En mi tiempo viviendo en Francia, me encontré con una concepción que se extiende en muchas partes de Europa: la idea de que todo lo que está al sur de los Pirineos, incluyendo España, es considerado parte de «África». Esta noción subraya una cierta arrogancia europea que no solo marginaliza a España sino también a Marruecos, ignorando su potencial y logros. Para Europa a quienes no les gustan los niños, ni la alegría, ni otra religión, ni nada. Lo que no se conoce, se teme. Temen a África, incluyo España, porque les damos miedo, ¡igual somos más listos!
Pedro Sánchez, con su habilidad para los idiomas y su dedicación, ha empezado a cambiar la percepción de España, elevándola a la categoría de potencia europea reconocida. En contraste, Marruecos, pese a su progreso significativo en áreas como la energía renovable y la modernización económica, aún lucha por superar el estigma de ser visto como un país periférico en el contexto europeo.
Este fenómeno se puede atribuir a lo que podría llamarse «paletismo» e incultura, donde algunos europeos, aferrados a su «centralidad» cultural y geográfica, se resisten a reconocer y valorar la diversidad y riqueza de las culturas y países no europeos. Es una ironía que, en Europa, donde se presume de diversión y cultura, muchas actividades recreativas estén centradas en el consumo de alcohol y drogas, marginando a quienes no participan en estas prácticas.
Europa, a pesar de su autoimagen o autoconcepto como un epicentro de progreso y liberalismo, a menudo falla en divertirse de maneras que no involucren alcohol. Si no bebes, puedes ser visto como una amenaza o una anomalía, una perspectiva que revela más sobre las inseguridades culturales de Europa que sobre aquellos que eligen abstenerse.
Además, en Francia, el país que muchos consideran adalid de la moda y la cultura, encontré que la realidad dista mucho de la imagen de una Catherine Deneuve omnipresente. Muchas mujeres, bajo la presión de cumplir con múltiples roles y expectativas, descuidan aspectos de su feminidad, y el estereotipo de la mujer con el cabello corto prevalece, bajo el pretexto de que el cabello largo es inapropiado para ciertas edades o posiciones de autoridad. Eso sí, su moda no da respuesta a millones de mujeres que no se visten “a la europea”, pero ahí queda.
Esta rigidez en las normas de apariencia y comportamiento refleja una resistencia más amplia a aceptar la diversidad cultural, una actitud que también afecta a comunidades como la LGTB, las feministas y otros grupos dentro de Europa que luchan por la aceptación y el reconocimiento. Va a dar igual.
Entonces, mejor no nos hacemos líos, tanto España como Marruecos tienen mucho que ofrecer, no solo en términos de recursos naturales y oportunidades económicas sino también en riqueza cultural. Para que Europa avance verdaderamente y se beneficie de esta diversidad, es crucial que abandone las percepciones anticuadas, los estereotipos y comience a apreciar y aprender de sus vecinos del sur, así como de sus propios ciudadanos de diversos orígenes, a los cuáles margina sin piedad. Este reconocimiento y aceptación de la diversidad cultural serán esenciales para una Europa más inclusiva y vibrante. Como siempre, la cuestión es más social que política, aunque ¡últimamente están que se salen”.
Rosa Amor del Olmo
20/7/2024
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