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El viaje, símbolo y metáfora de la vida, por Antonio Chazarra

Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro,                                         Emily Dickinson

Desde hace miles de años nos fascinan los viajes. De los dos poemas homéricos la Odisea es un largo viaje de regreso a Ítaca, repleto de aventuras, de acontecimientos y de situaciones que hacen del Ulises que regresa un hombre más templado, más sabio, más astuto y con una visión más amplia y completa del mundo –o al menos de su mundo-Lo que es tanto como decir, que el Odiseo que vuelve a casa es un hombre distinto del que partió.

Konstantinos Kavafis en un memorable poema, nos conmovió y nos hizo ver que lo más importante de un viaje no es el destino sino las experiencias y dificultades con que nos vamos tropezando en el camino. Recuerdo la impresión que me causó la lectura de “El corazón de Ulises” de Javier Reverte y de las conversaciones con mi padre, sobre este hermoso libro.

Hoy, me siento a meditar. Los viajes se han convertido en una mercancía más. Se han banalizado y masificado. Es más, la realidad cada día que pasa, aparece más desfigurada y reducida a mera caricatura.

Creo que deberíamos rescatar al viaje de las garras del mercantilismo, dándole una oportunidad a la imaginación. Permite una amalgama de enfoques y cuando recupera su dignidad se asocia a una melancolía risueña.

El paso del tiempo “nos quita” mas también, “nos aporta” experiencias que han marcado nuestra vida. Hay viajes que asociamos a escenas de un pasado remoto. En la juventud nos proporcionó descubrimientos, pasiones y alegrías… con el paso del tiempo percibimos con nitidez que ha dejado en nosotros una impronta de sano escepticismo.

Creo que fue Sófocles quien dijo que la vejez y el paso del tiempo, todo lo enseña. Es esta una reflexión que en una época, fuertemente marcada como la nuestra, por el edadismo, conviene tener en cuenta. Eurípides, por su parte, señaló que no hay nada más útil a los hombres que una prudente desconfianza. Emprender cualquier viaje acompañado y siguiendo los consejos de filósofos y escritores de distintas épocas nos será, sin duda, de mucha utilidad.

Es incuestionable que el viaje o los viajes han jugado y juegan un importante papel en la literatura. Cuando éramos adolescentes nos entusiasmaban los que nos proponía Emilio Salgari e incluso los aparentemente inverosímiles de Julio Verne. Después, aprendimos a no desdeñar a aquellos autores que nos aconsejaban no renunciar a los sueños. Hoy, la idea de soñar, de imaginar o de a través de una lectura atenta, acompañar a los clásicos en sus viajes, sino olvidada, ocupa un lugar cada vez menor en nuestras preferencias.

Es más, ahora que tan poco interés se demuestra hacia la mitología, su sutil venganza consiste en que un personaje apenas conocido como Epimeteo, hermano de Prometeo, tiene sin que lo sepan ellos mismos, millones de seguidores. ¿Quién es Epimeteo? Etimológicamente aquel que primero actúa… y sólo piensa después. De ahí el que el dialogar con el tiempo tenga pleno sentido, aunque se practique tan poco.

Emily Dickinson

No debemos dejarnos seducir por promesas fáciles e ilimitadas de felicidad. Muy al contrario, hemos de buscar hasta encontrar lo que nos gusta, lo que da sentido a nuestra vida… lejos de adentrarnos por lo que la banalización y la masificación nos aconseja, persigamos con ahínco esos “placeres solitarios” gracias a los que en compañía de unos buenos libros, quizás logremos encontrarnos a nosotros mismos.

Hago una invitación expresa a que cada lector o lectora busque en su interior aquellas lecturas que le han enriquecido, yendo más lejos claro está, de “emblemáticos e imprescindibles” lugares a visitar o guías repetitivas y simplistas.

Es importante, desde luego, emprender un viaje ligero de equipaje. Lo verdaderamente valioso o bien va dentro de ti, o bien piensas hallarlo en el camino. Viajando se aprende, no sólo se incrementan nuestros conocimientos de historia del arte o de gastronomía, sino que los viajeros sabios y prudentes nos han enseñado -lo formula, entre otros, Benjamin Disraeli- que viajar y conocer otras culturas, nos hace tolerantes. Acertado consejo en tiempos de nacionalismos exacerbados, de consumismo, de avaricias lamentables… donde sin darnos cuenta hemos extraviado el humanismo, los valores republicanos y la justa inclinación a cumplir y hacer cumplir los derechos humanos.

