
Félix Alonso, Presidente Colectivo Rousseau. San Lorenzo de El Escorial
La famosa novela “Tiempo de silencio” constituye una crítica al realismo social de los años 50, que- como dice Lobanyi- pretendía describir la realidad como si estuviera captada por un objetivo de una cámara fotográfica, describiendo los hechos y prescindiendo de cualquier elemento subjetivo. La lectura de, por ejemplo, “La piqueta” de Antonio Ferres, nos narra la tragedia que supone el derribo de una chabola. Postguerra en blanco y negro con una fuerza dramática que pone los pelos de punta. “Tiempo de silencio” sin embargo, nos advierte que para captar el sentido de la realidad no es suficiente representar su superficie visible. La imagen de la madre de Matías en un espejo nos muestra que es una máscara. En el prostíbulo Pedro se esconde bajo los aspectos de una comida familiar ocultando la realidad de la explotación sexual. La crítica social en “Tiempo de silencio” es demoledora, el uso de la duplicidad de las palabras penetra en el lector y demuestra que lo que existe debajo de la superficie es más contundente que la doctrina objetivista.

Reconozco que me resultó difícil mi primera lectura inconclusa en la edición de Seix Barral, luego fue más fácil, con la recuperación de las páginas censuradas en una nueva edición con ocasión de la presentación del libro “Vida y muertes de Luis Martín Santos” en el Círculo de Bellas Artes, y ahora ya la lectura definitiva, en la nueva edición con prólogo de Enrique Vila Matas. Esta nueva lectura me ha dado mucho placer al compaginar la misma con el libro de Sesman :“Ni una, Ni grande, Ni libre”, ya que la novela acusa al primer franquismo de fomentar la mala fe con un discurso nacionalista que pretende que está bien lo que evidentemente no está bien, y es que, y así lo destaca Sesma el discurso franquista se destacó por su capacidad para tergiversar la realidad, atribuyendo sus propios crímenes a los republicanos (la destrucción de Guernica) y presentando a los vencedores como víctimas de los vencidos (Labany).
La revista Ínsula ha dado una nueva clave para leer la novela, poniendo la misma bajo la teoría del optimismo cruel de Laurent Berlant. Así se nos permite apreciar la dimensión psicológica del análisis sociopolítico de Martín Santos. Berlant analiza la interiorización del discurso del “sueño americano” por parte de los ciudadanos de los países democráticos en los años posteriores a la segunda guerra mundial, cuando dichos países prometieron el acceso universal a una prosperidad consumista. Lo que interesa a la autora es el hecho de que hoy en día, cuando este sueño está desacreditado, las clases desfavorecidas siguen creyendo en él, a sabiendas de que es falso. Precisamente la victoria de Trump confirma las teorías de Berlant. Este fenómeno, que como ya hemos referido, lo califica de optimismo cruel ya que permite a los menos privilegiados seguir creyendo en un mundo mejor, a pesar del dolor causado por la imposibilidad de alcanzarlo.
“Tiempo de silencio” denuncia una versión invertida del optimismo cruel al criticar la promoción de los franquistas, que declaraban que los españoles vivían en el mejor de los mundos. Un diputado de VOX nos ha traído a las cortes ese discurso recientemente. En fin, que el análisis de Berlant nos ayuda a entender por que los personajes de “Tiempo de silencio” interiorizan un discurso evidentemente falso, suscribir la idea de que viven en el mejor de los mundos les permite seguir viviendo a pesar de la estrechez de sus vidas.
Los personajes que asumen el discurso franquista que hacen pasar por bueno lo que está mal son, sobre todo, la dueña de la pensión y por supuesto el protagonista Pedro. El lenguaje erudito del narrador tiene la función crítica de hacer patente al lector su falsedad, desmontando el discurso franquista al asumirlo de forma exagerada. Los monólogos interiores de Pedro, que podemos ver en ellos una analogía con los de Leopold Bloom en el Ulises, contrastan con la parquedad de los diálogos. La mala fe de Cartucho es un intento de justificar los actos violentos. El narrador asume (dicen los teóricos) el mito de la pobreza alegre para hablar del extrarradio. He recibido el libro del dirigente vecinal Félix López Rey, titulado “Orcasitas” donde define con precisión el mundo de las chabolas, yo no estoy tan seguro de la alegría de esa pobreza, aunque el muecas y sus hijas así lo parece en la novela.
