… sino sombras de palabras
que nos salen al paso de la noche
Xavier Villaurrutia
La historia de la filosofía es apasionante. Quizás porque está llena de espacios y huecos por descubrir, cubrir y completar. Es una tarea inacabada. Lo que se ha dicho hasta ahora es necesario reforzarlo con nuevos puntos de vista y orientaciones críticas. No hay eslabones perdidos –y, si los hay- es preciso descubrirlos, sacarlos del olvido e insertarlos en la cadena del pensamiento y de los descubrimientos científicos.
Uno de los periodos por los que suele pasarse un tanto de “puntillas”, es el Medievo. ¡Cuánta falta hacen medievalistas rigurosos y audaces que acometan esta etapa con energía y nuevos planteamientos!
El motivo que me mueve a hablarles hoy del filósofo Nicolas d’Autrécourt o Nicolaus de Autricuría, es que se atrevió a formular teorías empiristas, un tanto embrionarias, que posteriormente, sistematizaría y profundizaría David Hume. Fue un pensador poco conocido, si bien de interés notable. Ha permanecido oculto hasta finales de la década de los treinta de mil novecientos.
Se da además, un caso siempre curioso y aleccionador. El de un manuscrito que aclara muchas cosas y que fue descubierto gracias a una mezcla de curiosidad intelectual y casualidad.
Circulan vaguedades e inexactitudes sobre su figura. Se suele decir que era francés –nació en 1299 o 1300- cuando Francia aún no existía como nación y las lenguas vernáculas, hacían sus primeros escarceos.
Se le vincula con la corriente nominalista, lo que es cierto. Una corriente de pensamiento que sólo considera “reales” a los objetos individuales, mientras que los “conceptos abstractos” eran para ellos sólo nombres, no realidades.
Hasta ahora, no se le ha relacionado con el empirismo como merece y es de justicia, cuando tanto tuvo que ver con él.
Su vida y su pensamiento ofrecen no poco interés. Fue profesor en la Sorbona. Tuvo una actitud rebelde y crítica que le costaría cara. Padeció persecuciones y fue obligado a quemar públicamente la mayor parte de su obra, bajo la acusación de herejía.
Me parece relevante que fue un seguidor de Guillermo de Ockham, el mejor de todos, tanto en su Teoría del Conocimiento como en sus escritos de política. Con todo, lo más característico es su “empirismo radical” que para él es el único criterio válido de certeza.
Fue una estrella fugaz porque no tuvo continuadores, pero al mismo tiempo, firme como una roca. En el periodo histórico que le tocó vivir buscó ampliar la esfera de la libertad de pensamiento, aunque siempre que esto se consigue es con un notable retraso. En el panorama filosófico y científico, predominaban seres mediocres que actuaban más “como embalsamadores de cadáveres que como investigadores”.
Como buen proto-empirista o empirista, desarrolló el escepticismo aplicándolo a la Teoría del Conocimiento. Llegó lo más lejos que pudo, incluso más allá de los límites permitidos y las líneas rojas establecidas. Tal vez sea –al menos así lo creo- el pensador más escéptico del Medievo.
Guillermo de Ockham fue su “faro” y su referente. Estaba en boga un aristotelismo muy particular y sesgado. Por eso es meritorio que lo criticara con dureza y se apartara de él. Esta y otras cosas son las que han hecho de él un “adelantado” de las ideas empiristas. David Hume tuvo muy en cuenta algunas de sus intuiciones.
Un filósofo valiente e independiente como él era inevitable que topara con la iglesia. Clemente VI henchido de soberbia, se apresuró a condenar toda novedad que cuestionara la visión del mundo que mantenía la Iglesia. No es extraño, por tanto, que se le condenara a quemar públicamente sus libros, legajos y manuscritos, a ser expulsado de la docencia, que ejercía en la Sorbona y a retractarse de sus “ideas peligrosas”
Pese a todo, el pensamiento crítico acaba por abrirse camino. Pese a dogmatismos y persecuciones pudimos recuperar sus planteamientos aunque con notable retraso. El férreo poder que ejercía la iglesia, erigida en interprete único de toda ortodoxia, lo convirtió en una más de sus víctimas.
