En el análisis de las interacciones entre España y Marruecos, Benito Pérez Galdós ya identificaba a finales del siglo XIX la complejidad y el alcance estratégico de la relación entre ambas naciones. Pérez Galdós, el creador de la novela contemporánea moderna, en sus observaciones, señalaba cómo las potencias europeas, y en particular España, aspiraban a mantener y extender su influencia sobre la costa marroquí, movidos tanto por intereses geopolíticos como por la riqueza de recursos que Marruecos ofrecía. Esta narrativa histórica, que una vez implicó conquistas y competencia diplomática, se transforma hoy en una interacción de carácter cultural y social que es, en ciertos aspectos, igualmente intensa.
Durante su época, Galdós en 1887 en su artículo Marruecos, destacó que cualquier potencia que dominara la costa marroquí podría alterar significativamente el equilibrio de poder en Europa. En particular, mencionó la preocupación española por preservar su influencia en el Mediterráneo frente a otras potencias como Inglaterra y Francia. Este escenario de rivalidad geopolítica marcó las relaciones internacionales de la época y sentó las bases para la interacción entre los dos países en los siglos siguientes.
Recientemente, he tenido la oportunidad de pasar quince días en Marruecos, mi país de corazón, visitando ciudades como Tánger y Rabat, y he observado de primera mano cómo las dinámicas contemporáneas siguen reflejando esos patrones de influencia, aunque bajo nuevos formatos. La llegada de turistas españoles a Marruecos hoy en día puede parecer un simple intercambio cultural o turístico, pero en su núcleo, lleva ecos de esa historia más profunda de dominación y negociación. La práctica del regateo, la superioridad inventada no se sabe porqué, la incomprensión religiosa… Querer dominar o cambiarlo todo, costumbres de muchos visitantes españoles como un ritual bienvenido, es un ejemplo claro de cómo los malentendidos culturales y las expectativas erróneas persisten.
En mi estancia, noté cómo el ruido y las demandas de los turistas españoles llenaban espacios que, en momentos de quietud, revelaban un rico tapiz multicultural de Marruecos. ¡Pero llegaron ellos más conquistadores que nadie! La quietud desaparecía bajo las miradas cómplices de los camareros y yo misma. Estos momentos de tranquilidad en el hotel donde me hospedé contrastaban marcadamente con la «estela del españolismo más vergonzante», una invasión diaria que perturbaba la paz de aquellos que buscábamos simplemente ser testigos de la cultura en su forma más auténtica. Escuchar el silencio, las palabras, la brisa que con su fuerza propina un portazo o el olor del té verde: la escucha.
Esta realidad moderna sugiere que, aunque las formas de influencia hayan cambiado —de la política y la conquista militar a la interacción social y el turismo—, los efectos de estas influencias aún necesitan ser cuidadosamente gestionados y comprendidos. La relación entre España y Marruecos es un testimonio de cómo el pasado colonial y las interacciones actuales se entrelazan, creando un tejido de interdependencia que es tan rico en oportunidades como en desafíos. Pensé y no saludé a los que se creen mis compatriotas porque con sus formas provocaban mi huída.
La reflexión de Galdós y la experiencia presente ofrecen una mirada a la importancia de entender estos encuentros culturales no solo como reminiscencias del pasado, sino como diálogos vivos que deben ser abordados con respeto, conciencia y una voluntad de entender realmente al otro. Solo así podemos aspirar a transformar las dinámicas de poder en oportunidades para un verdadero intercambio y entendimiento mutuo. A medida que avanzamos en el siglo XXI, la herencia de estas interacciones sigue siendo una parte vital de nuestra comprensión global y de cómo las naciones y los pueblos pueden colaborar hacia un futuro más integrado y respetuoso. Cierro con un anglicismo: ¡Caution!
Por Rosa Amor del Olmo
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