y ocupada por cargos públicos y placeres, a pesar de lo cual dejó una copiosa obra. Su obra más importante, AlSifa (la Curación) es una Suma de su filosofía, de inspiración fuertemente aristotélica. También escribió AlNayat (la Salvación) y otros muchos tratados. El mundo árabe le conoce bien y no es de extrañar por tanto hallazgo e intelectualidad modernista.

En la Edad Media, intervino en el pensamiento la llamada Metafísica de Avicena, de la que proceden gran parte de las ideas de los escolásticos cristianos, por cierto. Avicena recogió la distinción entre esencia y existencia, que en sus manos adquirió gran importancia; introdujo la noción de intencionalidad, tan fecunda en nuestro tiempo, y dejó una huella hondísima en toda la filosofía posterior, muy particularmente en Santo Tomás.

¿Quién era Avicena?

Ibn Sina, conocido en Occidente como Avicena, fue una figura emblemática de la Edad de Oro del Islam y nació en Bujará, Gran Jorasán (actual Uzbekistán), alrededor del año 980 y falleció en Hamadán en 1037. Polímata de renombre, su obra abarcó múltiples disciplinas como la medicina, la filosofía, la astronomía y la ciencia en general, dejando un legado de aproximadamente trescientos libros que influyeron considerablemente en el desarrollo intelectual tanto en el mundo islámico como en el occidental.

Avicena es más conocido por dos obras fundamentales: «El libro de la curación», un vasto compendio filosófico y científico que intenta abarcar todo el conocimiento existente en su época, y «El canon de medicina», que se convirtió en un referente médico esencial para los estudiosos de la medicina tanto en el mundo islámico como en Europa durante varios siglos. Este último texto, conocido también como Canon de Avicena, consolidó a Avicena como una de las figuras médicas más destacadas de la historia y un precursor clave de muchas prácticas de la medicina moderna.

Sus contemporáneos y discípulos le apodaron Cheikh el-Raïs, lo que se traduce como ‘príncipe de los sabios’, debido a su profunda erudición y su estatus como una autoridad suprema en numerosas disciplinas. También fue considerado como el «tercer maestro», precedido únicamente por Aristóteles y Al-Farabi, lo que subraya su posición como uno de los intelectuales más influyentes de su tiempo.

Avicena vivió y trabajó bajo el patrocinio de las dinastías samánida y búyida en Persia, en un período en que esta región experimentaba un notable florecimiento cultural y académico. Bujará, bajo el reinado de los samánidas, se convirtió en uno de los centros culturales y académicos más importantes, rivalizando con Bagdad. Este clima propició que Avicena tuviera acceso a vastas bibliotecas en lugares como Balkh, Khwarezm, Gorgán, Rayy, Isfahán y Hamadan, lo que enriqueció su trabajo y producción intelectual.

El contexto de la época también se caracterizó por un interés renovado en estudios de textos clásicos grecolatinos, así como persas e hindúes, lo cual se refleja en la obra de Avicena, quien integró y expandió estos conocimientos. La traducción y el estudio de estas obras antiguas fomentaron el desarrollo de campos como la matemática, la astronomía y la medicina.

Además de sus contribuciones en filosofía y ciencia, Avicena también influyó en el ámbito teológico y filosófico, dialogando y debatiendo con otros grandes eruditos de su tiempo, como Abu-Rayhan al-Biruni y otros. A través de sus escritos y debates, Avicena no solo perpetuó el conocimiento de sus predecesores sino que también sentó las bases para futuros desarrollos en diversas áreas del saber.

El saber

Frente a este grupo de filosofías aparece entre los árabes un movimiento teológico ortodoxo, enlazado con la mística del sufismo, influido fuertemente por el cristianismo y por corrientes indias neoplatónicas. 

El más importante de estos teólogos fue Algazel, autor de dos libros titulados La destrucción de los filósofos y La renovación de las ciencias religiosas. Algazel (Al-Ghazali) fue un místico ortodoxo, no panteísta, a diferencia de otros árabes que aceptan las teorías de la emanación. Aparte de una defensa del islam en cuarenta libros llamada Prueba del islam, lo escribió con una finalidad antifilosófica un tratado en dos partes: Las intenciones de los filósofos, parte expositiva, y La incoherencia de los filósofos, parte crítica, en la que rebate sus afirmaciones. El Occidente latino sólo conoció la primera parte, Maqasid al falasifa traducida por Domingo Gundisalvo como una de las aportaciones de la llamada Escuela de Traductores de Toledo. Se transmitió el error de considerarlo uno de los principales discípulos de Avicena y fue considerado en Europa como un filósofo antes que como un teólogo. En cambio, Averroes le critica en su obra titulada Incoherencia de la incoherencia, que en latín se conoció como Destrucción de la destrucción. Esta escuela (Traductores de Toledo) sigue existiendo bajo sabia dirección y es junto a la Escuela Roi Fad de Tánger y la de Alejandría, los mejores centros del mundo de traducción, todavía activos en la actualidad.

Algazel Abū Ḥāmid Muḥammad ibn Muḥammad at-Tūsī al-Ghazālī, en árabe أَبُو حَامِد الغَزَالِيّ, latinizado como Algazael, Al-Ghazali (Ghazaleh, Irán, 1058 – Tus, Irán, 19 de diciembre de 1111), sirvió como transmisor de la obra de Aristóteles y comentarista de sus seguidores musulmanes Avicena y Alfarabi. Aunque estudió los postulados racionalistas, llegó al convencimiento de la ineficacia de la razón como herramienta de conocimiento o de comunicación con Dios; eso le hizo llegar a postulados místicos y a abrazar el sufismo durante diez años. Sus obras principales son, aparte de La destrucción de los filósofos tan criticada por Averroes, sobre todo Revivificación de las ciencias religiosas. Rechaza la eternidad del mundo como herética, subordinando la filosofía a la teología: al lado del conocimiento ordinario, fruto de los sentidos, coloca un conocimiento intuitivo fruto de la ascética y la fe. Su moral, aunque fundada en El Corán, acusa influencias griegas y cristianas. Criticó duramente las doctrinas racionalistas de Alfarabi.

Con toda probabilidad más tarde, regresó a sus postulados de principio que otorgaban un papel central a la razón como herramienta del conocimiento humano, ejerciendo de nuevo el magisterio. Escribió también una autobiografía titulada El que libra del error, donde expone su itinerario espiritual, de la que hay traducción moderna). Algazel fue por tanto, el teólogo que inspiró a los Almohades, pero no a los Almorávides, y así, a comienzos del siglo XII, el emir almorávide Alí ben Yúsuf ordenó, aconsejado por ciertos alfaquíes, que se quemaran las obras del teólogo Algazel.

Bibl: Algazel: Confesiones: El salvador del error, introducción y notas de Emilio Tornero, Madrid: Alianza Editorial, 1989

Guerrero, Ramón. (1985). El pensamiento filosófico árabe. Madrid. Cincel, D.L. ISBN 84-7046-403-5.

Ferrater Mora, J. (1984). Diccionario de Filosofía (4 tomos). Barcelona. Alianza Diccionarios. ISBN 84-206-5299-7.


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