En un mundo cada vez más polarizado por categorías y etiquetas, el edadismo emerge como una forma de discriminación insidiosamente prevalente, que socava la integridad y el valor de las experiencias vividas por millones. Al contemplar este fenómeno, no puedo evitar pensar en la figura de Alonso Quijano, mejor conocido como Don Quijote de la Mancha. Este personaje, que en la modernidad podría ser fácilmente marginado por su edad y su retiro del ámbito laboral cotidiano, sigue siendo, sin embargo, protagonista de la novela más leída y celebrada de la literatura española. Su lucha contra molinos de viento, lejos de ser solo la travesía de un anciano delirante, representa un desafío al conformismo y una crítica a las normativas sociales que restringen, en lugar de ampliar, el potencial humano.
A propósito del seminario académico ‘El fenómeno del edadismo’, organizado por la Fundación MAPFRE y la Universidad Carlos III de Madrid, se busca profundizar y reflexionar sobre este concepto señalado por numerosos observatorios y estadísticas como la fuente de discriminación más frecuente en nuestra sociedad. ¿Pero realmente con los seminarios universitarios y congresos logramos concienciar a la población? Creo que no.
El edadismo se manifiesta en múltiples dimensiones: institucional, interpersonal y autoinfligido. Institucionalmente, se arraiga en políticas y leyes que limitan las oportunidades de los individuos basadas puramente en su edad. A nivel interpersonal, se revela en las interacciones cotidianas que están saturadas de prejuicios, donde los ancianos pueden ser tratados con condescendencia o exclusión. Finalmente, el edadismo autoinfligido ocurre cuando las personas internalizan estas percepciones negativas, afectando su autoestima y comportamiento.
Desde una edad temprana, los estereotipos y prejuicios se transmiten y refuerzan culturalmente, enseñando a los niños a categorizar a las personas por su edad. Estos estereotipos se convierten en la lente a través de la cual se forman opiniones y se guían acciones, no solo hacia los demás, sino también hacia uno mismo. Nuestra sociedad va al contrario que otras sociedades donde la figura de las personas mayores, son veneradas, son “el jefe de la tribu” a quien preguntar, de quien aprender. En España, este fenómeno va al contrario y se puede comprobar en los trabajos o en la publicidad, aunque en una pequeña porción puede ser que se intente modificar algunas conductas, pero no se consigue. El mundo español, es el mundo de los jóvenes que por lo que se ve, van a ser eternos en su juventud.
Las consecuencias del edadismo son profundamente perjudiciales. En los mayores, está vinculado a una expectativa de vida reducida, deterioro de la salud física y mental, y un aumento en la soledad y el aislamiento social. A nivel social, el edadismo afecta cómo se trata a las personas mayores dentro del sistema de salud y cómo se valoran sus contribuciones en la comunidad. En el trabajo, no pueden pagar salarios a personas que tienen sobrecapacitación y prefieren contratar jóvenes que están empezando. Sencillamente, te ofrecen jubilarte, aunque tengas 55 años y una vida por delante. Yo, que soy muy “quijotesca” me lo estoy pensando, a ver si consigo llegar tan alto como don Alonso Quijano, con mi Quijote de mesilla. Luego está el mobbing laboral por esta causa, pero de esto hablaremos en otra ocasión.
La lucha contra el edadismo requiere un compromiso robusto con políticas inclusivas y una legislación que desafíe las discriminaciones por edad. Las intervenciones educativas son cruciales desde la niñez hasta la educación superior para fomentar una empatía más profunda y un entendimiento entre las generaciones. Además, las interacciones intergeneracionales pueden disminuir eficazmente los prejuicios y estereotipos. Una sociedad que tiene que luchar por la propia revolución personal y aprender de los que saben, con respeto y amor.
Enfrentar el edadismo no solo mejora la calidad de vida de los individuos afectados, sino que también beneficia a la sociedad en su conjunto, fomentando la inclusión y el respeto mutuo entre las generaciones. El desafío del edadismo, como nos enseña la inmortal figura de Don Quijote, no es solo reconocer los molinos de viento contra los que luchamos, sino transformar esos encuentros en puentes de entendimiento y respeto mutuo. Así como Don Quijote se aventuró en un mundo que no siempre entendía ni valoraba su visión, nosotros también debemos esforzarnos por reimaginar y reestructurar un mundo que abrace todas las edades con equidad y dignidad.
Por Rosa Amor del Olmo
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