No me canso de leer y releer a Cervantes que con su retranca, ironía, escepticismo y sutileza, expresa en varias páginas que andar tierras y convivir con gente diversa, hace a los hombres discretos.

Viajar es “el arte de interpretar los momentos”. Reimaginar y recordar es un buen ejercicio de educación sentimental, más allá de selfis, postales y fotografías. Puede y debe disfrutarse “el rumor” de las hojas de los álamos en un paraje solitario, cerca de un bosque habitado por ninfas, donde con un poco de suerte, podemos tropezarnos con el dios Pan.

Un poco de fantasía amplía y decanta lo que vemos y nos permite conectarnos con nuestro pasado. El filosofo presocrático Pitágoras de Samos, nos puso en guardia contra la prisa y contra ir alocadamente de un sitio a otro… sin ni siquiera tiempo para encontrarnos a nosotros mismos. Sus palabras –los escasos fragmentos que nos han llegado de él- están llenas de encanto y de sensatez. Dice preferir “el bastón de la experiencia” a “el carro de la fortuna” y añade a esta oportuna reflexión que “los filósofos viajan a pie”

Nunca se repetirá lo suficiente una idea que todas las agencias de viaje odian. Más que viajar hacia fuera, el verdadero  viaje es hacia dentro. Soy y he sido un lector apasionado de Fernando Pessoa. Hay en él una inteligencia sutil y un desdoblamiento múltiple que lo desborda, de ahí sus heterónimos. Me impresionó su idea de que la vida es lo que hacemos con ella, para añadir a continuación que los viajes son los viajeros porque en definitiva, lo que vemos es lo que somos.

Para emprender un viaje enriquecedor hemos de dejarnos acompañar por la utopía, que siempre, va más lejos que el trecho de camino que recorremos. La utopía, en definitiva es un acicate, un estímulo para caminar, nos lo recuerda con hermosas palabras Eduardo Galeano.

Quintín Cabrera, uno de mis cantautores predilectos que no ha desaparecido de mis recuerdos, nos dejó dicho con ironía, sutileza y hondura, que “las ciudades son libros que se leen con los pies”. Para conocer una ciudad y por extensión, cualquier cosa, es necesario andar mucho y tener como Aquiles “los pies ligeros”.

Lo que mentes aparentemente sesudas, tertulianos de toda laya y pedantes en general, que no cesan de dar consejos para alcanzar la fama sin reparar en que muchas veces, la gloria es una de las formas del olvido. En realidad, no lo han sabido nunca. Por eso repiten machaconamente, eslóganes vacíos.

El penetrante Antonio Machado, que a parte de un gran poeta, tiene un pensamiento filosófico, ya nos advertía de que nunca persiguió la gloria, ni dejar en la memoria de los hombres su canción. Quienes persiguen la fama, las más de las veces tienen sueños mezquinos y alicortos.

No sé si el lector estará de acuerdo conmigo, pero creo que es un sano ejercicio sacar a la idea de gloria del purgatorio de la erudición y acercarla a los valores que deberíamos practicar. Los viajes son una partida de ajedrez -bien jugada, eso sí- sobre el tablero del tiempo.

Me asalta de pronto una idea, y es la de la correlación que existe entre el viaje y la concepción proyectiva de la historia. Para emprender un viaje y para formular una teoría lanzada como un proyectil hacia el futuro, es altamente aconsejable tener una dosis de invención que se disfrace y se envuelva con el manto de la verosimilitud. Ser versátil es, desde luego, más importante de lo que parece. Así como explorar concienzudamente las virtualidades del éxito y del fracaso.

Para emprender un viaje hay que tener “alma de proa” como advertía el argentino Ricardo Güiraldes. Añadamos a esto lo que, en un lenguaje poético aconsejaba García Lorca, que no es otra cosa que saber descubrir en un país, en una región o en una ciudad, lo que hay de geometría y de angustia. Reléase, por favor, su poema a Harlem.

No me resisto a que nos acompañe en esta preparación del viaje el cubano Alejo Carpentier. Con su barroquismo, elegancia, desengaño y lucidez formula que “los mundos nuevos deben ser vividos, antes de ser explicados”. Excelente apreciación no sólo para viajeros potenciales sino para escritores imaginativos que no quieran acabar siendo meros plumíferos.

De cuando en cuando, se debe mirar a la idea del viaje con Odiseo como referente. Es decir, algo así como “sub specie poetica”. Lo que permite, además, enriquecer el conocimiento de la realidad.