En la novela hay mucha intercalación de apartados ensayísticos, de los que no vamos a profundizar, no obstante, si que podemos destacar que la acción se desarrolla en el Madrid del 49, fecha de la famosa conferencia en el cine Barceló de Ortega y Gasset, reseñada en la ficción , acudiendo Pedro con Matías a la misma. El final de la novela es una referencia al martirio de San Lorenzo, con una denuncia explícita al mito del estoicismo español, asumido por Pedro al fracasar en su carrera a sabiendas que se está engañando. Termina así:
“El sol sigue tan tranquilo entrando en el departamento y allí se dibuja el Monasterio. Tiene todas sus cinco torres apuntando para arriba y ahí se las den todas. No se mueve. Tiene piedras alumbradas por el sol o aplastadas por la nieve y ahí se las den todas. Está ahí aplastadito, achaparradete, imitando a la parrilla que dicen, donde se hizo vivisección a ese sanlorenzo de nuestros pecados, a ese sanlorenzaccio que sabes, a ese sanlorenzón a ése que soy yo, a ese lorenzo, lorenzo que me des la vuelta que ya estoy tostado por este lado, como las sardinas, lorenzo, como sardinitas pobres, humildes, ya me he tostado, el sol tuesta, va tostando, va amojamando, sanlorenzo era un macho, no gritaba, no gritaba, estaba en silencio mientras lo tostaban torquemadas paganos, estaba en silencio y sólo dijo -la historia sólo recuerda que dijo- dame la vuelta que por este lado ya estoy tostado… y el verdugo le dio la vuelta por una simple cuestión de simetría.”
El hecho de que la novela termine así, después de coger el tren en la estación de Príncipe Pio y pasar cerca de los ermitaños, con el Monasterio al fondo podía servirnos (me refiero a los vecinos de San Lorenzo de El Escorial) para que el libro “Tiempo de Silencio” fuera un referente de lecturas críticas de literatura, con eventos programados a lo largo del año.
En otro artículo reciente hice referencia, a la estancia en el Auditorio preparando la obra “Caridad”, de la famosa actriz Angélica Liddell, otro referente en teatro. Sigamos el hilo, buenas cosas de vanguardia se podrían hacer.
La conferencia que el Colectivo Rousseau realizó en la Casa de Cultura para celebrar el centenario de Martín Santos con Francisco Cánovas y Javier Carro, terminó con una semblanza política a cargo de Antonio Chazarra, que causó la sensación entre los asistentes de que, las definiciones que hace el autor de los calabozos cuando fue detenido Pedro, no eran de oídas, Luis Martín Santos pagó por su militancia política, decía así Chazarra:
– Su olvidada trayectoria de dirigente del partido socialista en años de represión y silencio impuesto –
Son las generaciones luminosas
que fueron, pero aún viven, que aún existen.
Vicente Aleixandre
No prestamos atención a muchos Centenarios, quizás porque el pasado tan importante para interpretar las claves del presente, cada vez nos interesa menos. El de Luis Martín-Santos (1924-2024) está pasando como de puntillas entre la abulia y la frivolidad.
Apenas se presta atención a su “Tiempo de Silencio” (1962), una obra pionera en la renovación literaria durante los años de plomo. Nos abrió una senda poco o nada transitada, en lo concerniente a la narrativa experimental.
En cuanto a Luis Martín-Santos por regla general, se sabe muy poco de su figura. Fue siempre polémico, renovador y rompedor. Una de las facetas que más se desconoce es su militancia política. Se afilió al PSOE y, no sólo eso, sino que como miembro de la Ejecutiva era el encargado de enlazar lo que entonces se llamaba el interior con el núcleo dirigente de Francia.
Es un deber de memoria deshacer clichés y lugares comunes, poniendo cada cosa en su lugar. El Partido Comunista fue clave en la lucha contra la dictadura, más hay que cuestionar esa maledicencia de cien años de historia y cuarenta de vacaciones. Las cosas no fueron así y hay que mirarlas retrospectivamente, con rigor.
Hoy, cuando tanto se habla de guerras culturales, cuando desde determinadas instancias de poder se fomenta la superficialidad y la intranscendencia como mecanismos de control, es más necesario que nunca permanecer atentos y denunciar, con valentía, que determinados núcleos de poder, sus voceros y altavoces, se alimentan de nuestras inseguridades y miedos. Es más, sin que seamos del todo conscientes, cada día padecemos más manipulaciones algorítmicas que al igual que vampiros nos van arrebatando el control sobre nosotros mismos. Puede que exagere, más me parece que la inteligencia artificial contiene muchas trampas hábilmente tendidas, que amenazan con hacer que acabemos vistiendo el ropaje uniformista de una supuesta libertad, que en realidad es esclavizadora.
Tras este breve excurso, volvamos a Martín-Santos. El título de “Tiempo de Silencio”, además de una novela que abría diversos caminos marcadamente europeístas y cosmopolitas, venía a ser la definición de la España sombría, triste y represiva que le tocó vivir y frente a la que reaccionó.
Fue un espíritu inquieto, cuando residió en Madrid se relacionó con Castilla del Pino y con los movimientos culturales más vanguardistas. Pronto, a mediados de los cincuenta, se aproximó y colaboró con la ASU (Asociación socialista universitaria) donde tuvo la oportunidad de dialogar y confrontar ideas con Javier Pradera, Francisco Bustelo, Luis Gómez Llorente… entre otros.
