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La mujer en el imperio español (II)

Francisco Massó Cantarero

La mujer tuvo un papel fundamental en la labor civilizadora de América que en aquel siglo XVI se llamaba “enseñar políticas”; es decir, enseñar a estar en la ciudad (polis), hacer ciudadanos, constituir civilidad. Sin duda, con luces y sombras, supuso una labor sagrada e ingente, transformar el modo de vida neolítico que habían encontrado los castellanos en un sistema de cultura renacentista integral.

También en este capítulo cabe destacar la figura de otra reina, nieta de Isabel I, esposa y prima hermana de Carlos I: Isabel de Portugal (Lisboa 1503-Toledo 1539). Fue una mujer de talento que integró el modelo existencial de su abuela. Vino a España a reinar, parió cinco hijos y murió de sobreparto del sexto. De los trece años que permaneció como reina, seis estuvo de regente gobernadora: 1528, mientras Carlos iba a las Cortes de Monzón y Barcelona, 1529-1533 por el viaje de la coronación en Bolonia; entre 1535 y 1536 por la expedición de su marido a Argel y la tercera guerra con Francia, y 1538 por la tregua de Niza. La reina murió al año siguiente.

Al principio, Isabel recibió instrucciones de su marido. Con el tiempo, se fue exonerando de las recomendaciones. Y, al final, era ella misma quien hacía sugerencias políticas, según las cartas que se conservan.

Con relación a América, son importantes las capitulaciones de Toledo, otorgadas por Isabel a favor de Francisco Pizarro, con las que autoriza la tercera y definitiva expedición sobre el Tahuantinsuyo y resuelve, de momento, el pleito interno entre Pizarro, Almagro y Luque, los expedicionarios comprometidos en la empresa, que andaban a la greña.

La segunda gran intervención de Isabel respecto a América fue para resolver el pleito que Diego Colón mantenía con la Corona, por los derechos que las capitulaciones de Santa Fe reconocieron a su padre, Cristóbal Colón. El pleito, una vez muerto Diego, lo continuó otra mujer de armas tomar, María de Toledo (Alvarez de Toledo, según algunos autores), sobrina de Fernando el Católico, virreina de la Española, que no cejó hasta conseguir de la Regente que hiciera justicia y otorgara el título de duque de Veragua a Luis, su primogénito.

Me interesa destacar el papel de mujeres anónimas, que fueron a “hacer política”, sin el amparo de su prosapia. Muchas, ni siquiera contaban con el apoyo de sus maridos, porque fueron solteras y buscaban sus propias esperanzas. A título de ejemplo, el 28´5% de la emigración entre 1560 y 1579 fueron mujeres. Este porcentaje totaliza 5.013 mujeres; de ellas, 1980 eran casadas o viudas y las restantes fueron solteras.

La afluencia femenina se produjo desde el tercer viaje de Colón donde se contabilizaban 30 mujeres, junto a 40 escuderos, 100 peones, 50 labradores, 20 marineros y oficiales de otros oficios, según el recuento que hizo Silvio A. Zavala.

Muchas de las mujeres solteras iban en el séquito de virreinas y gobernadoras como doncellas; pero otras se sufragaban sus gastos de viaje, pese a que eran inmensamente caros. Cada billete superaba los 8.000 maravedíes a más de otros gastos de flete, u 11 pesos de oro, según otros testimonios. Ello exigía vender todas sus propiedades, o derechos de herencia según hizo alguna, para acometer su aventura.

Durante los primeros años del imperio, hubo coacción para embarcar mujeres con destino a las Indias. Los casados que viajaban solos, dejando en la península mujer e hijos, se comprometían a mandar el dinero de los fletes, antes de transcurridos dos años; si no lo hacían, se enfrentaban a multas muy severas. Las autoridades estaban obstinadas en evitar la bigamia.

A lo largo de los tres siglos de imperio, Andalucía proporcionó el 37% de toda la emigración; de ese porcentaje, el 67% fueron mujeres. La otra gran fuente de emigración fue Canarias, hasta que el Consejo de Indias la limitó por no seguir perjudicando la demografía canaria. Esto explica la fonética del castellano en aquellas latitudes.

Una vez constituida la Casa de Contratación de Sevilla  en 1503, se cuidó que las mujeres emigrantes tuvieran buena conducta. No se aceptó el viaje de prostitutas (“personas prohibidas”, junto a judíos, moriscos, gitanos y herejes) hasta 1526, cuando se autorizó la apertura allí de casas de mujeres públicas, con el beneplácito de tres obispos. En Nueva España, existía prostitución sagrada precolombina en los templos de Xochiquetzal, diosa del amor y en el de Tlazoltéotl, diosa de la sexualidad.

En sentido contrario, en 1542 los procuradores de Ciudad de México pidieron al emperador la creación de dos conventos femeninos para acoger a las chicas solteras que no podían casarse por no tener pretendientes capaces de pagar la dote. Lo mismo ocurrió en Perú, en 1553, ante el excedente de mujeres casaderas sin pretendientes.

