Esta cabeza ha olido sangre. Hace tiempo de eso. Y aún puede cerrar los ojos, dormir, dormir, no oler la sangre.
Puede dormir sin que la sangre hecha cristales le saje los ojos. Hace ya tiempo de eso, con viento helado bajo los astros lúgubres.
José Hierro.
“Libro de las alucinaciones”
Vivimos un tiempo inestable en que parece que los recuerdos estorban. Todo es de usar y tirar –algunos lo definen como “liquido”-. Da la impresión de que ese pasado que hemos expulsado por la puerta y al que hemos renunciado, va a colarse por la ventana. De una u otra forma el ayer, siempre, regresa.
Nuestros hijos desconocen y no les interesa el cine que se hacía en la vieja Europa entre los años 30 y la caída del muro de Berlín. En mi colaboración para Entreletras voy a hablar sobre Grigori Kózintsev (1905/1973), un vanguardista desengañado y un cineasta, ruso de origen ucraniano, con una mirada intensa, pesimista y desarraigada. En su juventud fue vitalista, enérgico e innovador. Estuvo influenciado por las teorías teatrales de Vsévolod Meyerhold.
Perteneció al núcleo fundador de “La Fábrica del Actor Excéntrico”, en la que coincidió, entre otros, con Sergei Eisenstein. Eran momentos de libertad creativa y ellos participaban de vanguardias como el dadaísmo. Más tarde, el férreo control stalinista destruiría estos espacios de libertad.
Su filmografía es excelente, mas se advierte en ella el dolor y el desencanto de quien ha dejado atrás un mundo de ilusiones. Su cine es el de un solitario que se mueve entre sombras y que siente atracción por ellas. Es más, la tierra por la que caminan sus personajes, es sombría.
Sus films son caóticos e imprevisibles mas, sólo aparentemente. Tienen no poco que ver con el surrealismo. La cámara de Kózintsev se atreve, nada menos, que a explorar el azar.
Sus ojos –en un cineasta la cámara es una prolongación de su mirada- están llenos de tiempo. Quizás por eso, es posible encontrar rebeldía, mas sobre todo, tristeza y desencanto. Es la suya una filmografía que muestra una y otra vez ruinas bajo la pálida luz de antorchas.
No es extraño que sintiera atracción por el Caballero de la Triste Figura, su incorruptible voluntad, sus fracasos y desdichas. Las llanuras manchegas las trastoca por el paisaje de Crimea, inhóspito, seco y terrible. Su “Don Quijote”, que data de 1957, tiene un cierto esquematismo matemático y produce en el espectador una impresión desasosegante, profunda y de humana desnudez.
Sintió la necesidad de convertir en imágenes algunas obras emblemáticas de la literatura. Le pasó con el personaje cervantino, volvió a pasarle con Shakespeare, especialmente con “Hamlet”.
Le interesa más la esencia que las circunstancias. De hecho, los “fracasos, sinsabores y desengaños” de don Quijote no siguen el mismo orden cervantino. Para él es más importante lo que don Quijote es y simboliza, que las aventuras que le van acaeciendo. Me parece interesante reseñar que el pintor Alberto Sánchez colaboró en este film, en lo que podríamos denominar, la dirección artística. Se desprende un aroma en la película de fatalismo, a un tiempo, resignado y rebelde.
En Kózintsev, observado con cierto detenimiento, parece entreverse una voluntad mistificadora de la percepción visual. El espectador se ve impelido a interpretar y a captar el sentido de sus imágenes. En su concepción del mundo, los personajes se presentan bajo máscaras que no logran encubrir su desnudez y su desvalimiento.
Lo imposible es una aspiración inalcanzable, mas tiene su fundamento. Es quimérico escribir en el agua, mas merece la pena, captar el intento. Sus planos están ejecutados con pasión de pintor atento a los detalles. Para atreverse con una figura como don Quijote, hay que llevar un “león dentro”. La autenticidad y la sencillez huyen de la sofisticación. De ahí, que en sus imágenes la envidia, la codicia o la mezquindad sean elementos episódicos, que muy poco significan en la ruta desconcertante del Caballero de la Triste Figura.
Sus imágenes tienen más de “veredicto” de lo que parece, porque puede decirse que articulan el mundo y dan sentido al caos. De su época vanguardista conserva la búsqueda de nuevas formas expresivas y nuevas perspectivas. Sus películas, en contra de la opinión de algunos críticos, suelen tener una arquitectura bien definida. Son una red de comunicaciones que están ligadas y atravesadas por una intención de sentido.
Sus imágenes están dotadas de un profundo significado más allá del dolor y del desvalimiento. Los combates interiores, a diferencia de los externos, no se saldan con derrotas sino con afirmaciones, aunque sean visibles las cicatrices.
