El cristianismo, en su rica y diversa manifestación mundial, no puede ni debe ser definido exclusivamente por los símbolos que algunas de sus ramas utilizan en la adoración y en la práctica religiosa. Específicamente, los símbolos católicos, como la cruz, el Sagrado Corazón, las vírgenes, los santos y las numerosas imágenes que adornan las iglesias y los hogares, aunque profundamente arraigados en la devoción católica, no encapsulan la totalidad de la experiencia cristiana.
Dentro del espectro cristiano, existen numerosas denominaciones que rechazan la utilización de imágenes en la práctica de su fe, muchas. Para estos grupos, predominantemente de tradición protestante y reformada, tales prácticas no solo son vistas como innecesarias, sino que en ocasiones se interpretan como una forma de idolatría, contraria a las enseñanzas bíblicas que demandan adoración exclusiva a Dios sin mediadores visuales. Estos representan con sus diversas ramas, el cristianismo. El catolicismo es catolicismo e integra a Cristo como integra otras cosas (la Virgen, los santos) que otros grupos cristianos ni se les ocurriría.
La percepción de idolatría se intensifica durante periodos como la Semana Santa, cuando la exhibición pública de imágenes y símbolos es más prominente. Algunos cristianos observan estos actos con preocupación, sintiendo que la verdadera esencia de la fe se ve oscurecida o incluso traicionada por rituales que consideran excesivos o directamente heréticos.
Es esencial destacar que el cristianismo, desde sus inicios, ha sido una religión de textos y testimonios, no de iconos. Los primeros cristianos se caracterizaron por su resistencia a la idolatría prevalente en sus contextos culturales. Por tanto, la introducción y aceptación de símbolos visuales en la práctica religiosa fue un desarrollo posterior, influido por factores culturales y políticos que buscaban hacer de la religión algo más accesible y comprensible para las masas convertidas.
La discordia sobre los símbolos religiosos también refleja una división más profunda en cómo distintas culturas y sociedades han interpretado la relación entre la fe y su expresión visual. Mientras que, en algunas tradiciones, los símbolos sirven como puentes emocionales y espirituales hacia lo divino, en otras, la simplicidad y la ausencia de imágenes se ven como el camino más puro hacia la comprensión y relación con Dios.
El ejemplo más reciente de la complejidad en la recepción y percepción de estos símbolos ocurrió durante la celebración de la última Nochevieja, en la que se presentó una estampa del Gran Prix con el Corazón de Jesús en un contexto humorístico y secular. Esta acción, realizada por figuras públicas como Broncano y Lalachus, generó una ola de reacciones. La joven (a quien nadie conocíamos como profesional de la comedia hasta hace dos o tres meses) tuvo una oportunidad de oro para meterse a la gente en el bolsillo, no por gorda, ni flaca, sino por la oportunidad. Lo mismo el año próximo me llevan a mi como escritora y erudita, nunca se sabe. Pero claro, seguramente, si no doy que hablar, no tendría éxito. Eso ya lo sabemos todos. Pero, para los creyentes que veneran esos símbolos como sagrados, el uso de una imagen religiosa en un contexto de entretenimiento puede sentirse irrespetuoso y ofensivo. Este incidente ilustra cómo el uso de símbolos religiosos fuera de su contexto original puede ser interpretado como una trivialización de la fe.
Incidentes como el de Nochevieja demuestran cómo los símbolos religiosos pueden ser cooptados por la cultura popular y despojados de su significado espiritual original. En una sociedad cada vez más secularizada, la línea entre el respeto a la diversidad religiosa y la libertad de expresión se vuelve difusa y problemática. Los creadores de contenido y las figuras públicas deben navegar estas aguas con cuidado, conscientes del impacto que sus representaciones pueden tener en diversos grupos.
Esterotipando
Este debate nos lleva a cuestionar cómo las tradiciones han evolucionado y cómo se han adaptado a los cambios en la comprensión teológica y cultural a lo largo de los siglos. En la era contemporánea, donde la imagen lo es todo, es fundamental reexaminar cómo estos símbolos afectan nuestra práctica de la fe y cómo pueden, en algunos casos, desviar la atención de los principios fundamentales del cristianismo. Por ello y yendo al tema que nos ocupa… da Vinci representó la última cena y hemos podido ver como en París se hizo una representación, para mí, de mal gusto, pero no vinculativa esencialmente al cristianismo. Era un cuadro de da Vinci, no son Jesús y los apóstoles, ¡a ver si nos enteramos! pero para muchas gentes o fieles, sí lo son o sí lo representan. Unos se ofendieron, otros no, pero como son los de París…
Todas las iglesias tienen que convivir por desgracia con los estereotipos; las hermanas musulmanas son sometidas, los musulmanes son yihadistas, los curas son pedófilos, los mormones (iglesia de Jesucristo de los santos de los últimos días) son polígamos, las monjas contrarias al mandamiento de Eva, enclaustradas y reprimidas, los pastores evangelistas unos delincuentes que viven del dinero de sus “milagros”, los asiáticos han entregado el alma al diablo y son máquinas…en fin, se van creando leyendas y así poco a poco la sociedad se enfrenta porque en realidad todo el mundo tiene su razón, pero poco se habla de tener o no, lo que yo denomino “buen gusto” y educación.
En conclusión, mientras que para muchos los símbolos católicos son una fuente de consuelo y una expresión de devoción, no representan ni deben ser vistos como el estándar universal del cristianismo. La fe cristiana es diversa y multifacética, y su riqueza proviene precisamente de esta diversidad, que permite a los creyentes de diferentes tradiciones encontrar su propio camino hacia la espiritualidad y la comunión con Dios, libre de las restricciones que cualquier sistema de símbolos pueda imponer. La joven Lalachus, le queda mucho camino en la profesión. Aunque la ceremonia cambiara el estilo y me parece genial, ha perdido una oportunidad de oro, de esas que se presentan pocas veces. Ha quedado mal, no nos engañemos. Broncano lleva ya sus buenos años, es un cachondo y sabe tirar la piedra y esconder la mano, lo hace bien, aunque yo prefiera al primo de Zumosol vestido de lo que sea y una colega que no traiga más leche materna, que estamos de psiquiátrico.
Publicado también en El Obrero
Descubre más desde Isidora Cultural
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.