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Querer a Valente, A José ángel Valente, siempre, por Rosa Amor del Olmo

Tengo, vamos a ver, que ya aprendí a leer, a contar, tengo que ya aprendí a escribir y a pensar y a reír. Tengo que ya tengo donde trabajar y ganar lo que me tengo que comer. Tengo, vamos a ver, tengo lo que tenía que tener.

Nicolás Guillén

La Historia del Arte no es sino la Historia de la evolución del Hombre-Espejo hacia el Hombre-Dios,  y al estudiar esta evolución uno ve claramente la tendencia natural del arte a separarse más y más de la realidad preexistente para buscar su propia libertad, dejando atrás todo lo superfluo y todo lo que pueda impedir su realización perfecta. “La idea del artista como creador absoluto del Artista-Dios               —escribe Vicente Huidobro en uno de sus manifiestos, sobre el Creacionismo—, es que el poeta o artista es un Dios; no cantes a la lluvia, poeta, haz llover. Lo que hace el creador es crear su propio mundo paralelo e independiente de la Naturaleza”. Yo hago memoria, pienso en Valente, estela inmortal, y escribo.

           

Claro que, el creador tiene y construye su propio mundo como un Dios que por encima de todo se debe a sí mismo el ser portavoz del desarrollo de las ideas. Hacia 1955 se consolida el llamado “realismo social” con dos libros de poemas que marcan un hito: Pido la paz y la palabra de Blas de Otero y Cantos Íberos de Gabriel Celaya donde ambos poetas superan su anterior etapa de angustia existencial, para situar los problemas humanos en un marco social. España ha salido de la guerra profundamente destrozada y esta gran tragedia ha supuesto en el terreno cultural una violenta ruptura, una irreparable interrupción de las ricas corrientes anteriores; unos escritores han muerto; muchos se han exiliado; otros guardan silencio; esperan; nada nuevo. “Todos nuestros poetas desde Machado a los poetas sociales de los años 50, sin excluir a Valente, han vivido condicionados por la circunstancia histórica del “problema de España”, escribe no sin razón el profesor García Berrio, porque el punto de arranque del poeta Valente, veremos, es sin duda el sufrimiento por un caos hispánico, triste y con pocos visos de solución para aquellos desafortunados años. Es desde este momento cuando se está de verdad enfrentando el problema de la guerra, por medio de la escritura. Nuestro país está enfermo en este sentido.

Tras los así llamados por Martínez Cachero “años de convalecencia” surgirán un buen número de escritores cuyo camino parece haber sido hallado en el realismo social, exponiendo en manifiestos una nueva concepción del arte y sobre todo de la misión del escritor —en este caso poeta— en la sociedad.

En esta dirección social daba un giro a la estética poética Vicente Aleixandre con Historia del corazón, donde “el poeta es una conciencia puesta en pie hasta el fin”.  De 1955 es A modo de esperanza, donde José Ángel Valente traspasa ese mundo llamado realismo social, en busca de una nueva poética capaz de buscar la identidad del creador. “Sorprende en A modo de esperanza —escribe Sánchez Robayna— una presencia de la muerte que es, acaso por encima de todo, una presencia afrontada en la palabra […]. Esta experiencia verbal del conocer —rastreable en distintos lugares de esta obra poética— parece, paradójicamente, estar alejada por igual tanto de una traducción confiada del pensamiento, pues sabemos, en esta poesía, cuánto importa el lenguaje a la idea, como de la posibilidad inversa, esto es, de una confianza extrema y de una entrega absoluta al lenguaje.”

El primer verso del primer poema de A modo de esperanza, otorga la clave y la pauta a Valente del lugar originario de donde viene la palabra. “¿De dónde viene esa voz y qué dice?          —cuestiona Valente— viene de un no-lugar, viene del desierto real o simbólico, viene de imágenes de desnudez, de transparencia o de rancia incondicionada del ser.” .Ese es el germen de la creación, la clave es el desierto:

Cruzo un desierto y su secreta

Desolación sin nombre.

El corazón

Tiene la sequedad de la piedra

Y los estallidos nocturnos

De su materia o de su nada.

Hay una luz remota, sin embargo,

Y sé que no estoy solo;

Aunque después de tanto y tanto no haya

Ni un solo pensamiento

Capaz contra la muerte,

No estoy solo.

Toco esta mano al fin que comparte mi vida

Y en ella me confirmo

Y tiento cuanto amo,

Lo levanto hacia el cielo

Y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza.

Aunque sea ceniza cuanto tengo hasta ahora,

Cuanto se me ha tendido a  modo de esperanza.

