En España, estamos presenciando un notable cambio en el panorama de la educación superior, caracterizado por una rápida expansión de las universidades privadas, que pronto podrían superar en número a las públicas. Actualmente, el país cuenta con 50 universidades públicas y 46 privadas, y los gobiernos autonómicos están tramitando la creación de al menos una decena más. Este fenómeno no solo refleja una tendencia global, sino que también subraya una serie de desafíos y oportunidades dentro del sistema educativo nacional.
Como profesora en una universidad privada, reconozco las ventajas de la organización y gestión que ofrecen estas instituciones, lo cual contrasta con la realidad de los salarios, que no siempre son competitivos. Sin embargo, la eficiencia operativa de las universidades privadas a menudo se traduce en una mejor experiencia tanto para el personal como para los estudiantes. A pesar de estos beneficios, la proliferación de universidades privadas ha suscitado preocupaciones sobre la calidad de la educación y la equidad en el acceso a la misma.
El auge de la educación privada en áreas como Madrid es un claro ejemplo de esta tendencia. En la capital, la cantidad de estudiantes de medicina en instituciones privadas ya supera a la de las públicas, con costes de al menos 23.000 euros por curso en comparación con 1,240 euros en instituciones públicas. Este fenómeno se extiende a otros campos altamente especializados como Veterinaria y Odontología, donde el coste de la titulación puede alcanzar cifras astronómicas. A nivel de másteres, las universidades privadas ya han superado a las públicas en número de plazas ofertadas y estudiantes matriculados, una señal de que la educación superior en España se está transformando rápidamente en un mercado donde el poder adquisitivo puede determinar el acceso a oportunidades educativas. Es una contradicción absoluta si se mira la formación que tenemos los profesionales (sea pública o privada) y las oportunidades y salarios que por tanto diploma se devuelve al estudioso.
España se encuentra en un momento crucial en términos de educación superior. En
los últimos 26 años, el número de universidades privadas ha aumentado significativamente, llegando a 46, con planes para al menos diez más en trámite. Este crecimiento no solo refleja una preferencia por modelos de gestión posiblemente más eficientes sino también plantea interrogantes sobre la equidad y calidad educativa. A diferencia de las universidades públicas, cuyo último establecimiento fue la Politécnica de Cartagena en 1998, las universidades privadas han proliferado, evidenciando una tendencia hacia la privatización del sector educativo superior publica hoy un estudio en El País.
La preocupación del gobierno, articulada por el secretario de Estado de Ciencia, Innovación y Universidades, Juan Cruz Cigudosa, se centra en la calidad de los proyectos educativos de estas nuevas universidades y el riesgo de que la educación superior se convierta en un mercado exclusivo para estudiantes económicamente acomodados.
La expansión de las universidades privadas también es notable en los programas de máster, donde se ha producido el «sopeso»: las universidades privadas ahora ofrecen el 63% de las plazas y albergan el 50.2% de los matriculados. Este cambio destaca no solo el atractivo de las ofertas de posgrado de las instituciones privadas sino también la influencia de grandes conglomerados empresariales y fondos de inversión que ven en la educación superior un área rentable de inversión. Por ejemplo, la Universidad Europea fue comprada por Permita por 770 millones de euros en 2018 y vendida parcialmente a EQT por 2,200 millones en 2021, lo que subraya el interés y la monetización de la educación superior.
Un ejemplo más de crecimiento de universidades privadas ocuparía el caso de las E-learning o a distancia, algunas de prestigio, donde permite al alumno tener sus asignaturas bastante bien organizadas, clases magistrales grabadas, atención personalizada con contenidos claros. Ello admite la continuidad en la formación, períodos de maternidad, compatibilidad con el trabajo y otras muchas situaciones y circunstancias de las nuevas sociedades. Lo cual no quiere decir que al ser alumnado “específico en plataformas virtuales” haya que aprobarles sin exigir un mínimo de calidad y nivel universitario. Dichas plataformas a quienes perjudican básicamente son al profesorado, quienes para impartir clases se les exige una cantidad casi innecesaria de diplomas y acreditaciones del Estado, para después por el mismo precio desarrollar mucho más trabajo. No es igual un aula virtual de 20 alumnos a un aula virtual con 200 alumnos, porque el nivel de corrección y seguimiento es impresionante.
Desde la perspectiva docente en una universidad privada, si bien la gestión puede ser más ágil y la organización más efectiva, es crucial mantener un equilibrio donde la calidad y accesibilidad no se vean comprometidas. Las universidades privadas deben esforzarse no solo por atraer inversión sino también por garantizar que la inversión se traduzca en una educación de alta calidad y accesible para un espectro más amplio de la población. En contraposición, podríamos decir que algunas universidades públicas donde esta que escribe ha desarrollado docencia, se “mima” menos a los estudiantes, hay libertad de cátedra, pero los procedimientos en estudios superiores, en ocasiones, deja mucho que desear.
El debate sobre la expansión de las universidades privadas en España es complejo y multifacético. Requiere una consideración cuidadosa de cómo estos cambios afectarán el panorama educativo y social del país a largo plazo, favoreciendo a grupos que tienen poder adquisitivo, independientemente del talento y las calificaciones o en muchos casos endeudando a las familias persiguiendo una vocación para sus hijos. Es esencial que tanto las instituciones públicas como las privadas trabajen conjuntamente para fomentar un sistema educativo que sea inclusivo, accesible y de alta calidad para todos los estudiantes, independientemente de su origen socioeconómico. La situación ahora mismo es perentoria. ¡Veremos!
Rosa Amor del Olmo
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