El pensamiento se somatiza
En la unidad de paliativos del hospital San Rafael, había una habitación que permanecía en un silencio más profundo que el resto. Allí, Clara, una mujer de avanzada edad y mirada intensa, pasaba sus días entre sombras y susurros de enfermeras. Había llegado allí hacía varias semanas, pero su partida parecía resistirse a pesar del consenso médico que no anticipaba más que días para su final.
Clara era conocida entre el personal no solo por su condición delicada, sino por las largas horas que pasaba despierta, mirando por la ventana o fijamente al techo, sumida en profundos pensamientos. El doctor Ruiz, encargado de su cuidado, notó que a pesar de la medicación, Clara mostraba signos de una inquietud interna que parecía mantenerla aferrada al mundo de una manera poco común.
Una tarde lluviosa, el doctor Ruiz decidió sentarse junto a ella. Con voz suave, intentó explorar las razones de su insomnio y ansiedad evidente. Después de un largo silencio, Clara comenzó a hablar de su vida, revelando retazos de su juventud. Habló de un hermano al que no había visto en décadas, de palabras duras que nunca fueron suavizadas por el bálsamo del perdón, de decisiones que alejaron a viejos amigos y de un hijo que partió al extranjero tras una pelea que dejó un vacío lleno de reproches mutuos.
«Me atormenta no haber pedido perdón, doctor. Me atormenta pensar que se fueron de este mundo o están en algún lugar pensando lo peor de mí», confesó Clara con los ojos llenos de lágrimas. El doctor Ruiz, movido por sus palabras, propuso ayudarla a encontrar algún tipo de cierre. Clara asintió, agotada pero esperanzada.
En los días siguientes, con la ayuda del personal del hospital, el doctor Ruiz logró localizar al hijo de Clara. Después de explicar la situación, consiguió que él aceptara hablar con su madre a través de una videollamada. Fue un reencuentro lleno de lágrimas y palabras entrecortadas. Clara pidió perdón, y su hijo hizo lo mismo. Hablaron de los buenos tiempos, de los momentos compartidos que ambos atesoraban en sus corazones.
Cuando la llamada terminó, Clara se recostó en su cama con una sonrisa serena. Por primera vez en semanas, durmió profundamente. A la mañana siguiente, el doctor Ruiz encontró su habitación vacía. Clara había fallecido en la noche, finalmente en paz, liberada de las cadenas invisibles que la retenían.
La historia de Clara dejó una huella indeleble en el personal de San Rafael, un testimonio del poder sanador del perdón y de cómo, a veces, el alma necesita resolver sus cuentas pendientes antes de poder partir tranquila. Su habitación, una vez un lugar de angustia silenciosa, se transformó en un recuerdo constante de que, no importa cuán cerca esté el final, siempre hay espacio para la redención y la paz.
por Rosa Amor del Olmo
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