El desierto, pues, es el lugar de manifestación de la palabra y de comparecencia ante la palabra; y para el poeta ese es el lugar de esencia originaria de la palabra. Aquél páramo, por consiguiente, es la frontera yerma con lo infinito, es el lugar privilegiado de la lucha del hombre con los dioses y los demonios. La luz en las tinieblas que resplandece, ésa es la palabra, escucha,  del desierto.

 La muerte como actitud expresiva, dista mucho, como argüimos, de la tentativa poética de conquista social de sus contemporáneos. Y efectivamente la poesía, por tanto, debe tomar partido ante los problemas del mundo que le rodean, como expresaba Celaya, pero esta transformación del mundo por medio de la poesía llevará en Valente implícita un a modo de revolución estética ya desde la misma concepción poética, superando la llamada poesía social. Ésta provocó en aquellos años de los sesenta cansancio y sobre todo cierta perplejidad ante su eficacia. En estos nuevos derroteros Valente se alza con una preocupación fundamental por el hombre, un humanismo existencial que retorna a lo íntimo, huyendo de todo tratamiento patético, que partiendo del escepticismo busca fundamentalmente un compromiso y  una  poesía desde la experiencia personal. Valente apostará por una conciencia estética, raíz de la poesía que le llevará desde su voluntad creadora de la palabra poética a una apuesta irrenunciable de llevar el lenguaje al límite, a una situación extrema donde la palabra se torna pura. En esa búsqueda de la esencia y pureza de la palabra-lenguaje recuerdo aquellas palabras de Octavio Paz de su excepcional libro El mono gramático donde dice: “es turbadora la facilidad con que el lenguaje se tuerce y no lo es menos que nuestro espíritu acepte tan dócilmente esos juegos perversos. Deberíamos someter el lenguaje a un régimen de pan y agua, si queremos que no se corrompa y nos corrompa”.

Pero en Valente también se dan cita los “demonios de la historia personal y colectiva”, y éstos comparecen en la vida literaria invitándonos a través del poema a una experiencia oscura, “a una inmersión en las capas sucesivas de la materia o de la memoria”. De esta búsqueda y este encuentro evolucionado del poeta con el agresivo medio que lo azota señalamos el poema “Hibakusha” incluido en Al Dios del lugar, donde se dan cita la modernidad y el Renacimiento. En este poema Valente armoniza entre el arte y la realidad de lo visible, surgiendo como una duda el problema del yo y el mundo exterior, diálogo de lo invisible y lo visible del conocimiento del poeta hacia la engrandecida aventura del lenguaje. “El artista escribe Paul Gogt— estudia, descubre y confirma la relación permanente de tensión del mundo exterior e interior”. Valente, en este sentido, siempre fue y será eje deslindado de la suma existencia creativa.

Tanto para Sastre como para los que pensaban como él, la creación debía ser ante todo “un acto moral y responsable” y sobre todo una acción útil aprovechada de la idea creativa. La lírica de Valente, sabemos, parte de realidades inmediatas y de experiencias interiores; pero lo más importante en él, más aún que la considerable hondura existencial de sus versos, es el sumo rigor con que trabaja la palabra poética hasta dejarla cargada de resonancias, de perfiles exactos y de poder “no comunicador”. “Lo poético —esgrime Valente—, exige como requisito primero el descondicionamiento del lenguaje como instrumentalidad, el lenguaje concebido como sola instrumentalidad, deja de participar en la palabra.”

En el poema “Un canto” de La memoria y los signos, percibimos cómo para el artista-poeta, la palabra y su autoridad para traspasar y donar, trasciende la nada para inventar, pintar el mundo. La palabra es por tanto potestad y cambio.  “Un poeta debe ser más útil que ningún ciudadano de su tribu. / La poesía ha de tener por fin la verdad práctica. / Su misión es difícil” grita Valente en el “Segundo homenaje a Isidoro Ducasse” de Breve Son. Y hay una razón que imprime modernidad a la obra de Valente y es que, para el poeta, la palabra es un cosmos, un universo, un firmamento que da sentido a la esencia poética:

En el principio era el logos, el verbo, la palabra,

y la palabra estaba cerca del Dios

y la palabra era el Dios…

Nada fue creado sin ella. 

Valente se aproxima así a la palabra, al verbo, al logos y será desarrollada esta propuesta para aproximarnos y acercarnos a esa naturaleza tal que no conlleve al menos, en el uso normal del término, ninguna información. Palabra en efecto, “que no reconoce finalidad ni se sujeta a intención”, un lugar distinto a la palabra de comunicación.

