por Rosa Amor del Olmo
La Teoría de la Recepción [1] sostiene que es en el “acto de lectura” donde el lector crea la poesía o la novela: “Si se ha llamado al poeta un segundo creador, un alter deus, el lector no es otra cosa que un alter poeta, con todas las consecuencias que ello implica” (Maurer, 1987, p. 263). Es por esto que por lo que cabe afirmar que la vertiente productiva (el autor) y la vertiente receptiva (el lector) de la experiencia estética entran una relación dialéctica, hasta el punto de que el lector es concebido, desde esta perspectiva, “como una instancia de una nueva historia de la literatura” (Jauss, 1987, pp. 59-85).
Esta configuración del Lector Modelo Literario resulta de interés especial al transponerla a la planificación didáctica, pues, si, como asegura Umberto Eco (1987), el lector está inscrito en el interior de los textos y en el interior de las estrategias del autor, no cabe la menor duda de que, paralelamente al pacto enunciativo de ficción suscrito entre destinador y destinatario, habrá que erigir un pacto enunciativo didáctico entre el profesor y los alumnos. La correspondencia entre uno y otro pacto ha de contribuir a negociar entre los interlocutores del discurso didáctico:
- La presuposición de unos conocimientos previos compartidos entre destinador y destinatario.
- La presuposición de una determinada enciclopedia cultural.
- La construcción de un Lector Modelo, específicamente literario, de la misma manera que un texto publicitario, por ejemplo, conforma un receptor modélicamente publicitario.
Ahora bien, esta adecuación al Lector Modelo Adolescente, en nuestro caso, no ha de suponer minusvalorar el discurso ni rebajar sus exigencias artísticas, en aras, por una parte, de conseguir una comprensión fácil y transparente, bajo la excusa de una supuesta carencia en la competencia literaria de los estudiantes de la Enseñanza Obligatoria, y en aras, por otra parte, de lograr el correspondiente éxito comercial y editorial.
Es aquí donde reside uno de los peligros de la literatura infantil y juvenil: la adecuación ejemplarizante a un supuesto “lector literario incompetente” (en ocasiones a propuesta de ciertas obsesivas líneas editoriales) acarrea la desnaturalización de aquello que el discurso tiene de artístico y de creativo. Al contrario, en el discurso literario destinado a cualquiera de los niveles educativos, la escritura, si aspira a suscitar una práctica significante estética que implique el placer de superar el misterio oculto de los significados, no debe quedar supeditada al fenómeno subcultural de las audiencias sociológicas, tal y como sucede, por ejemplo, en los programas de televisión o en otros mensajes más mediáticos.
La escritura literaria, por lo tanto, debe cuidar la presencia de estructuras retóricas y expresiones figuradas, impregnadas de significaciones connotativas y polisémicas, que intervengan de manera estratégica en la producción imaginaria por parte del lector empírico, de manera que el texto “se mueva” para construir una competencia comunicativa propia de la lectura literaria, porque “leer literariamente” es algo más, bastante más, que leer.
La activación de ciertas estrategias enunciativas es el requisito necesario para que se produzcan esos textos abiertos de los que nos habla Umberto Eco, esos textos que, justamente porque admiten múltiples lecturas, proporcionan un goce infinito. Si aplicáramos los criterios derivados de esta perspectiva a los “libros para niños y para jóvenes” que invaden, profusamente, las librerías bajo la etiqueta (cultural y prestigiosa) de literatura infantil y/o juvenil, nos encontraríamos con que muchos de estos libros no resisten un análisis estrictamente literario, puesto que carecen de las estructuras y operaciones retóricas más elementales para que función la densidad semántica propia de la ficcionalidad y para que se estimule la atención “extrañadora” de los destinatarios.
[1] La teoría de la recepción es un movimiento de crítica literaria que surge de la hermenéutica y la fenomenología de los años cincuenta, como respuesta a la falta de importancia otorgada al lector por las teorías del formalismo ruso, de Nueva Crítica y de autores marxistas como Georg Lukács y Walter Benjamin.
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