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El mitin de las trabajadoras de la aguja (abril de 1929)

Eduardo Montagut

En varios trabajos estamos estudiando el empuje del sindicalismo socialista femenino en el ámbito de la confección textil a finales de los años veinte y principios de los treinta. En esa época se multiplicaron las denuncias de explotación tanto en empresas como en el trabajo a domicilio, además de los actos para que las trabajadoras de la aguja se afiliasen a las Sociedades Obreras de la UGT.

Pero también se propuso, especialmente desde el PSOE, insistir en la formación socialista de las trabajadoras. En este contexto, la Agrupación Socialista Madrileña y las Sociedades del Ramo de la Aguja celebraron el primero de abril de 1929 un mitin en la Casa del Pueblo de la capital para propagar el ideal socialista entre las trabajadoras, planteándose, de nuevo, el problema de cómo atraer a la causa a las mujeres..

El acto fue presidido por Luis Fernández, en nombre de la Agrupación Socialista, explicando, como era habitual en este tipo de actos, el objetivo del mismo, y que no era otro que el de contribuir a que la mujer se fuera interesando por las cuestiones que el socialismo planteaba.

El primer orador fue el fundamental sindicalista y socialista Wenceslao Carrillo, que se interrogó sobre si el tema de la noche era el de la mujer y el socialismo o el de los trabajadores respecto al tema de la mujer y el socialismo. Carrillo volvía plantear una pregunta: “¿cómo pretender que la mujer venga a nuestras ideas si tenemos que comenzar por convencer a los hombres para que se percaten de su verdadera misión si son realmente socialistas?” Si los padres y hermanos de las mujeres se preocupasen de esas cuestiones, la mujer vendría al socialismo sin tardanza. Carrillo insistió mucho en que no bastaba con llamarse socialista, sino demostrar un espíritu de sacrificio, necesario en la lucha de las ideas.

Además, Carrillo elogió a las trabajadoras presentes porque haber hecho inclinar la cabeza a más de una que se consideraba dueña de las operarias. El lazo más fuerte era siempre el de la solidaridad.

Luego planteó una cuestión que incidía ya de forma más concreta en cómo las mujeres podían acercarse al socialismo. Tradicionalmente, se consideraba que era fundamental el papel del marido en el hogar para convencer a la mujer con el fin de que acudiese a la Agrupación Socialista correspondiente, pero Carrillo lo veía difícil. El problema partía, siempre según el orador, en la educación que había recibido la mujer. El camino pasaba por el ejemplo de la conducta personal del hombre en la organización y el hogar.

Juan Sánchez-Rivera, abogado, periodista y miembro de la Agrupación Socialista Madrileña, planteó su discurso sobre la importancia en ese momento del deber que tenía la mujer en lo que concernía al socialismo. Para ello, comenzó citando a Gambetta, quien, al parecer, en 1882 declaró que el siglo XIX había elevado al hombre a la condición de ciudadano, y que el XX haría lo mismo con la mujer. La profecía comenzaría a cumplirse, ya que, siempre según el orador, muchas Constituciones de la posguerra consagraban el derecho al sufragio femenino, y ya había mujeres en la política. Sánchez-Rivera insistía en el valor del voto, como el medio para que la ciudadanía se manifestase, pero no cómo existía en algunos países, como sería el caso español, que podría considerarse como una caricatura, sino por uno sin coacciones. Pues bien, el orador consideraba que la mujer española no se había preocupado de estas cuestiones, una afirmación un tanto peculiar porque no tenía en cuenta los intentos de las primeras feministas españolas en esta materia que, aunque sin la fuerza de otros países europeos, ya llevaban un tiempo luchando por el reconocimiento del derecho al voto.

En todo caso, Sánchez-Rivera era un defensor de este reconocimiento. Creía que si la mujer hubiera podido votar no se habría producido la Guerra de Marruecos. Por otro lado, aunque se estaba viviendo una situación “anticonstitucional” llegaría un momento en el que se recupere el sufragio, y si las mujeres no sabían utilizarle permanecerían en la situación en la que estaban. Esta afirmación del escritor y periodista presuponía, en primer lugar, que la situación en la que se vivía era transitoria, algo que ya en la primavera de 1929 podría adivinarse, aunque con cautela; pero, por otro lado, presuponía que llegaría, como en realidad ocurrió, un momento en el que se reconociese el sufragio femenino, lo que, además de lo anterior, demuestra una capacidad de clarividencia evidente. Por fin, es interesante apreciar como nuestro protagonista demostraba parte de los temores o prevenciones de una parte de las izquierdas españolas sobre el voto, porque, aunque no lo dice explícitamente, presuponemos que se refiere al supuesto influjo de la Iglesia en la mujer española.

Después entró en una serie de consideraciones sobre la inteligencia de la mujer y del hombre, defendiendo que no había diferencias, además de que si se defendía que había pocas mujeres “excelsas” tampoco abundaban los hombres, por lo que había que cultivar la inteligencia general. Además, defendió que la libertad era para todos. Concluyó expresando que el deber de la mujer era luchar por el socialismo, que era quien redimiría a hombres y mujeres de toda clase de “yugos y tiranías”.

Hemos consultado el número del 2 de abril de 1929 de El Socialista.


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