Ganar la Eurocopa es, sin duda, un hito significativo para cualquier nación, una celebración de esfuerzo colectivo, habilidad y espíritu deportivo. España, conocida por su pasión por el fútbol, ha experimentado este júbilo en diversas ocasiones. Sin embargo, la reciente victoria ha estado empañada por comportamientos que no solo desdicen del carácter festivo del evento, sino que también cuestionan la responsabilidad que conlleva estar en el ojo público.
Recientemente, algunos jugadores de la selección española han mostrado comportamientos que, francamente, no se alinean con el espíritu de deportividad y respeto que debería caracterizar a profesionales de su estatus. Desde negar el saludo al presidente del país hasta lanzar objetos a los aficionados y, lo que es peor, participar en proclamas inapropiadas en pleno corazón de Madrid, todo ello con el beneplácito del alcalde de la ciudad. Tales acciones no solo son indebidas, sino que además proyectan un mensaje equivocado.
En un momento donde el mundo observa, la euforia a ese nivel, no puede ser una excusa para el descontrol. “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, como bien citaba el guionista Stan Lee, refiriéndose al héroe Spider-Man, y este principio es igualmente aplicable a los ídolos del deporte. Los deportistas, especialmente aquellos que representan a su país en el escenario internacional, son figuras de admiración para muchos jóvenes. Sus actos, tanto dentro como fuera del campo, deberían estar impregnados de integridad y decoro.
La apología del “gandulerismo”, como se ha observado en la plaza del centro de Madrid, es especialmente preocupante. En una sociedad que lucha por valores de respeto y convivencia pacífica, incitar a lemas que pueden ser interpretados como xenófobos o imperialistas, como “Gibraltar español y Marruecos también”, no solo es inaceptable, sino también peligrosamente irresponsable. Este tipo de comportamiento recuerda los “borrachos” del cuadro de Goya, donde la falta de control y el exceso llevan a la degradación moral y social.
Ganar un campeonato es una hazaña, pero la verdadera victoria está en llevar esa gloria con humildad y usar la plataforma de la fama para fomentar un impacto positivo. Los futbolistas, al igual que cualquier figura pública, deben entender que sus acciones tienen consecuencias que van más allá de las celebraciones efímeras.
Es crucial que las instituciones deportivas, junto con la sociedad, promuevan un enfoque más disciplinado y respetuoso del triunfo. La educación en valores desde las canteras hasta los equipos nacionales es fundamental. Además, las autoridades competentes deben establecer límites claros y consecuencias para quienes los traspasen, garantizando que el deporte siga siendo un ejemplo de pasión, alegría y, sobre todo, respeto.
En última instancia, una sociedad que pierde el control por cualquier razón se enfrenta a un futuro incierto. No podemos permitir que el desborde de unos pocos, eclipse la verdadera esencia de lo que debería ser una celebración nacional, no terminar con las reservas de alcohol, sino terminar con las reservas de lo sano, del esfuerzo e integridad en todo momento. Para expresar felicidad y orgullo de uno mismo, no hace falta desbarrar, ¡queridos caníbales! Porque entonces, para muchos dejaréis de ser aquello de lo que presumís.
España, y especialmente sus héroes deportivos, deben recordar que cada victoria en el campo debe ser también una victoria en la conducta, un ejemplo para todos, dentro y fuera de las fronteras del país.
Rosa Amor del Olmo
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