
Eduardo Montagut
En mayo del año 1929, Andrés Saborit publicó un artículo en El Socialista (número 6313) en el que explicaba que lo más necesario, en su opinión, como estímulo para las Juventudes Socialistas era el ansia de saber.
Los jóvenes socialistas debían estudiar la manera de contar con bibliotecas completas y modernas, bien organizadas y manejables, centralizando un servicio por localidades y establecer la circulación de libros como si fuera una cadena inacabable.
Así era, “¡Leer! ¡Saber! ¡Valer!”, como una trilogía o como Saborit decía, una obsesión que deberían sentir los jóvenes socialistas. Había que leer sin tasa ni medida. La lectura, ayudada de conferencias y de diccionarios, facilitaba el camino de la vida. Un muchacho culto tenía más posibilidades para todo que un muchacho ignorante. Pero, además, no se podía ser socialista sin haber leído el “Manifiesto Comunista”, y sin haberlo comprendido. Marx podía ser árido, pero era insustituible.
Saber, saber de todo algo, era lo segundo. No se podía uno limitar a un solo aspecto en el conocimiento. Como el saber no había nada, porque solamente los que sabían se orientaban hacia la derecha o hacia la izquierda, pero se orientaban. Los que no sabían eran como los que no veían. Eran ciegos del espíritu. Había que saber, exhortaba a los jóvenes socialistas. Había que saber sin sentir vacilaciones ni desmayos.
Valer, valerse por si mismo, pero, eso sí, a su tiempo. Todo había que hacerlo a su tiempo. La impaciencia era natural en la juventud. Pero alentarla era propio de los que la querían utilizar para su beneficio personal. Pero educar y moldear esa impaciencia era propia de los que querían que los jóvenes se valiesen por ellos mismos, sin caudillismos ni fanatismos, en fin, sin pasiones mezquinas. Valer para las ideas, para representarlas en el hogar, en el taller, en las asambleas, desempeñando cargos directivos, en los puestos de las grandes cooperativas, en el Ayuntamiento, en las Diputaciones, en el Parlamento y desde el Gobierno, sí en el Gobierno cuando España lo necesitase, cuando la clase obrera tuviera fuerza para ello y así lo acordase. Lo malo sería que cuando llegase ese momento faltasen hombres.
Saborit decía, por fin, a los jóvenes, que debían poner su alma al servicio del socialismo, y es de ese modo el socialismo triunfaría. No eran los adversarios los que retrasaban su victoria sino los jóvenes que le negaban el alma, es decir, que no leían, que no sabían y que no valían.
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