
Rosa Amor
Los Premios Goya, ese faro del cine español, una vez más se erigieron como el escenario por excelencia donde las luces del talento nacional e internacional deberían brillar con fuerza. Sin embargo, la reciente gala nos dejó -a mí en concreto- con un sabor agridulce, una mezcla de espectáculo y previsibilidad que oscureció la verdadera esencia de la celebración cinematográfica. ¡Yo es que soy más del cine vasco!
Maribel Verdú y Leonor Watling, nuestras presentadoras de la noche, debieron ser las anfitrionas ideales para guiar este barco de creatividad a través de las aguas del talento y el reconocimiento. Y ahí estaban, mis maris, Maribel y Leonor, las Houdinis del Goya, logrando el acto de desaparición más impresionante de la noche. ¿Quién necesita un truco de magia cuando puedes tener a dos presentadoras que se esfuman ante tus ojos? Casi me pregunto si debemos buscarlas detrás de las cortinas o debajo de los asientos. Entre los discursos leídos y los premios ‘sorpresa’, estuvo claro que la única improvisación de la noche fue la capacidad de todos para mantenerse despiertos. ¡Gracias por estar ahí, Goya, ¡por esa siesta no tan necesaria!
La ceremonia, si bien es un evento diseñado para exaltar lo mejor del cine, en ocasiones se sintió tediosa y excesivamente calculada. Aquel eterno «gracias por estar ahí», no se sabe quién ni cómo se está ahí, pero bueno, pronunciado por cada laureado, resonaba a obligatoriedad más que de sincera gratitud. ¡A mi madre!, ¡a los que han creído en mí! ¡a Laura que me estás viendo y lo sé! (mirando al cielo, pues vale) …Eso, eso mismo, es lo que nos decimos los escritores cada día. La cosa es que no hay nadie, nadie cree en nosotros, no nos pagan, ¡ni nos leen! ¡Porque es un perezote!
Es comprensible que los nervios del momento puedan llevar a los ganadores a querer asegurarse de no olvidar a nadie en sus agradecimientos. Sin embargo, resulta decepcionante ver que incluso las palabras más simples de gratitud sean leídas de un guion. ¿Dónde queda la emoción genuina, el palpitar del corazón que sólo un verdadero agradecimiento puede revelar? Todavía recuerdo a Ana Belén, personaje que siempre me ha encantado, muy forzada, leyendo. ¡Todo queda de postureo, la verdad!
Este ambiente predecible se intensifica con la sensación de que algunos premios parecen estar predestinados, como si el destino de los galardones ya estuviera escrito mucho antes de que se pronuncie el famoso «y el Goya es para…». La transparencia y la espontaneidad deberían ser los pilares de cualquier ceremonia de premiación, pero cuando se pierde este espíritu, lo que queda es simplemente un espectáculo más, desprovisto de la magia que el cine merece.
El cine español, con su rica diversidad y su capacidad de contar historias que conmueven, merece un escaparate que refleje su verdadera pasión y creatividad. Los Premios Goya no sólo deben ser una noche para celebrar los logros técnicos y artísticos, sino también un momento para reavivar nuestro amor por el cine, para inspirarnos y para realmente agradecer – desde el corazón, no desde el papel – a todos aquellos que hacen posible que estas historias cobren vida en la pantalla grande.
¡Qué decir de Richar Gere! Tampoco es que haya sido el mayor crack, Pues que como buen hombre entrado en añetes, no atendió en condiciones ni por asomo a la prensa, con su amigo (primera noticia) Antonio Banderas, amigo de todos. En la rueda de prensa previa solo tiró balones fuera. ¡No estaba enterado de nada sobre Emilia Pérez! –En cuanto recibió el premio, se marcharon. ¡Ainss si te tienes que quedar hasta el final, te da algo! Ahora España será su nuevo hogar, pero para nada aprenderá español, ni catalán ni euskera. ¡Así somos de acogedores por aquí! Mientras tribute aquí…eso será una incógnita.
Que el próximo año nos traiga una ceremonia que esté a la altura de nuestro cine, vibrante y genuino, y que cada «gracias por estar ahí» aunque no sepamos quién está, sea un verdadero canto al arte cinematográfico que todos amamos.
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