Son conocidos los incidentes de 1957. Su compromiso fue a más y se decidió a ingresar en el Psoe, del que llegó a ser dirigente.
Jugó un papel decisivo para orientarlo, un hombre cuya memoria hay que reivindicar y que derrochaba capacidad organizativa y entusiasmo, me estoy refiriendo a Antonio Amat al que habrá que volver por la importancia que tuvo en esos momentos.
El Partido socialista estaba vivo, prueba de ello son las caídas de sus dirigentes en esos años. Es una época que se conoce poco. Entre mis recuerdos figura lo que me contaban los amigos de mi padre, que habían pasado por las cárceles franquistas o que iban regresando del exilio.
Trabo amistad y empatizó con Ramón Rubial. Mantenía discusiones con Enrique Múgica, que ya había abandonado el Pc y militaba en el Psoe.
Era necesario mantener una comunicación entre el interior y el exterior. Luis Martín-Santos cumplió esa función. Era elegante, buenos modales e ideas innovadoras… que se adelantaban a lo que más tarde se puso de manifiesto en los Congresos de Toulouse y Suresnes.
La dirección del exterior se iba progresivamente estancando y fosilizando. Seguía muy apegada a las heridas abiertas en el seno de la izquierda. Luis Martín-Santos, como Gómez Llorente o Carlos López Riaño ya eran partidarios de un mayor protagonismo del interior y de coordinar acciones con otras fuerzas políticas con el objetivo de socavar la dictadura.
Ahí está la semilla, el germen de lo que fue la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia, que desembocaron en la Platajunta. El choque era inevitable. La visión y la estrategia del interior y del exterior, se iba abismando. Uno de los puntos de divergencia era la colaboración con otras fuerzas de izquierda.
Es de destacar que Luis Martín-Santos tenía las ideas propias de un socialismo democrático y rechazaba tanto el nacionalismo vasco –sus vínculos con Donostia eran profundos- como el centralismo español tan agresivo y excluyente.
Me parece interesante destacar que “Tiempo de silencio” que causó un fuerte impacto entre las vanguardias, sufrió la amputación y censura de más de veinte páginas y no se publicó integra hasta una fecha tan tardía como 1980. “Tiempo de silencio” es un fiel reflejo del ambiente del momento en que fue escrita. En los primeros sesenta hablar de estilo indirecto libre o monólogo interior era, desde luego, una rara avis.
Sus innovaciones formales en la línea de James Joyce, eran incomprensibles para el denominado realismo social. Martín-Santos acuñó el término realismo dialéctico que, como tantas otras de sus propuestas, cayó en el olvido.
Era asiduo del Café Gijón. Allí conoció y trató, entre otros intelectuales inquietos, a Juan Benet y a Rafael Sánchez Ferlosio. Son asimismo apreciables sus preferencias y lecturas literarias y de pensamiento. Leyó a Jean Paul Sartre y se interesó por el existencialismo cuando muy pocos lo hacían.
Como psiquiatra, unía a su formación como médico, una preparación filosófica sólida. Se interesó por el psicoanálisis en un momento sombrío en nuestra cultura. Manejaba con soltura el pensamiento de Dilthey y Jaspers, sobre todo en lo concerniente a enfermedades mentales.
Su faceta de activista y de enlace no debe olvidarse. Pasaba muchas horas en la carretera… eso naturalmente, influyó en el accidente que le costó la vida.
Detenido y encarcelado en varias ocasiones, es una prueba viva de que desde el Psoe también se luchaba contra la dictadura.
Al recordar a Martín-Santos en su Centenario, no hay que desligarlo de una España amedrentada, llena de miedos… donde se torturaba y reprimía con dureza cualquier intento de cambio… más, donde surgió la semilla de la renovación. Atrás han quedado los estados de excepción, las experiencias de la tercera galería de Carabanchel y los abnegados ejemplos de lucha y sacrificio por la democracia y los derechos humanos. Una España donde leer un libro de Tuñón de Lara era motivo de un proceso y varios años de cárcel.
No hay que olvidar, tampoco, que ese largo tiempo de silencio tuvo muchos cómplices… que son quienes más se oponen a que se conozca con detalle, lo que aconteció en esos años de plomo.
El compromiso de L. Martín-Santos fue político, mas también, social y cultural.
De cuando en cuando, conviene releer de forma crítica y heterodoxa el Manifiesto Comunista. Hace años que no se cita el lúcido y anticipatorio comentario de Marx y Engels, sobre los intentos de convertir lo sólido en algo volátil que se disuelve en el aire.
Aquí y ahora, es constatable que no pocos siguen en ello con las peores intenciones.”

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