
Francisco Massó Cantarero
Desde antiguo, la mujer ha sabido jugar un papel discreto y efectivo en las grandes hazañas de la humanidad. Sin competir por la fama, ni por el poder ha sabido estar en su sitio, ejerciendo sus competencias y afrontando las exigencias de su posición.
En el caso del imperio español de América, conviene recordar que la gesta comienza tras una decisión soberana de Isabel I de Castilla, asumiendo toda la responsabilidad y consecuencias de su acto.
¿De dónde sacó la financiación?, ¿cómo se asesoró para afrontar el riesgo?, ¿qué medidas hubo de adoptar para controlar al almirante?, ¿qué valores, congruentes con el momento cultural, adujo para justificar la continuidad de la intervención?, ¿qué movimientos diplomáticos hubo de hacer para conseguir las cuatro bulas alejandrinas?, ¿cómo se ingenió la creación de la Casa de Contratación de Sevilla y sus atribuciones?. Para terminar, es admirable con qué delicadeza estipula las cautelas que figuran en su testamento, sobre el trato a los indios.
Sin duda, Isabel I es la primera mujer que pone los fundamentos de un gran imperio, enraizándolo en la prudencia, el sentido común, el respeto a los demás, a su identidad y autonomía e inseminándolo con afán de superación. Como quiera que los indios venían desde 6.000 años atrás, era preciso acelerar su progreso para facilitar el encuentro con la Europa del Renacimiento. Hacía falta un milagro. Y se logró.
Isabel carecía de ambición material, no tenía prurito de posesión, sino de servicio. Cuando ella muere en 1504, En América no se había descubierto otra cosa que hombres y mujeres paupérrimos, que exhibían su desnudez adánica desde las lejanías neolíticas. Esto no era óbice para ser generosos, como acredita el segundo viaje de Colón, dotado con 17 embarcaciones, pletóricas de simientes, plantas vegetales, reses de cría y 1.700 amanuenses civilizadores dotados con su instrumental correspondiente. Mucho antes que los frailes (1523), llegaron a América carpinteros, herreros, pastores, agricultores y albañiles.
En el plano sociológico y moral, la reina se preocupó de favorecer y estimular la integración familiar, para evitar la bigamia. Unos años después de su muerte, su viudo el rey Fernando, reconocía la legitimidad de los matrimonios mixtos entre españoles e indias, que darían pie al desarrollo de la etnia y cultura criolla.
La integración familiar impuso la presencia de muchas mujeres anónimas, cargadas de hijos y sabiduría, que llevaron consigo su civilización, sus costumbres, su saber práctico y su lógica concreta, dispuestas a establecer allí como norma, cuanto era normal en su país de origen. Muchas, como les ocurrió a los varones, murieron en el intento, porque las enfermedades ocasionadas por falta de defensas no afectaron sólo a los indios ante los virus europeos, también masacraron a los visitantes por carencias inversas. Pero, las mujeres sobrevivientes llevaron cultura, la ordinaria, la que se escribe en prosa del día a día, se labra con pucheros y agujas de tricotar y coser para reproducir las mañas de las madres de la generación anterior y trasladar aprendizaje a las madres de la generación siguiente.
Esta labor civilizadora gigantesca de las mujeres se mantuvo a lo largo de los más de trescientos años que duró el imperio, tanto en lo relativo al ajuar doméstico, la moda del vestir, las técnicas culinarias, la higiene, el estilo de vida y las costumbres.

Dada la institución de las encomiendas a tres vidas, muchas mujeres, al quedar viudas o huérfanas, por ejemplo la madre de Sor Juana Inés de la Cruz, se veían obligadas a responsabilizarse de la gestión de la encomienda. No importaba que fueran analfabetas; daban órdenes sensatas y controlaban a sus trabajadores como correspondía a cualquier patrón. Desde luego, no tenían alternativa para enfrentar su viudez, o su orfandad; y supieron hacer frente a su desgracia e imponerse a los hombres que trabajaban en la hacienda. Y no es que el machismo estuviera más civilizado, porque algún virrey hubo de sentenciar pena de muerte para algún violador. En todo caso, el machismo de entonces estaba más encorsetado…Ahora bien, la conducta de estas mujeres es otro hito, no poco numeroso, de un modelo de estar en el mundo; una forma de educar la igualdad con el ejemplo, nada desdeñosa e irrelevante.
A propósito de machismo, en pleno Renacimiento, las licencias de la vida sexual eran muy considerables, con relación al comportamiento de los varones. Papas, obispos, reyes y altos jerarcas daban un modelo de conducta muy relajado en este ámbito, sin sospechar siquiera que cumplían con los hados.

La mujer, en cambio, estaba en el sitio que, antropológicamente, se había reservado a sí misma: su castitas era fidelidad a la casta, etimológica y antropológicamente, no fidelidad conyugal, sino al linaje. La anacorexis femenina, de la que la propia reina Isabel era modelo, convertía al ego en domus, una habitación recoleta donde la domina se enseñoreaba de su propia felicidad que, especularmente, le reflejaba su prole.
Mientras tanto, los Júpiter, Genio, Muto, Fascino y Liber pater quedaban en la escena primitiva incesante, la aeternlis operatio, un coito infinito, según prescribía el haz de fuerzas viriles, su virtus: fuerza física, superioridad guerrera, erección fascinante, carácter terco y voluptas insumisa. Paradójicamente, los castellanos que se dedicaban a coger indias, se creían libres por cumplir con su destino fatídico; como Sísifo subían la piedra de la nueva conquista, que se les desvanecía apenas se derramaban. Hernán Cortés es un ejemplo al respecto.
La cara amable de este proceso es la génesis del mestizaje, la creación de una nueva etnia, o de varias etnias (criollos, mestizos, castizos, jíbaros, mulatos, zambos, etc.) que configuran un colorido mapa social donde no cupo nunca la intolerancia racial y hoy pueblan las tierras de la América española. ¿De quién es hija esa apertura?
3 respuestas a «La mujer en el Imperio español, por Francisco Massó»
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Muy interesante, como siempre
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Sorprendente y magnífica síntesis, y visión de conjunto, de una realidad casi oculta en los registros históricos que hemos leído hasta ahora, y en los que nos hemos formado. Creo que habría que insistir más en estas descripciones de la realidad, de lo que pasó efectivamente, nombrando por su nombre a las mujeres que actuaron allí, y cómo actuaron, descubriendo sus silencios, desocultando sus presencias y desenmascarando interpretaciones recortadas y sesgadas, tan habituales en los relatos y crónicas, insistiendo cuando es posible en los epistolarios y comentarios de la vida «menor», que es la que sustenta la «mayor», en general.
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Enhorabuena por este gran artículo que invita a revalorizar la historia, reconociendo que detrás de grandes hazañas y conquistas existen protagonistas femeninas cuyas contribuciones han sido fundamentales para dar forma a una nueva realidad social y cultural en América.
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