Por Rosa Amor del Olmo
En una pequeña ciudad caribeña, el sol decidió quedarse a vivir y con su furor derritió los relojes, obligando a los habitantes a medir el tiempo por el ritmo de las gotas de sudor que recorrían sus frentes. Este escenario, que bien podría pertenecer a una novela de Gabriel García Márquez, es un reflejo distorsionado pero cada vez más realista de nuestro mundo bajo el yugo del cambio climático.
Gabriel García Márquez, maestro del realismo mágico, tejía universos donde lo extraordinario se fundía con lo cotidiano, creando realidades alternativas pobladas por tormentas de mariposas amarillas y lluvias eternas. Hoy, la realidad parece imitar a la ficción, con fenómenos climáticos extremos que desafían nuestra percepción de lo posible.
Las noticias nos bombardean con reportes de huracanes con poder destructivo histórico, olas de calor que baten récords y sequías que transforman paisajes verdes en desiertos. Como si las páginas de «Cien años de soledad» cobraran vida, asistimos al espectáculo de un mundo que parece haber perdido el equilibrio. ¿No es acaso mágico, en el sentido más garciamarquiano de la palabra, que un invierno pueda sentirse como verano, o que llueva durante meses sin cesar en lugares donde el agua era un recuerdo lejano?
En esta época de cambio climático, el ser humano parece replicar la soledad de los Buendía, la emblemática familia de «Cien años de soledad», aislada por sus propias decisiones. Hemos construido un mundo industrial y tecnológico sobre las espaldas de un planeta que clama por atención y cuidado. La desconexión con la naturaleza nos ha llevado a un punto de no retorno, donde el clima extremo es solo un síntoma de una enfermedad más profunda: la soledad existencial de la humanidad en su relación con el mundo.
Si García Márquez estuviera escribiendo sobre el cambio climático, quizás nos mostraría cómo la humanidad, enfrentada a su propia extinción, encuentra maneras de renacer a través del amor, la solidaridad y el respeto por la vida en todas sus formas. La literatura tiene el poder de transformar el miedo en acción, la apatía en empatía. Las historias que contamos sobre el cambio climático pueden motivarnos a escribir un final diferente para nuestra historia colectiva, uno en el que reconozcamos nuestra vulnerabilidad y nuestra fuerza.
Al mirar el cambio climático a través de los ojos de García Márquez, nos damos cuenta de que no estamos leyendo una novela de realismo mágico; estamos viviendo en una. Sin embargo, a diferencia de las narrativas fijas de la literatura, el futuro de nuestro mundo todavía está por escribirse. Estamos a tiempo de transformar nuestra relación con el planeta, de pasar de la soledad y la desesperanza a la comunidad y la acción. Que la imaginación y la creatividad que García Márquez vertió en sus obras nos inspire a abrazar la magia de nuestro mundo y a protegerlo con la urgencia y el amor que merece.
por Rosa Amor del Olmo
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