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Semana Santa: del símbolo semítico a María ante la cruz

RAO

La Semana Santa nos invita cada año a reflexionar sobre los profundos significados de la fe y la condición humana, representados simbólicamente en los eventos finales de la vida terrenal de Jesucristo. En esta reflexión, la figura de la mujer ocupa un lugar central y profundamente simbólico, cuyas raíces se hunden en la historia, la lingüística y la espiritualidad bíblica.

En las lenguas semíticas, la palabra «mujer» se manifiesta en diversas formas que comparten un origen común, reflejando una rica herencia lingüística y cultural. En acádico encontramos la palabra asatu para «esposa», mientras que el cananeo utiliza issu para referirse a «mujer» o «hembra». En ugarítico aparece ‘tt, en arameo inteta o itteta, en árabe unta y en etíope anest. Particularmente interesante es el término hebreo issah, usado para señalar a la mujer en contraposición al hombre (‘ish) y a la esposa frente al esposo.

Estos términos no solo establecen una conexión lingüística entre estas culturas, sino que también implican una concepción social que históricamente ha permeado las estructuras y expectativas de género. Por ejemplo, la relación en hebreo entre ‘ish (hombre) e issah (mujer) refleja más las normas sociales que una relación derivativa directa, revelando cómo históricamente la mujer ha sido definida predominantemente en términos de género, subrayando una perspectiva mayoritariamente masculina.

La narrativa bíblica, sin embargo, introduce una perspectiva distinta y más profunda: tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen divina, con roles equitativos y complementarios. Este concepto bíblico subraya la intención original de igualdad y complementariedad entre los géneros, distanciándose de interpretaciones posteriores que relegaron a la mujer a un papel secundario.

En este contexto, resalta especialmente la figura de María durante la Semana Santa. Jesús, en momentos cruciales de su vida y ministerio, se dirigió a su madre llamándola simplemente «Mujer». Lo hizo al principio, en las bodas de Caná, cuando ella intercede ante la falta de vino, respondiendo Él: «Mujer, ¿qué tengo yo contigo? Aún no ha llegado mi hora» (Juan 2:4). Y lo hace al final, desde la cruz, diciéndole: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Juan 19:26).

Lejos de ser un término despectivo o casual, el uso de «Mujer» por parte de Jesús resalta la dignidad, el respeto y la nobleza intrínseca al ser femenino. Jesús emplea la palabra como título honorífico, equivalente a cómo hoy diríamos «Señora», destacando así la grandeza espiritual y humana de su madre. Esta forma de referirse a María nos invita a reconsiderar el papel simbólico y real de la mujer, otorgándole una dignidad profunda y universal.

No obstante, durante la Semana Santa, algunos grupos católicos tienden a elevar a María al nivel de una figura casi mitológica, representándola en imágenes excesivamente adornadas y distantes de la realidad histórica y social de una mujer judía humilde. Esta tendencia puede oscurecer lo realmente central de estos días: las enseñanzas y la vida de Jesús. La Semana Santa debería llevarnos a reflexionar principalmente sobre el mensaje profundo de Cristo, evitando transformar figuras históricas y espirituales en representaciones que puedan desvirtuar su esencia original.

Además, las palabras de Jesús al inicio de su ministerio público, «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mateo 5:6), resuenan en la descripción que María hace de sí misma en su Magníficat, enfatizando su humildad y su confianza en la justicia divina. Ella se convierte así en modelo espiritual, la primera creyente que escucha y guarda en su corazón el mensaje del Evangelio, ejemplificando la actitud reflexiva, tenaz y espiritual que Jesús deseaba transmitir a todos sus seguidores.

Este simbolismo de María durante la Semana Santa también evoca la figura de Sion, personificación femenina de Jerusalén, que en los textos proféticos del Antiguo Testamento es representada como madre, esposa y mujer en sufrimiento, reflejando así la relación profunda entre Dios y su pueblo.

Por tanto, al unir la riqueza lingüística y cultural del término «mujer» en las lenguas semíticas con el rol especial que Jesús concede a María durante los eventos de la Pasión, obtenemos una visión más profunda y enriquecida de la Semana Santa. Esta conexión no solo ilumina las raíces históricas y culturales de nuestra percepción sobre el género, sino que también nos desafía a reconsiderar y valorar profundamente el papel esencial de la mujer en la fe, la sociedad y la espiritualidad contemporáneas.


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