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Las mujeres en el imperio español (III)

Francisco Massó Cantarero

Eres, mujer, don del cielo

Exuberante en afecto,

Rica en brío insurrecto,

Redentora en el duelo,

(Adelaida Porras-Medrano, Las huellas del vuelo)

Las mujeres españolas cuyos nombres y apellidos conservamos llevaron a América un coraje mayúsculo, desde el momento que supieron afrontar las incomodidades del viaje, descritas con gran verosimilitud y realismo por Lola Herrera en su libro Despertar del olvido. No menores eran los riesgos sanitarios que conllevaba el trayecto que, en algún caso –Francisca de la Cueva- supuso la pérdida de la vida.  

Hasta que Colón atravesó el Atlántico, la navegación era de cabotaje; es decir, que el marinero no perdía de vista la costa que andaba bordeando. El Almirante quería navegar hacia el oeste y por tanto, el cabotaje no le servía. Él necesitó utilizar alta tecnología para aquella época (aguja de marear, astrolabio, cuadrante, escandallo, ampolletas) que hoy pueden parecer juguetes, pero que, a finales del siglo XV, eran técnicas punteras no conocidas por otros países de Europa, ni siquiera Portugal. Por esa capacitación, Colón pudo ir y volver, atravesando el mar. Es una hazaña que singulariza a Castilla, el país más avanzado entonces.

Sin embargo, las condiciones a bordo eran muy precarias y penosas para el pasaje. Sólo había un camarote para el capitán, o personas insignes como los virreyes que viajaron después. El resto de viajeros iba hacinado, junto a la comida, los animales, pertrechos y enseres que transportaran. Baste decir como ejemplo, que era necesario barrer y fregar la cubierta dos veces al día.

Con esas incomodidades viajaron señoras de alcurnia como Isabel de Bobadilla y Peñalosa, mujer de Pedro Arias Dávila, alias “Pedrarias”, conocido en la Corte como el Justador, con quien tuvo ocho hijos. Isabel era sobrina de la marquesa de Moya, conquense, camarera de Isabel I y hada madrina de Cristóbal Colón. Su esfuerzo en América se ciñó a la exploración de Acla (tierra de huesos humanos) que aún conserva la cruz de San Andrés en su escudo, Panamá y Nicaragua.

Era una mujer de carácter, que se enfrentó un día al padre las Casas en plenos oficios religiosos, le ordenó bajar del púlpito y lo mandó callar. ¿Qué diría hoy si supiera que los acólitos izquierdistas del Sr. Bergoglio están promoviendo la beatificación de aquel fantasioso apóstol de la hipérbole y la falacia? El padre las Casas provoca que el lector desate su imaginación por lo que él insinúa y no dice; por ejemplo: “si se hobiese de contar las particulares crueldades y matanzas que los cristianos de aquellos reinos han cometido y cada día cometen, sin duda serían espantables y tantos que todo lo que hemos dicho se escureciese y pareciese poco” (Brevísima relación de la destrucción de las Indias, p. 164, Ed. Cátedra, Madrid, 1996). Es una concesión literaria que deja claro que el fraile tira la piedra y esconde la realidad en la que hay que creer que se fundamenta. Sin duda, un Domini canis más falso que un evangelio apócrifo contando milagros, que de ese modo acusaba a los encomenderos para que los oficiales reales les expropiaran las tierras y, de resultas, la Ordo Praedicatorum a la que él pertenecía se quedara con las encomiendas expropiadas…“Tan Xan como Perillán”, dijera un gallego.

Isabel hizo el trayecto de ida y vuelta varias veces. Uno de sus viajes vino a defender a su marido ante la regente, Isabel de Portugal, a quien regaló la perla peregrina que la reina luce en el, falso-verdadero, retrato de Tiziano. Tal vez lo hiciera para corromper su criterio… No obstante, la reina falló ecuánimemente, sin romper la buena amistad que las unía. ¡Arte de mujeres!. Pedrarias había ajusticiado a su propio yerno, Vasco Núñez de Balboa, por las rivalidades cainitas entre españoles, que fueron constantes a lo largo y ancho del imperio.

La primera gobernadora con mando en plaza y reaños para defender sus derechos fue Aldonza Villalobos Manrique, responsable del gobierno de isla Margarita. Era hija de Marcelo, un oidor de la Real Audiencia de Santo Domingo, a quien la Corona encomendó la población de la isla, con el privilegio de nombrar de forma hereditaria la sucesión del gobierno en 1520, precisamente el año del nacimiento de Aldonza.

