Pilar Montero Vilar, Universidad Complutense de Madrid
Un año después, la destrucción del patrimonio cultural en Gaza busca eliminar la historia palestina
En 2016 el fotógrafo británico James Morris publicó el libro Times and Remains of Palestine. En sus imágenes se evidencia la ausencia de arquitectura y la presencia invisible de hechos históricos escondidos en paisajes baldíos de Palestina.
Hablamos de una zona de gran importancia estratégica, caracterizada por ser un cruce de caminos entre Asia y África y poblada desde tiempos inmemoriales por diferentes civilizaciones. Ese vacío solamente puede explicarse por la falsificación de la historia provocada por la expansión de una política activa y sistemática de asentamientos israelíes y la destrucción y borrado de otras culturas materiales y de sitios arqueológicos, indicios de un pasado más complejo.
Así lo demuestra un informe de Forensic Architecture sobre un sitio arqueológico identificado como Anthedon Harbour, el antiguo puerto marítimo de Gaza, habitado entre el 800 a. e. C. y el 1100 a. e. C.
Octubre, 2023
El 7 de octubre de 2023, al día siguiente del 50º aniversario de la guerra del Yom Kipur, los israelíes celebraban la fiesta de Simjat Torá. Mientras eso ocurría, el muro construido por Israel dentro de la franja de Gaza para delimitar las zonas en las que pueden habitar sus ciudadanos y los palestinos fue perforado por más de 1 200 miembros de Hamás. Su objetivo era atacar por sorpresa al enemigo. Secuestraron a más de 200 personas, al menos 1 200 perdieron la vida y casi 3 500 resultaron heridas.
Israel declaró el estado de guerra por primera vez desde 1973. El conflicto, que cumple un año de su estallido, se ha convertido en una catástrofe humanitaria sin precedentes para 2,3 millones de palestinos. Las cifras son insoportables: más de 40 000 muertos, entre ellos más de 14 000 niños, casi 100 000 heridos y más de dos millones de personas desplazadas.
Un mes después del estallido de la guerra, la Unesco, en su 42ª Conferencia General, afirmaba que “la actual destrucción y erradicación de la cultura y el patrimonio en Gaza está aún por determinar, ya que todos los esfuerzos se concentran ahora en salvar vidas humanas”.
Monitorización del desastre
La emergencia de la catástrofe humanitaria era de tal magnitud que fácilmente se podía pasar por alto la extensa eliminación de elementos significativos de la historia y la identidad palestinas. Sin embargo, en abril de 2024, el Servicio de las Naciones Unidas de Actividades Relativas a las Minas calculaba que “cada metro cuadrado de Gaza golpeado por el conflicto contiene unos 200 kg de escombros”.
De hecho, los bienes culturales habían formado parte de la ofensiva israelí desde el inicio del conflicto y, ya en noviembre, la devastación de las ciudades del norte de Gaza superaba con creces la ocasionada en Dresde en 1945. No olvidemos que la Franja de Gaza no deja de ser una estrecha superficie de tierra costera de unos 365 km², rica en sitios arqueológicos e históricos que el derecho internacional reconoce como territorio ocupado desde 1967.
Investigaciones del último siglo han contabilizado al menos 130 sitios que, junto con el resto del patrimonio cultural y natural, Israel está obligada a proteger como potencia ocupante en virtud de la aplicación de, entre otras, las siguientes convenciones: Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948), los Convenios de Ginebra (1949) y sus anexos y la Convención de La Haya para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado (1954).
La Unesco, hasta el 17 de septiembre de 2024, ha verificado daños en 69 sitios: 10 religiosos, 43 edificios de interés histórico y artístico, dos depósitos de bienes culturales muebles, seis monumentos, un museo y siete sitios arqueológicos. Otros informes recogen, lamentablemente, un número de lugares afectados bastante mayor. Las evaluaciones se realizan en situaciones muy difíciles, en medio de bombardeos constantes, gracias a testimonios y estudios sobre el terreno y apoyados con imágenes por satélite.