 El mundo poético es creado por el dios-poeta de la nada, conforme a las ideas inmutables y eternas que previamente existían en la mente del creador. Su lírica, por tanto, trasciende la identidad social y la identidad mundana del texto. Como decía Bernard Shaw, un libro tiene que ir más allá de la intención del autor; decía que “todo libro que vale la pena de ser releído ha sido escrito por el espíritu”.

Es por ello que Valente busca con intención una lírica de inmortalidad: “Mientras pueda decir no moriré / Mientras empañe el hálito las palabras escritas en la noche no moriré”. Valente no teme esa palabra, y crea un proceso poético de dualidad entre la inmortalidad terrenal de quienes permanecerán tras su muerte en la memoria de la posteridad, inmortalidad siempre aludida y buscada por Goethe en Memorias de mi vida, y la fe religiosa en la inmortalidad del alma, ésta si, como fruto de la experiencia mística que supone en Valente el acto creativo. El Dios creador constituye en su naturaleza la inmortalidad. El que no entiende que el lugar de la palabra no es el de la comunicación, no pasará nunca la frontera de lo auténticamente poético y creador, “se quedará siempre en los límites de esas pseudoestéticas de lo cotidiano, de la experiencia diaria que no lleva a ninguna parte, y que retrotraen  mucho nuestra visión y entendimiento de la poesía”.

“Toda poesía válida —escribe Huidobro— tiende al último límite de la imaginación. Y no sólo de la imaginación, sino del espíritu mismo, porque la poesía no es otra cosa que el último horizonte que es, a su vez, la arista en donde los extremos se tocan, en donde se confunden los llamados contrarios.”

El poeta, Valente, es el dios, es el creador y el hecho creador de crear, poesía, es capacidad innata de la divinidad. La gestación de la madre naturaleza, hecho fértil del creador antes de la concepción, como cuando se crea la vida antes de la vida. Si la auténtica realidad está en el Dios-poeta y en sus ideas, el mundo-lenguaje poético contingente y mudable debe su esencia y existencia al creador que realiza el mundo-poema a través del verbo. Poema-creación-concepción-gestación, “el poema gestado es el poema natural. El poema corregido es un producto artificial, como una gestación fuera del útero”. En “Arte de la Poesía” de El  inocente,  escribe Valente:

                        Implacable desprecio por el arte

                               De la poesía como vómito inane

                               Del imberbe del alma

                               Que inflama su pasión desconsolada

                               De vecinal nodriza con eólica voces.

                               Implacable desdén por el que llena

                               de rotundas palabras, congeladas y grasas,

                               El embudo vacío.

                               Por el meditador falaz de la nuez foradada,

                               Por el que escribe ¡ay! Y se pone peana,

                               Por el decimonónico, el pajizo, el superfluo, el obvio,

                               Por el que anda aún entre seres y nadas

                               Flatulentos y obscenos,

                               Por el tonto tenaz,

                               Por el enano,

                               Por el viejo poeta que no sabe

                               Suicidarse a tiempo debajo de su mesa,

                               Por el confesional,

                               Por el patético,

                               Por el llamado, en fin, al gran negocio,

                               Y por el arte de la poesía ejercido a deshora

                               Como una compraventa de ruidos usados.

“Sólo un arte de gran calidad estética es capaz de transformar el mundo. Llamamos la atención sobre la inutilidad de la obra artística mal hecha.” En palabras de Alfonso Sastre, la obra artística, en este caso poética, se convierte en el centro del universo ético. La poesía no es un bien de comercio, sufriendo maltratada las incursiones del falaz y manido materialismo poético, sino que constituye en sí misma una experiencia casi mística, como paralelismo ideal con el gran creador: “El que da una palabra da un don / El que da un don deja vacío el aire / El que vacía el aire coloniza la tierra”.

En este sentido, el que da una palabra como creador aparece como el polo que fundamenta y posibilita el más alto grado de conocimiento, en esa colonización, conoce la verdad eterna. Y en este sentido, a Valente le preocupa la poesía desde la misma esencia de creación, en donde se magnifica su sentido desde la perspectiva de lo interior, es en sí misma desde su proceso celular, natural a su creación, insiste Valente:

La poesía no sólo no es comunicación, es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en un agujero sin que nadie nos vea, para encontrar un vacío secreto, para adentrarnos en una habitación abandonada cuya puerta se pueda cerrar desde dentro sin que nadie en el exterior sospeche que una puerta se disimula en el muro, y para estarse allí en el claustro materno, seguros y escondidos, sin que nadie aparezca, sin  que nadie nos saque a la luz pública, desnudos e indefensos, nos saque y nos suplicie y nos repita la sorda letanía cotidiana, la letanía aciaga de la muerte.