Pero, la mujer,  por el derecho de Castilla muy distinto al de Aragón, podía libremente, por sí misma, comprar, vender, arrendar e invertir sin autorización marital, ni de pariente varón sustituto. Y así lo hacían, según testificaciones notariales, como la sevillana  Francisca Ponce de León, empresaria que invirtió dinero en negocios americanos, donde tenía un empleado al frente, mientras ella gestionaba desde Sevilla la comercialización y dirección de su empresa.

Otras, como Francisca Albarracín y María Bejarano  eran propietarias o copropietarias de embarcaciones que hacían el trayecto de Sevilla a Veracruz. Hay testimonios en los que la mujer actúa como albacea testamentaria, o sale fiadora de préstamos. Incluso hubo mujeres que financiaron las empresas de sus maridos como Beatriz Estrada que sufragó los gastos de Francisco Vázquez para la exploración del suroeste de los actuales EEUU. Hay que recordar que tales hazañas se hacían por iniciativa privada, toda vez que la Corona no aportaba más que la autorización.

Estas mujeres “enseñaban política” generando una sociedad elitista, que imitaba las costumbres, modas y prácticas de ornamentación de la metrópoli, procuraba crear matrimonios distinguidos dentro de la endogamia de la élite, entre iguales, y celebraba tertulias exquisitas a diario, restringidas a españoles peninsulares y criollos, los españoles de América. Así, se generó un modo de vida aristocrático, que vivía en exposición, para ser admirado, e imitado de ser posible, por el resto de castas de la población: indios, mestizos, negros, mulatos, zambos, etc.

Frente a este panorama, la posición de la mujer amerindia era abisalmente contraria y desigual. Las mujeres indígenas eran res mancipi, que se utilizaba como materia de trueque en las transacciones, u objeto de placer que los curacas empleaban para agasajar a los visitantes que ellos consideraban importantes.

En el área de la realeza, la mujer tampoco ostentaba dignidad alguna. Moztezuma tenía a su disposición a 3000 mujeres entre esposas, criadas y esclavas, de donde extrajo a quienes habían de complacer a Hernán Cortés, en los primero momentos del encuentro. Y el Inca disponía de un número indefinido de acllaconas (escogidas), chicas vírgenes, de extracción social aristocrática, que vivían en cenobios distribuidos por todo el Tahuantinsuyo, a los que sólo tenía acceso el Inca para escoger con quién pasar la noche.

Orellana describe la institución de los poblados de amazonas, que pululaban tierra adentro a ambas márgenes del río Marañón que estaba explorando. Tales poblaciones estaban integradas exclusivamente por mujeres aguerridas, de largas cabelleras y plenamente desnudas, que presentaban el seno derecho quemado, para que no les estorbase al tensar el arco. Estas mujeres, cuando deseaban aparearse, secuestraban a los varones de poblaciones cercanas hasta que conseguían su preñez. Una vez alcanzada  ésta, devolvían a los garañones a sus poblados. Tras nacer las criaturas, si eran varones, o bien  los mataban, o bien los llevaban al poblado de sus padres para que los criasen ellos; si eran niñas, se las quedaban para entrenarlas en el arte de la caza y la instrucción bélica. Por el estupor experimentado, Orellana le cambió el nombre al río, que hoy sigue llamándose Amazonas.

Al repasar esta  historia, no he podido por menos recordar el texto de antropología fenomenológica de Margaret Mead, titulado Sexo y temperamento, escrito a principios del siglo XX, sobre su trabajo de campo realizado en torno a los mundugumor, los arapechs y los tchambuli, civilizaciones del Pacífico. A mi juicio, es un tratado que debieran aprender de memoria las feministas modernas, antes de despegar sus labios sobre la violencia de género.

Acerca de virreinas y gobernadoras hablaremos otro día.

    2 respuestas a «La mujer en el imperio español (II)»

    1. Avatar de Camilo
      Camilo

      Cuánto nos falta de saber, de leer lo escrito incluso hace siglos, sobre estos temas del imperio español en América; en consecuencia, qué extensa es nuestra ignorancia, en cierto modo culpable sobre todo cuando emitimos juicios formados por el ruido y la prisa de ideologías y opiniones concretas de ciertas modas. Esto se pone en evidencia al leer este artículo, donde se constatan muchas lecturas enriquecedoras. Solo falta agradecer la información y la transcripción agradable para nuestra mente.

    2. Avatar de Adelaida
      Adelaida

      Magnífico e interesantísimo artículo. Coincido con Camilo: ¡cuánto nos queda por aprender! Gracias por disminuir ese gran abismo.

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    One thought on “La mujer en el imperio español (II)

    1. Cuánto nos falta de saber, de leer lo escrito incluso hace siglos, sobre estos temas del imperio español en América; en consecuencia, qué extensa es nuestra ignorancia, en cierto modo culpable sobre todo cuando emitimos juicios formados por el ruido y la prisa de ideologías y opiniones concretas de ciertas modas. Esto se pone en evidencia al leer este artículo, donde se constatan muchas lecturas enriquecedoras. Solo falta agradecer la información y la transcripción agradable para nuestra mente.

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