Me escribe mi amigo R preguntándome mi opinión sobre la sentencia del Tribunal Constitucional sobre los ERE, y añadiendo: “lo que opino yo, te lo puedes imaginar”. Le digo que no tengo opinión al respecto, que carezco de información y de conocimientos jurídicos para pronunciarme. La opinión, la doxa como la llamaban los griegos, mueve el mundo y con las redes sociales se ha vuelto una fuerza avasalladora de la que pueden extraerse pocas pepitas de oro; antes bien, contribuye a hacer de la realidad una inmensa ciénaga. Hay que tener opinión sobre todo y expresarla de modo categórico para combatir las opiniones contrarias. Pues hasta aquí he llegado: ahora que la jubilación me permite seguir los asuntos públicos con más distancia moderaré el uso de mis opiniones, que poco significan, pues es sentencia vieja que opinión, como culo, todos tenemos la nuestra, de suerte que más vale usar la cabeza y procurar aprender y comprender antes que pontificar. No parece mal consejo poner freno a la apetencia desmesurada de tener razón a toda costa.
Agradezco lo que me ha comentado mi amigo José Antonio Hernández, a propósito del artículo del domingo pasado sobre los diarios de Andrés Trapiello: “Me ha gustado mucho tu artículo sobre Trapiello y el yogur. Es uno de esos artículos de autor que alcanzan excelencia y finura. Es verdad que actualmente prolifera el género de las columnas de opinión, pero solo los grandes maestros trascienden la mera opinión”. Como es obvio, no tomo para mí la consideración del magisterio, pero me gusta lo que dice en la medida en que procuro escribir artículos que aporten argumentos para la conversación y si es posible para el deleite, sin quedar atado al sillón de opinador incontinente.
Es injusto cargar en exclusiva la vorágine opinadora sobre la espalda anónima de las redes sociales. De hecho, a tales redes se les ha colgado el sambenito de contenedor y expendedor de todo tipo de vicios y perfidias, olvidando que los medios de comunicación convencionales han dejado de ser en buena medida medios informativos, y lo peor no es que sean opinativos, sino que son simples correas de transmisión de los partidos políticos. No es por ser equidistante, es por ser justo: las grandes cabeceras periodísticas responden a similares patrones, con la diferencia de que unos obedecen la voz del Partido Popular, Feijóo y esa especie, y otros atienden a las prioridades del PSOE, Sánchez y ese linaje. Por suerte, un periódico no es solo un precipitado de informaciones políticas, de forma que es posible encontrar en cualquier diario historias diversas que enriquecen al lector. Si fuera exclusivamente por el seguimiento de las noticias y las opiniones políticas no creo que la lectura de los periódicos tuviera mucho valor añadido. Es cosa sabida, por obvia, que cada periódico tiene una línea editorial, que parte de unos presupuestos políticos y un modo de ver el mundo. Por tanto, nada más lógico que unos diarios sean conservadores, otros sean progresistas, etc, pero de ahí a repetir como papagayos las consignas de los líderes políticos media la distancia que va del periodismo a la propaganda. En la Facultad de Ciencias de la Información se nos recalcaba que los hechos son sagrados y las opiniones libres. Lo penoso es que hoy, en los periódicos, y no digamos ya en las radios, los hechos (las noticias) quedan enterrados en un infinito montón de opiniones.
Así que, permítanme que no opine sobre la actualidad y que celebre la aparición, que deseo fulgurante y exitosa, de Kamala Harris en la escena norteamericana. Me ilusiona la posibilidad de que se produzca un vuelco en las elecciones de Estados Unidos, etcétera. Por lo demás, aunque un jubilado nunca tiene vacaciones, porque para él (para mí) todo son vacaciones, les deseo que las suyas sean felices, que disfruten de agosto, el mes de Augusto, ese pasadizo de 31 cromos con derecho a tumbona, viaje por el sagrado Egipto de las cosas, mirador del tiempo, vermú con o sin periódicos, y terrazas de fuego y luna. Nos leemos en septiembre.
Una respuesta a «No opino, por Juan Antonio Tirado»
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La pluma de Tirado siempre me parece embriagadora, profesional y como resucitada de los grandes columnistas de este país.
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