
Noelia Valle, Universidad Francisco de Vitoria
Thomas Edison, Albert Einstein y Santiago Ramón y Cajal tuvieron grandes dificultades en la escuela. Al primero lo expulsaron con 8 años, Einstein abandonó el bachillerato en el último curso y el ilustre premio Nobel español conoció azotes y todo tipo de castigos en cada escuela por la que pasó.
Por supuesto, ni todos los niños traviesos serán grandes genios, ni todas las personas ilustres han tenido una etapa escolar difícil, pero en una sociedad que aún valora a sus jóvenes por el rendimiento académico, estas anécdotas no dejan de servirnos de inspiración.
Además de su aversión por la educación formal y lo transcendental de sus logros posteriores, estos tres niños tuvieron al menos otras tres cosas en común: la implicación de sus progenitores en su aprendizaje, una relación temprana con el arte y una curiosidad innata por el mundo.
Un niño de pueblo que se aburría en la escuela
No sabemos si Santiago Ramón y Cajal era un niño de altas capacidades, pero sí que, como éstos, se aburría en una escuela que poco le aportaba. Su padre le enseñó a leer y escribir, además de aritmética, física, geografía y francés, a partir de los 4 años. El propio Santiago consideraba en sus memorias que le enviaba a la escuela con el objetivo de que estuviera “sujeto” durante unas horas más que con el de que aprendiera.

Santiago fue un niño con una admiración y curiosidad insaciables por la naturaleza. Se crió en un pueblo, al aire libre, lo que le permitió desarrollar agilidad, fuerza y astucia. Aunque el dibujo fue siempre el mayor de sus deleites, también tuvo etapas de pasión por la musculación, la filosofía y la literatura. Tras descubrir las novelas de Julio Verne escribió su propia novela divulgativa (o de vulgarización científica como se decía en sus tiempos), al más puro estilo El chip prodigioso. ¡Muchos daríamos lo que fuese por poder leer esa obra perdida!
Tan grande era su devoción por la contemplación de los fenómenos naturales como su antipatía hacia el trato social. Lo primero le llevó a convertirse en un dibujante compulsivo, lo segundo a adquirir cierta fama de persona reservada y huraña. Ambas cualidades fueron duramente criticadas y castigadas por su padre.
Un padre culto y exigente
Ramón y Cajal describe a su padre, que era médico, con las virtudes de un buen maestro: despertar la curiosidad y acelerar la evolución intelectual. Lo llamó “comadrón de inteligencias” y lo comparó con un jardinero “que espera ansioso la primavera para reconocer el matiz de la flor sembrada y comprobar la bondad de los métodos de cultivo”.
Pero también era una persona con una concepción utilitarista y algo pesimista del mundo, que persiguió durante años el afán artístico de su primogénito convencido de que era oficio de gandules y que le convertían en un niño solitario. Lejos de ceder al deseo paterno, Santiago encontró siempre alguna superficie que emborronar e incluso agudizó su ingenio extrayendo colores a partir de papeles pintados cuando le privaban de sus lápices.
Tampoco escatimó en castigos y escarmientos para contener el carácter indómito de su hijo. En una ocasión le paseó por el pueblo atado al brazo de su hermano después de haberse escapado de casa durante varios días. En otra, permitió que le encerrasen en la cárcel tras destrozar la puerta de un vecino con un cañón de fabricación propia. Y dos veces le buscó trabajo, como aprendiz de zapatero una y de barbero la otra, como escarmiento por su indisciplina en el instituto.
Un joven rebelde que no aprendía memorizando
Esta descripción que, según nos cuenta el propio Ramón y Cajal en su autobiografía, hizo el padre de su hijo ante los escolapios de Jaca, donde lo matriculó a los 10 años, dice tanto de uno como del otro:
“De concepto lo aprenderá todo; pero no le exijan ustedes las lecciones al pie de la letra, porque es corto y encogido de expresión. Discúlpenle ustedes si en las definiciones cambia palabras empleando voces poco propias. Déjenle explicarse, que él se explicará”.
El futuro científico reconocía que su “retentiva para los nombres sueltos era mediocre”. Sin embargo, “en cuanto la palabra y la idea quedaban estrechamente vinculadas con alguna percepción visual clara y vigorosa” quedaban aprendidos para siempre.
La importancia del dibujo
Encaminado ya hacia los estudios de medicina, fue de nuevo el padre quien incentivó el aprendizaje de Santiago. Convencido de que éste surge leyendo las cosas y no los libros, escalaron juntos la tapia del cementerio de Huesca y se hicieron con una buena colección de huesos para iniciar sus estudios de anatomía. Utilizando ese macabro tesoro desarrolló en el hijo “la sensibilidad analítica, la aptitud de percibir lo diferenciado y nuevo en lo al parecer corriente y uniforme”.

Sediento de entender lo que le rodeaba, encontró en la anatomía, y después en la histología (o anatomía microscópica), una nueva forma de explorar “una naturaleza viva (…) llena de áreas inacabables de tierras ignotas”. Y así, además de poder usar sus dotes artísticas, se convirtió en el mejor histólogo de todos los tiempos.
Qué podemos aprender de las peripecias de Ramón y Cajal
El ejemplo del pequeño Santiago Ramón y Cajal nos puede servir para tomar una serie de lecciones aplicables a nuestra manera de enseñar:
- La importancia de despertar la curiosidad, respetar los tiempos de aprendizaje y la necesidad de actividad física de los niños para mantener la motivación y asegurar el rendimiento en la escuela. Como Cajal, muchos niños y niñas muestran una energía desmedida en el aula y falta de atención. Castigar o premiar, segregar u homogeneizar no son la solución. No todos tenemos la suerte de tener un adulto cerca con la actitud didáctica e innovadora del padre de Ramón y Cajal. Por eso una labor docente que tenga en cuenta tanto las habilidades como las necesidades de cada estudiante es fundamental en su desarrollo.
- No solo aprendemos de los libros. La naturaleza es una fuente inacabable de aprendizajes. En una sociedad cada vez más alejada del medio natural, empiezan a hacerse patentes las carencias que esto conlleva. Tal es así, que poco a poco se están creando entornos que permitan acercarnos de nuevo a una educación en la naturaleza.
- Estimular la lectura y el arte en cualquiera de sus manifestaciones (música, pintura, teatro) en los más pequeños tiene un papel fundamental en su desarrollo integral (cognitivo, emocional, motor). El padre de Ramón y Cajal se equivocó de pleno al tratar de anular sus dotes artísticas, aunque ¿quizás fue eso lo que cultivó la “cabezonería” necesaria para que Santiago Ramón y Cajal acabase descubriendo la doctrina de la neurona?
Noelia Valle, Profesora de Fisiología, Creadora de La Pizarra de Noe, Universidad Francisco de Vitoria
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
Descubre más desde Isidora Cultural
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.