           

La palabra, el lenguaje, por tanto, no está sujeta a finalidad alguna o intención, es una palabra no intencional, no busca “efecto” ni en el arte ni en el que la recibe, rompe con todas las finalidades de otros artistas para volver siempre a su esencia, al  territorio de su alumbramiento, al espacio vacío y generador, “concavidad, matriz, materia, mater, materia memoria, material memoria”. Valente parte desde el silencio, desde la escucha de la nada como materia natural, para llegar a la poética como arte de “la composición del silencio”. No sólo no es comunicación, es la búsqueda del otro, invitación a un viaje interior a la interioridad de la creación, al interlocutor que tiene antes que nada el deber de averiguar e instalarse en la nada y en lo anterior a la propia creación de introducirse en lo más íntimo del poeta, porque él manda la palabra y el significado desde lo humano, desde adentro, “claustro materno”.

Cuando la obra ha terminado se ha concluido el fin de la intimidad entre creación y creador, el artista por tanto se encuentra en el exterior, su obra ya no le pertenece (Extotopia), pertenece a todos cuantos sean capaces de aproximarse a ella y recrearla, hacerla vivir de nuevo. El poema se recrea, se revela y nace cada vez que es asumido por un nuevo lector, “el poema es recreado en cada nueva lectura, y son las sucesivas capas de lectura las que hacen perdurable la obra de arte. Si sobre un texto no se pueden depositar esas capas de lectura, el texto desaparece, se olvida. No tiene verdadera existencia desde el punto de vista creador”. Desde aquella “habitación abandonada” es desde donde se produce el hecho creativo, es creación de dioses implícita desde el signo de lo femenino y puramente sobrenatural. “[…] señor de nada, ni el dios ni tú: tu propia creación es tu palabra: la que aún ni dijiste…” emana Valente en “Zayin”. 

Esta acción-creación, Valente la relaciona tal y como hemos señalado más arriba, con el proceso creativo primitivo y único que atañe al momento inactivo de la suspensión de la Nada. “La palabra —declara Valente—, no comunica propiamente, sino que convoca o llama hacia el interior de sí misma. No se consuma como sucede en el uso meramente instrumental del lenguaje en lo que designa, sino que permanece perpetuamente abierta hacia el interior de sí. De ese modo, la poesía se hace o es fundamentalmente experiencia de la interioridad de la palabra, lo que llamamos poema sería en esta perspectiva, antes que cualquier otra cosa, lugar, estancia, morada, habitación, dónde el estar y el ser se unifican.”

En 1912 Kandinsky publica el libro Uber das Geistige in der Kunst (De lo espiritual en el Arte, en su edición española, 1973). En el texto, el artista insiste en resaltar el concepto de arte como expresión sincera de la necesidad interior —“es bello lo que es interiormente bello”—; como una búsqueda formal del arte auténtico. Y en un artículo publicado por el pintor ruso en Der Sturn (Berlín, 1913) expone de una forma clara su idea del arte, idea que Valente llevará a una depuración aún más absoluta del hecho creativo. “Una obra de arte —escribe Kandinsky— consta de dos elementos, el interior y el exterior. El interior es la emoción del artista… La sucesión es: emoción (en el artista) -lo sentido- la obra de arte – lo sentido – la emoción (en el observador). Las dos emociones (pintor y observador) serán análogas en la medida en que la obra sea lograda.” De ahí la implicación que Valente concede al lector en el proceso creativo, implicación hacia la interiorización de la palabra, del poema, para recrearlo.

El nuevo lenguaje creador de Valente, tiene su propio vocabulario, y sin duda es desde la experiencia creativa interior al artista donde la forma se emancipa de la “necesidad externa” para al igual que un músico o un pintor utilizar las notas o los colores y formas, con el fin de reproducir una reacción estética (espiritual, creo) que se crea, emerge y nace, como mensaje de su necesidad interior. El poeta Valente lo expresa trascendentalmente, hermanando este proceso creativo con la experiencia mística, divina, del origen de la creación: Crear no es un acto de poder (poder y creación se niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la feminidad. No es acto de penetración en la materia, sino pasión por ser penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la primera cosa creada es el vacío, un espacio vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el espacio de la creación. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo pueda ser en él creado). La creación de la nada es el principio absoluto de toda creación:

                                    Dijo Dios: Brote la Nada

                                               Y alzó la mano derecha

                                               Hasta ocultar la mirada

                                               Y quedó la Nada hecha.