En 1526 muere el padre, y su viuda, Isabel, ejerce el gobierno de la isla en nombre de su hija, sin llegar a viajar a la misma. En 1535, el gobierno de la isla se encarga al alcalde mayor de Cubagua, alegando incumplimientos de las capitulaciones reales otorgadas a Marcelo. Pero Aldonza lucha por recuperar sus derechos como gobernadora y lo logra en junio de 1542, año de la proclamación de la Nuevas Leyes de Indias, formuladas sobre el innovador veredicto de la Escuela de Salamanca. Aldonza gobernó la isla durante los treinta y tres años posteriores, a través de tenientes gobernadores a los que controlaba desde Santo Domingo, logrando prosperidad para el territorio, mediante la explotación de la cabaña caballar, la pesca, la explotación de ostrales y el comercio. También consiguió defender la isla de corsarios y piratas ingleses y franceses, mediante la construcción de fortines y baluartes. Aldonza murió en Madrid, con 55 años, en 1575. Es decir, supo luchar contra propios y extraños y tener éxito en el desarrollo de su proyecto constructivo. Una mujer con brío insurrecto.

Otra gobernadora, aunque efímera, Fue Beatriz de la Cueva, hermana de Francisca, a la que aludí al principio, cuya muerte dejó viudo a Pedro de Albarado, capitán de Cortés, nombrado Gobernador de Guatemala. Beatriz se había enamorado de su cuñado el día de la boda de éste con su hermana Francisca. Vivió con aquel sentimiento durante los diez años que tardó Pedro en volver a verla. Al fin, en 1538, previa dispensa papal, se casaron y Beatriz acompañó a su marido hasta América. La mala fortuna hizo que Pedro muriese durante un encuentro militar en 1541, dejando viuda a Beatriz, que inició un duelo muy destemplado, blasfemias incluidas. Debía ser moda ante el ejemplo de doña Juana y de su hijo Carlos; la primera enloqueció y el segundo, al saberse viudo, se enclaustró durante dos meses para llorar a Isabel de Portugal. ¿Duelos de postrimería?.

No obstante el duelo, fray Antonio de Remesal dice de Beatriz: “Excedía su ambición a las lágrimas y el deseo de mandar a la falda monjil y pliegues de la toca”, porque Beatriz se impuso para ser reconocida como gobernadora de Guatemala, tal como ordenaba la disposición testamentaria de Pedro. Por desgracia, su mandato apenas duró unas horas, ya que el volcán del Agua, el domingo 11 de septiembre, arrojó una avalancha de piedra y lodo que acabó con la vida de Beatriz, sin menoscabo de haber sido reconocida antes como la primera gobernadora de una provincia americana.

Que fuese una humilde costurera analfabeta, no impidió a Inés Suárez embarcarse a buscar a Juan de Málaga, su marido, en abril de 1538. Nada más llegar, conoció la muerte de Juan que le dejaba unas tierras; y ella, haciendo de la necesidad virtud, hizo un duelo redentor. Llegado el momento, vendió su ajuar, se compró un caballo, un peto y una espada y se decidió a seguir a Pedro Valdivia a la conquista de Chile. Los amores entre Pedro e Inés, inspiraron la novela de Isabel Allende, titulada Inés del alma mía.

Cruzar el desierto de Atacama no fue fácil, ni cómodo; pero Inés, que tenía dotes de zahorí, logró encontrar agua. La fuente todavía se llama agua de doña Inés. Así, ganó prestigio e infundió coraje a la tropa (100 hombres a caballo, porque los demás eran indios porteadores), hasta que Pedro e Inés lograron fundar la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura. Ella había nacido en Plasencia y Pedro también era extremeño.

La resiliencia de Inés no se agotó en su heroicidad para canjearse la admiración de la soldadesca; supo aprender a leer y a escribir y encauzar su inusual curiosidad y hambre de saber.

Su momento cumbre lo protagonizó Inés en la defensa de Santiago ante un ataque de 2000 mapuches, que aprovecharon la ausencia de Pedro. Inés se puso al frente de las tropas, cual otra Juana de Arco, consiguió infundir moral a su gente, muy inferior en número, que no obstante salió victoriosa. Bien es cierto que perros con sus ladridos, caballos piafando y arcabuces con su estruendo eran armas contundentes para poner en fuga a los indios, como había ocurrido en Cajamarca años antes, cuando cayó derrotado el Tahuantinsuyo, dejando sólo 200 bajas.

Hay mujeres de porte bravío como Juana de Zúñiga mujer de Hernán Cortés, la “miga” Catalina Bustamante, Francisca Pizarro Yupanqui, la enfermera Isabel Zendal y tantas otras que harían prolijo este relato, que hoy llama a su fin. La vida de estas heroínas da para pergeñar muchos guiones cinematográficos con que inseminar orgullo nacional, que la autoestima es integrar todo lo que somos.

El próximo y último artículo de esta serie estará reservado a las virreinas.

Una respuesta a «Las mujeres en el imperio español (III)»

  1. Avatar de José Luis Mingo Zapatero
    José Luis Mingo Zapatero

    Unas muy buenas aportaciones para conocer lo que fue la realidad del Imperio. Muchas gracias don Francisco Massó

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