Centremos ahora nuestra atención en Hamlet, personaje oscuro donde los haya. El Príncipe de Dinamarca es un espectro que persigue a otros del pasado, es también, un alegato contra la tiranía y una desesperada búsqueda de identidad de quien no quiere creer, pero todo le empuja hacia amargas verdades.
Como expresara, con brillantez, el poeta José Hierro “Si el espejo sufre es porque la vieja imagen está viva”. Hamlet contempla en su profundo desamparo un derrumbamiento de su mundo interior… que acaba en silencio. En cierto modo, el combate de Hamlet consigo mismo lo precipita hacia la nada, donde todo es ceniza y oscuridad.
“Hamlet” es quizás, su película más madura. Cuidó con esmero la concepción global y sus múltiples ramificaciones interpretativas. Su interés hacia el personajes shakesperiano viene de muy atrás, de hecho, está precedida por un intento anterior. Fue la primera tragedia post stalinista que se representó y, al mismo tiempo, un grito un tanto sofocado de liberación… aunque nunca le devolvería la vitalidad de las vanguardias vividas en su juventud.
Algunos críticos han insistido en que el Príncipe de Dinamarca se rebela contra un tirano y asesino (su tío Claudio) y ante una situación manifiestamente injusta. Algo parecido le ocurrió con el “Rey Lear” (1971) que demuestra su interés por este personaje, su visión del poder, de la traición y de cómo los errores humanos destruyen y aniquilan. Me parece oportuno destacar que Boris Pasternak colaboró con él en algunos de sus proyectos, traduciendo al dramaturgo británico.
Poco importa a quienes no sienten interés por el pasado que obtuviera, entre otros galardones, El León de Oro, en el Festival de Venezia. Este film es emblemático. Reconstruyó, en cartón-piedra, el Castillo de Elsinor como si de un auténtico laberinto se tratara, en la rocosa costa del Mar Báltico, cerca de Tallin, en Estonia, con un cierto aire sonámbulo. Es significativa su representación de la naturaleza, el mar agitado, sin ir más lejos, es un símbolo más de la desazón de la conciencia atormentada del Príncipe de Dinamarca.
Los personajes en los que centra su atención, no por casualidad, están sedientos de justicia. Se ven impelidos a moverse entre tinieblas que reflejan sus incertidumbres y temores.
Grigori Kózintsev concibe el mundo como un lugar donde la arbitrariedad ahoga los proyectos de liberación. Para él los mitos ancestrales siguen arraigados en la conciencia de los pueblos… y se manifiestan de diversas formas de un modo oscuro.
Los espejos no hacen otra cosa que multiplicar los enigmas. Pese a todo, su filmografía es un alegato a favor de la dignidad humana. Sus imágenes muestran, una y otra vez, el panorama devastador de los deseos de justicia insatisfechos.
Para quien no conozca aún a este cineasta merece la pena visionar algunos de sus films. Sus criaturas atormentadas son taciturnas y hurañas, quizás porque se encuentran en un callejón sin salida. Vienen a ser fragmentos de vida estática, solitarios y angustiados. Quizás forme parte de la concepción de la existencia del alma rusa.
No faltan razones para explorar y adentrarse en su filmografía. No está de más recordar que fue cuñado de Iliá Eremburg, que vivió algún tiempo en nuestro país y que tiene interesantes páginas sobre sucesos acaecidos en la Segunda República y la Guerra Civil. De igual manera puede y debe destacarse que en sus primeras películas hay una cierta concepción y un cierto aire que lo emparenta con Charles Chaplin, por ejemplo, “Las aventuras de Oktyabrina”.
Pronto se advierte su tendencia a convertir en imágenes obras literarias. Así lo hizo con “El capote”, que toma el título de la obra homónima de Nicolái Gógol. Conviene destacar, asimismo, su colaboración con Leonid Trauberg, donde configura al héroe moderno.
En otra ocasión me detendré en la calidad de la música que acompaña a sus películas. Está a cargo de excelentes compositores y es inseparable del sentido y de la finalidad.
Sugiero a los amantes del cine, visionar alguno de estos films –preferentemente “Don Quijote” o “Hamlet”- para que aprecien en todo su valor la fuerza de sus imágenes… que, desde luego, merecen un lugar destacado en la historia del cine entre 1925 y 1989.
Vivió –y nosotros todavía vivimos- en un mundo de posibilidades múltiples, prácticamente infinitas. La gran lección de Grigori Kózintsev, es que pese a las trampas del destino… TODO ES HORIZONTE.
ANTONIO CHAZARRA
Profesor de Historia de la Filosofía
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