Ayer, entre los fríos muros de la Catedral de Valencia, la comunidad se congregó para despedir a las víctimas de la última Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) que azotó -como sabemos- con furia inusitada la región. Este evento sombrío invita a reflexionar sobre la vida, la pérdida y la inevitable confrontación con la naturaleza, temas que resuenan tanto en nuestra realidad como en la literatura universal.
Albert Camus en «La Peste» retrata no solo la lucha de un pueblo contra una plaga mortal, sino también cómo una comunidad enfrenta su mortalidad, un tema pertinente para los tiempos actuales. La obra está estructurada en cinco partes, como los actos de una tragedia clásica, comenzando con la muerte misteriosa de varias ratas en las calles de Orán. El conserje del edificio del doctor Rieux muere de una enfermedad extraña, lo que lleva a las autoridades a cerrar la ciudad para controlar la propagación de la peste. Este paralelo entre la novela y nuestros funerales resalta cómo, en tiempos de crisis, las comunidades se unen en la adversidad y el luto.
Los funerales no solo fueron un acto de despedida, sino una demostración de unidad y fortaleza. En una imaginada celebración solemne, cada nombre mencionado y cada campanada resonando en la catedral no solo honraron a los fallecidos, sino que también reafirmaron la colectividad en la búsqueda de reconstrucción y sanación. No obstante, la presencia de figuras políticas, líderes religiosos y miembros de la realeza, aunque simbólica, contrastaba marcadamente con la humilde realidad de los ciudadanos comunes, cuyo sufrimiento y desamparo persisten más allá de estos gestos de solidaridad de alto perfil.
Este evento ha sido también un momento para reflexionar sobre qué significa ser una comunidad en tiempos de prueba y cómo, a través del dolor compartido, se encuentra un camino para avanzar. La ironía de la situación es palpable: mientras las grandes figuras regresan a sus vidas de privilegio, muchas de las familias afectadas continúan enfrentando las secuelas de la catástrofe sin un alivio a la vista.
Al igual que en «La Peste», la ciudad de Orán fue sometida a la enfermedad, pero eventualmente encontró alivio, y de manera similar, se busca la paz y la reconstrucción de lo perdido, no solo de estructuras físicas, sino también del tejido de la comunidad.
La literatura nos enseña que el dolor y la pérdida son experiencias universales que trascienden tiempo y espacio. Frente a la majestuosidad de la Catedral de Valencia, la comunidad sintió la pequeñez de su existencia, pero también la grandeza de su espiritualidad y humanidad como grupo. La congregación no solo fue para llorar, sino para recordar que incluso en los momentos más oscuros, es posible encontrar luz y esperanza. Otros no negaron su descontento y abuchearon una vez más a los que de ninguna manera parecen estar de verdad entre los desgraciados, entre los ancianos que han tenido que estar encerrados en sus pisos con sus ascensores rotos. Tanta gente, tantos casos, tantos niños desconcertados…y ahora las fiestas navideñas, el frío…y luego el crudo enero, febrero, donde las gentes tendrán que reinventarse no se sabe cómo. ¿culpables? ¿responsables? Hoy en día, poco importa ya eso, porque la peste sigue ahí.
En tiempos de duelo, se vuelve a las palabras de poetas y pensadores no solo para buscar consuelo, sino también para encontrar sentido. Mientras se despedían de los seres queridos, las palabras de Camus resonaron con una claridad que trascendía las paredes de la catedral, recordando que, a través del dolor más profundo, podemos vislumbrar un nuevo amanecer.
Este artículo de opinión busca ser un tributo a los que se perdieron y un recordatorio de la resiliencia que, como comunidad, se debe mantener constantemente, a pesar de la aparente desconexión entre la visibilidad del liderazgo y las realidades vividas por el pueblo.
Rosa Amor del Olmo
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