 “Cinco fragmentos para Antoni Tápies”  a la que pertenece este extracto, es por excelencia la imagen de color y forma, plástica en suma que utiliza el poeta en actitud hermana con la idea de “composición”. Valente da muestras de su aproximación a los pintores españoles modernos, “sintonizando sobre todo con el programa plástico de un cultivador tan atento de la existencia mística como Tápies”. 

Cuando pienso en Valente, al introducirme en su obra, pienso irremediablemente en Arte. Pienso en el autor del todo y de la nada poética, aquel que nadaba sobre los perfiles del serventesio, como el amo, rey de la dialéctica poética. Porque en Valente la poesía como género traspasa el tiempo, alzándose digna por los siglos del mundo, para dejarnos un legado de vacío e incomprensión ante su ausencia, y el poeta quiere que al igual que él y el silencio del que parte, nos aproxime igualmente al verbo y participar así de su creación.

            En la creación de un poema se involucran mecanismos que podrían asemejarse al proceso divino de la creación. Escapan a toda reflexión dialéctica, y al propio tiempo existen en la perenne estructura de la progresión automática hacia el sempiterno albor de lo infinito. Salvedad hecha del  profundo desdén que muestra Valente por la cotidiana humanidad, casi como una constante, se advierte una incesante búsqueda de sí mismo, que ya desde sus primeros libros constituye una especie de desasosiego vital que le llevan a desembocar irremediablemente en el substrato más etéreo de la búsqueda interior. Lo que acertadamente el profesor García Berrio titula como «mística abstracta.” Mística de ángeles y muerte. Reflexión deliberada de antecedentes sanjuanistas y teresianos, aderezada de espíritu propio y recapacitado. Antídoto moral al desengaño y a la controvertida esencia de la humana alma. Asentamiento interior provisional que acaba por ceder ante el destino. Palabra tras palabra, verso tras verso, se funden infinito y autor en sola estela, que dibuja con profundidad el ser humano.

 [ …] Vio el templo construido

para que todo lo escrito se cumpliese

y no para durar más que el sueño del hombre.

            Si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, donde mejor puede encontrarse la huella divina es en la estructura del alma, de ahí la importancia en esta constatación con la estructura y forma del lenguaje, que Valente emana desde la misma naturaleza del hombre. Con respecto al poema “El Templo”, Armando López de Castro, en el artículo así titulado “Sobre los poemas Poética de José Ángel Valente”, estudia con rigor este poema y otros, para afirmar que la función del contenido poético de la palabra que parte de la no-existencia anterior, llega a ser en Valente punto de presencia absoluta al tiempo que plena de revelación: “El templo, lo mismo que la palabra, es un espacio sagrado, un lugar de revelación. […] A partir de esa analogía del templo con la palabra, de lo sacro con lo poético, se entiende también la del Cristo con el poeta. En efecto, el Cristo es inocente en cuanto destruye, por eso puede destruir engendrando”. De donde se deduce que Dios, al igual que el poeta, contiene eternamente en sí los modelos arquetípicos, y para crear el mundo no ha tenido más que decirlo, identificándose en este decir divino, su voluntad y la misma realización del mundo. En este acto, el poeta ha creado y crea desde toda una eternidad poética, todo lo que ha sido, la nada, todo lo que es y todo lo que será. Y en este sentido, la totalidad de las palabras temporales debieron ser creadas de forma que desarrollasen en el mismo decurso del tiempo, según el orden y las leyes que el poeta-Dios ha previsto. Poe tenía la idea de que un poema era una construcción, una obra intelectual, intelectualizando el lenguaje, y Borges, por ejemplo, creía que “si en un poema no hay emoción previa, tampoco hay necesidad de escribirlo”.

El poeta Valente emerge todavía más allá del sentimiento y la emoción.  Su obra, pues, se propone la refutación del tiempo, y como ya promulgó Paz al referirse a los textos de Borges, “no es, quizá, sino la fábula de la vanidad que son todas las eternidades que fabricamos los hombres”. Vanidad del creador, vanidad del Dios… y el Verbo se hizo carne.

                            Aguardábamos la palabra. Y no llegó. No se dijo a sí

                               misma. Estaba allí y aquí aún muda, grávida. Ahora no

                               sabemos si la palabra es nosotros o éramos nosotros la                                    

palabra. Mas ni ella ni nosotros fuimos proferidos. Nada

                               ni nadie en esta hora adviene, pues la soledad es la sola

                               estancia del estar. Y nosotros aguardamos la palabra.


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