Cada vez que alguien profiere esa expresión, conviene ponerse en guardia.
Como filóloga, considero que se trata de una trampa retórica, un subterfugio del emisor que viene acompañado de otros clichés al uso: “no estoy seguro”, “quizá me equivoque” (sin olvidar colocar un tono de voz entre melifluo y teatral).
Si además se añade el adjetivo “humilde”, la actitud de impostura y el artificio lingüístico son mayúsculos. Y si sumamos el adverbio “solo” la amenaza está servida. En definitiva, quien se presenta con esa suerte de “buenismo conciliador” refleja una ignorancia supina y una completa falta de implicación; son advertencias que en el fondo destilan un tufo de superioridad y conminación, con el deseo de evitar posible choque o cierta confrontación frente al receptor en todo acto comunicativo; se anula la réplica, porque confunde la veracidad con la información. “Solo es mi humilde opinión” consiste en un juego irritante del pelo: “no he estudiado nada, no me lo sé” o “solo traigo notas sin hilvanar para mi conferencia”… falacias genuinas de estudiantes y profesores que exhiben una falsa modestia al comprobar el sobresaliente del alumno en el examen o el éxito de la disertación.
Pero, “sin ánimo de molestar a nadie” otro cliché detestable, qué hay de malo en expresar la opinión de esta manera: “yo creo, pienso, considero, incluso el coloquial “según yo” tan correcto y tan denostado. De ahí a “¿es que no puedo opinar?”, solo un paso. Y la guinda: “no tengo opinión sobre eso”; con un palmo de narices nos quedamos ante el completo desinterés e indiferencia. Propongo tranquilidad: no todas las opiniones valen lo mismo y ni tan siquiera la mayoría son dignas de tenerse en cuenta.
¡Ay! Si nos leyera Kant…otros juicios nos cantarían.
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