Manejaba, sin embargo, con sutileza y precisión La navaja de Ockham. Es un representante genuino de ese momento en que el pensamiento crítico comienza a desperezarse y a despertar. Con paciencia e inteligencia supo “descubrir” entre las páginas húmedas de libros y legajos, lo que a otros había pasado desapercibido.
Lo que venían siendo “dogmas incuestionables” comenzaron a ponerse en duda. Al principio sigilosamente y casi en secreto… más tarde, en círculos cada vez más amplios. Hasta derrotar “las ideas momificadas” dando paso a la duda e incluso a un escepticismo que defendía la relatividad de tantas ideas que eran consideradas incontrovertibles.
La modernidad de su pensamiento no se agota ahí. Buscando formulas más satisfactorias que la Física Aristotélica, redescubre o se interesa por la teoría atomista de Leucipo y Demócrito. Para él la materia, el espacio y el tiempo, estaban formado por átomos indivisibles y eternos. Interesarse por estos conceptos en la primera mitad del siglo XIV, es una prueba de libertad de pensamiento y osadía intelectual.
Tal vez por eso, se le plantearon no pocas contradicciones. Si los átomos son eternos no pudieron ser creados por Dios. Tuvo acceso a textos emblemáticos árabes. Como los de Averroes y especialmente los de Algazel. Es, desde luego, lamentable que se hayan perdido la mayoría de las cartas que dirigió al franciscano Bernardo de Arezzo y sólo se han podido conservar algunos documentos gracias a los registros de los procedimientos condenatorios a los que se le sometió.
Regresemos a sus posiciones pre-empiristas y empiristas. Para él, el único criterio de certeza es el que proporciona la experiencia directa e inmediata. El potencial de afirmaciones como esta, es de largo alcance. Llego a cuestionar la relación, dada por indubitable, entre causa y efecto.
Hay filósofos que se rebelan contra la apatía y el conformismo imperante y que adelantan el reloj de la historia, combatiendo prejuicios, adoptando puntos de vista novedosos y abriendo puertas y ventanas para que circule el aire.
El “tedium vitae” escolástico se supera con voluntad y energía, apartándose de los “sistemas cerrados”. La realidad es más ancha que estrecha, incluso poliédrica y el “afán experimentador” es un itinerario adecuado para alcanzar descubrimientos imprevisibles. Los avances no están en los libros sino en la investigación de la naturaleza.
De algo tenían que servir las horas pasadas leyendo libros y legajos, mas sobre todo, experimentado nuevas rutas de pensamiento. Investigar es arduo difícil pero suele dar frutos.
De esta forma se fue resquebrajando el dogmatismo imperante. El pensamiento filosófico y científico nace y crece desoyendo y dejando atrás las anticuadas y soberbias letanías clericales.
Es moderna, muy moderna su concepción de no dar criterio de validez a cualquier prueba derivada de un planteamiento racional de la existencia de Dios. Postulaba que fe y razón son cualitativamente distintas, operan en distintos ámbitos y no deben mezclarse ya que si lo hacen la “razón” podría desmontar o contradecir las verdades de fe.
A Nicolas d’Autrécourt hay que situarlo en el momento crepuscular de la escolástica cuando los principios e ideas de lo que hemos dado en llamar Renacimiento hacen su aparición en el horizonte.
He pretendido tan solo mostrar en estas anotaciones divulgativas que las cosas son más complejas de lo que se ha venido considerando.
En cualquier caso la aproximación al conocimiento de la filosofía y de la ciencia, refuerza el valor de la duda, suele ir acompañada de una sana actitud escéptica y vacuna contra prejuicios dogmáticos negacionistas.
3/9/2024
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