Desde mi juventud disfrutaba mucho leyendo a Friedrich Hölderlin. Fue todo un descubrimiento su idea de “habitar poéticamente sobre la Tierra”. Le he dado muchas vueltas y me sigue pareciendo tan profunda e iluminadora como la primera vez que tropecé con ella. La imaginación creadora es necesaria para todo, incluso para la ciencia.

En otro momento, me detendré gustosamente en el viaje como aventura. Por ahora, me limitaré a señalar que sigue habiendo lugares y espacios que “parecen existir fuera del tiempo”.

¡Ojala que no se apague nunca en las mentes inquietas, la “semilla de la curiosidad”! Existen, desde luego, diversas maneras de viajar. En unos casos para recuperar el pasado, en otros para rejuvenecernos por dentro.

Friedrich Hölderlin

Para emprender un viaje, no es mala idea, encomendarnos a nosotros mismos. Cada viaje tiene su propia dinámica. En cierto modo, hay que dejarse guiar –aunque no en demasía- por el instinto.

Aristóteles, uno de mis filósofos de cabecera, nos advierte en la Retórica que “es propio del hombre excelente, aplicar y hacer guardar las leyes no escritas, más que las escritas”. Sabia reflexión. Las leyes no escritas a la hora de viajar, muchas veces son imprescindibles. En su Metafísica, por otra parte, plantea un problema –o quizás un falso dilema- que merece la pena tener en cuenta. “El que se plantea un problema o se admira o reconoce su ignorancia”. Se me ocurre añadir ¿y por qué no las dos cosas? Más esto queda asimismo, para otra meditación.

En estos “fogonazos” nuestra reflexión de hoy ha de tener en cuenta a Heráclito, El Oscuro, padre de la dialéctica. Su “nada es, todo deviene” sigue siendo hoy el principio y el fin de muchas, muchísimas cosas.

Uno de los problemas más alarmantes del tiempo que nos ha tocado vivir es que estamos rodeados, por todas partes, por alienaciones que nos escinden, nos hacen vulnerables y facilitan que se ejerza un dominio implacable sobre nosotros. Epicteto, que antes de ser libre fue esclavo, nos advierte y asegura que no puede gozar de la libertad quien no se domine a sí mismo. Tengámoslo en cuenta.

El dramaturgo veneciano Carlo Goldoni, que en cierto modo es el creador del teatro italiano, de modo similar al de Lope con el español, Shakespeare con el inglés o Molière con el francés, tiene textos inteligentes sobre las ventajas de conocer mundo y de desprenderse de la estrecha visión de un espacio cerrado. Así nos dejó dicho, que quien no ha salido nunca de su país, está lleno de prejuicios que es tanto como decir, tiene seriamente dañada su percepción de la realidad.

Comenzábamos estas reflexiones hablando de Emily Dickinson, cuando se aproxima el momento del cierre no está de más recordar su sentencia de que “para viajar lejos no hay mejor nave que un libro”.

Viajar es navegar con la imaginación. La vida es una sucesión de apuestas. No hay que tener miedo a ponerse en marcha. El insigne músico Igor Stravinsky, tuvo una larga y fructífera vida. Recojo de su legado una frase contra el conformismo y la rutina que me parece encomiable y luminosa “Seguir un solo camino es retroceder”, que es tanto como reconocer que la realidad es plural.

El viaje o la vida enseña muchas cosas a Odiseo, países lejanos y fantásticos, experiencias terribles, crueles y desgarradoras, diosas sensuales, mujeres que aspiran a retenerlo, ciclopes que amenazan o el dulce hechizo que al beberlo provoca olvido. Todo lo conoce, todo le admira mas prosigue su camino hasta alcanzar su meta. Más tarde advertirá, quizás, que el sentido profundo del viaje no es otra cosa que las experiencias acumuladas.

Siempre me han gustado aquellos que no ven pero desean ver. Hay que tener valor para ponerse en camino sin saber a dónde conduce. Cada día valoro más las palabras valientes y poéticas de Rosalía de Castro. Quiero terminar en su compañía esta meditación sobre el viaje. Determinación, fuerza y resistencia es lo que caracteriza a esta mujer valiente.

Hay textos suyos conmovedores. Elijo esta reflexión “Veo mi camino, pero no sé a dónde conduce. Es no saber a dónde voy lo que me inspira para recorrerlo”. Es difícil decir más, con menos palabras.

Por eso, humildemente, expreso mi admiración hacia esta poeta valiente. Fue rompedora, feminista… y siempre, siempre estuvo al lado de los débiles y de los vulnerables.

Antes de tu próximo viaje, tú que lees estas páginas me agradaría mucho que tuvieras en cuenta estas digresiones y comentarios.

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