por Francisco García Marquina
Llegado el fin del tiempo que era suyo
Atahualpa emperador magnífico
de pura voz sin letra,
se enfrenta a una luz nueva envejecida
que llega con discurso de metales.
El clérigo Valverde estrictamente
suave de santa cólera
le azuza con sus tercos óleos de caridad:
“Arrepiéntete, hombre, y escucha la palabra
de Dios, pues sólo en ella
está la salvación”
Y con un gesto grave le ha ofrecido la Biblia.
Hijo varón del sol
toma en su mano el libro
y lo acerca a su oreja, pero nada
escucha hablar a Dios. Abre las páginas
y ve correr sobre ellas
huellas de pies de pájaros. Sonríe
y con desprecio arroja
por tierra la gavilla del mudo maleficio.
En este mediodía de sangrienta pureza
el Inca alza su frente
para morir después entero y sobrio.
(De Poemas morales, 1980)
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