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La pasividad ante la desigualdad nos acerca al precipicio, Angélica Carvajal

Angélica Carvajal

Unas 58 millones de personas adultas tienen un patrimonio superior a 1 millón de dólares según el informe Global Wealth Report 2024 de UBS y el Banco Mundial indica que hay 700 millones que viven con menos de 2.5 dólares al día. ¡Flipante!

Si el 1% por ciento más rico de la población del planeta posee más riqueza que el 95% del resto de la población mundial algo anda mal, muy mal.  Y esto revive en mi memoria las palabras de Eduardo Galeano, escritor uruguayo, en una entrevista a la revista El Margen en 2009, cuando dijo: “toda riqueza se nutre de alguna pobreza y ahora fíjate con esta crisis mundial el mundo entero está aceptando con bastante pasividad, y hasta con aplausos…”.

Que frase más viva y repleta de sentido, aún 15 años después, ante las cifras de desigualdad económica que nos lanza la ONG Oxfam Intermón en el marco de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Pero, ¿esto a quién asombra?

Si bien, la desigualdad en la distribución de la riqueza es un escalón cada vez más alto, como dijo Galeano lo vemos de forma pasiva, algunos lo leerán con desgana, otros lo considerarán hasta normal y por eso nada cambia. Cuando la injusticia social se normaliza, es como extenderle el paso sobre la alfombra roja. Es darle la bienvenida a prolongar su estancia y a fortalecer sus extremidades para consolidar su presencia. 

La Pluma

Ya no importa saber quién tiene más dinero, sino lo que hace con ese dinero y cuál es la influencia de esos milmillonarios sobre los que a sus pies restan casi la totalidad del planeta de rodillas, trabajando incansablemente para obtener migajas que les permitan permanecer en el mapa social.

Las grandes economías y potencias mundiales nos venden la idea de que luchan para combatir la pobreza, pero sus cabezas también dependen de directores ejecutivos y accionistas de multinacionales.

Nos asfixia el cambio climático y la pobreza le pisa los talones a la mayoría de personas desde la clase media hacia abajo mientras las mascarillas que les pueden dar un respiro al medio ambiente y a la cartera de la gran mayoría, están acumuladas en las estanterías de quienes acumulan el conocimiento, la información, el dinero y poder como actividad lúdica más que lucrativa, porque riqueza ya tienen.

Qué curioso que siempre sea el norte donde brillan las estrellas del éxito y el confort, cuando la mayoría en el sur está a la intemperie sin poder alcanzar ver la luz. Siempre es al sur donde la labor ardua y los sistemas débiles de educación son un trampolín a la decadencia.

El juego de mesa de Monopoly nunca antes estuvo mejor personificado. Son pocos los que pueden tener su sitio y con la compra y venta de bienes y servicios regulan el mercado completo de divisas, cerebros y personas.

Lo planteo de esta otra forma: la riqueza proporcional a 100 personas está en el bolsillo de una sola, que a su vez teje sus redes acumulativas en medios de comunicación, megaempresas de finanzas e inversiones.  El informe de Oxfam señala que dos multinacionales son propietarias del 40 % del mercado mundial de semillas y las tres mayores gestoras de fondos estadounidenses gestionan cerca de una quinta parte de todos los activos de inversión en todo el mundo.

Además, es desconsolador como se informa que los países de renta baja destinan aproximadamente el 40% de sus presupuestos anuales al servicio de la deuda. Risible, ¿no?, es decir que tras de que ya arrastran cadenas deben pagarle a los más ricos por alargar el proceso de obtener el derecho a un respiro económico.

Y como si fuera poco, las autoridades mundiales insisten en mantener la aspiración de acabar con la pobreza extrema para 2030, un objetivo claramente inalcanzable. Al menos si se trata de la real pobreza extrema de las 700 millones de personas que la sufren, ¡claro está!  

María Angélica Carvajal

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