La Gran Mezquita Omari, considerada por muchos la más antigua del territorio y símbolo de resiliencia, o los ataques aéreos dentro del recinto de San Porfirio, la iglesia cristiana más antigua de Gaza, construida por los cruzados en el año 1150, constituyen ejemplos elocuentes de sitios que han quedado reducidos a escombros.
A pesar de que Israel no forma parte de la Unesco –la abandonó en 2018, tras la retirada de Estados Unidos bajo el Gobierno de Trump– sí se encuentra obligado por la Convención de La Haya de 1954 a preservar los bienes culturales:
“Las Altas Partes Contratantes se comprometen a respetar los bienes culturales situados en su propio territorio, así como en el territorio de otras Altas Partes Contratantes, absteniéndose de utilizar dichos bienes, sus inmediaciones o los dispositivos utilizados para su protección con fines que puedan exponerlos a destrucción o deterioro en caso de conflicto armado, y absteniéndose de todo acto de hostilidad dirigido contra dichos bienes”.
Sin embargo, a pesar de que esta Convención cumplió 70 años en 2024, el patrimonio cultural continúa desprotegido.
Genocidio humanitario y cultural
El impacto del desastre en el patrimonio cultural está siendo proporcional al acaecido a nivel humanitario, porque ambos están plenamente entrelazados, tal y como reconoce la Corte Penal Internacional:
“Los delitos contra el patrimonio a menudo afectan a la noción misma de lo que significa ser humano, a veces erosionando franjas enteras de la historia humana, el ingenio y la creación artística”.
De hecho, muchos informes profesionales y artículos especializados hablan de genocidio, genocidio cultural, urbicidio, ecocidio y de domicidio, educacidio y escolasticidio para referirse a diferentes formas de destrucción centradas en un elemento concreto.
El 29 de diciembre de 2023, la República de Sudáfrica presentó una demanda contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Lo hacía por las supuestas violaciones por parte de Israel de sus obligaciones en virtud de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio en relación con los palestinos de la Franja de Gaza.
Entre las evidencias que justifican esta demanda, Israel es acusada de atacar infraestructuras para provocar la destrucción física de la población palestina: dejar en ruinas alrededor de 318 sitios de culto musulmanes y cristianos, numerosos archivos, bibliotecas y museos, universidades, sitios arqueológicos y, por supuesto, destruir al propio pueblo palestino que ha creado ese patrimonio.
Todo es un objetivo militar
En su informe del 1 de julio de 2024, Francesca Albanese, la relatora especial de Naciones Unidas sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, pone de manifiesto cómo Israel ha convertido a toda Gaza en un “objetivo militar”. El Estado vincula arbitrariamente mezquitas, escuelas, instalaciones de Naciones Unidas, universidades, hospitales etc. con Hamás, justificando así su destrucción indiscriminada. Al señalarlas como objetivos legítimos abole la diferencia entre objetivos civiles y militares.
A pesar de que los ataques de Israel contra el patrimonio cultural de Palestina no son un fenómeno nuevo, la destrucción actual que está ocurriendo en los centros de las ciudades de Gaza no tiene precedentes. Para Albanese, Israel trata de ocultar sus intenciones al emplear la terminología del derecho internacional humanitario. De este modo, justifica el uso sistemático de la violencia letal contra los civiles palestinos como grupo, a la vez que aplica inequívocamente políticas encaminadas a la destrucción generalizada del patrimonio cultural y la identidad palestina.
El informe es concluyente sobre las acciones del régimen israelí impulsadas por una lógica genocida que forman parte intrínseca de su proyecto colonizador. El objetivo consiste en ex
pulsar al pueblo palestino de su tierra con la firme determinación de borrar su cultura y su historia.
Pilar Montero Vilar, Profesora Titular, investigadora principal del Observatorio de Emergencias en Patrimonio Cultural www.oepac.es, Universidad Complutense de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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