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La hoja roja por Juan Antonio Tirado

Tengo un recuerdo lejano y vago de La hoja roja, la novela de Miguel Delibes, en la que cuenta las peripecias de don Eloy, un hombre que se enfrenta al momento dramático de su jubilación. Un recuerdo agradable, pues en Delibes he encontrado cada vez que me he aproximado a su literatura el calor de la buena letra, y, en el caso de este libro, una imprecisa sensación de tristeza. He ido a una biblioteca pública y he sacado el libro con la intención de releerlo, pero no he pasado de la página 5. Creo que no es una lectura que me convenga para este tiempo a punto de estrenar. El 9 de julio, coincidiendo con mi 63 cumpleaños, paso oficialmente a la condición de jubilado. Desde el 7 de junio ya no trabajo, estoy de vacaciones y libranzas, de lujurias y azoteas me gusta decir por ponerle un poco de música festiva a la situación.

Siento, como decía el autor del Tenorio, y recordaba a menudo mi querido amigo Teófilo Ruiz, que no hay plazo que no se cumpla, que la vida son ciclos y que en la hoja de debes y haberes profesionales, la jubilación, aunque sea jubilosa, marca una línea que suprime el futuro. Eso está bien, si se aprovecha con inteligencia y buen tino, porque inaugura el tiempo del presente, una suerte de regreso a la infancia, a una infancia ya sin deberes ni asignaturas pendientes, con unas vacaciones permanentes. La jubilación en la época de la novela de Delibes, años 50, era un verdadero canto del cisne, un pasaporte con fecha de caducidad próxima. Ha cambiado mucho la vida desde entonces y hoy si al jubilado le acompaña la salud y las ganas de hacer cosas, y de no hacerlas, tiene por delante una etapa grata y larga. Mi padre disfrutó de veinte estupendos años de prórroga después de jubilarse y mi suegro va ya por treinta y uno.

Con todo, es conveniente tomarse este penúltimo rito de paso con cuidado, y con la cabeza fría. Hace muchos años escuché en la radio a una psicóloga que decía, con muy buen sentido, que es sorprendente que cuando nos vamos un mes de vacaciones programamos hasta el mínimo detalle, en tanto mucha gente se jubila de forma alegre, sin planes, sin proyectos, a lo que salga y lo que sale no es necesariamente bueno. Lo que contó aquella psicóloga se me quedó grabado y mentiría si dijera que tengo un plan acabado para estas vacaciones sin fin. Cuando uno se jubila de un trabajo que le ha apasionado, que ha sido motivo esencial de su trayectoria, corre riesgos a los que no está expuesto quien desempeña un cometido que le desagrada o al menos no le ilusiona o que directamente vive como una condena. Con todo y con eso, me siento feliz.

Es natural que en este tiempo que inauguro, como en los ya pasados, haya días de sol y otros tormentosos, tardes plácidas y noches amargas, pues que así se va escribiendo la partitura de la vida, pero si de algo estoy seguro es de que no echaré de menos la sujeción a los horarios, que no añoraré al jefe o jefa que desparrame puntos sobre mis íes o que me toque las narices, que de todo hay en la viña del señor. Mis compañeros de Informe Semanal me dieron ayer una hermosa despedida. Decía así adiós a casi 27 años en un programa legendario de la televisión, en el que he pasado días fantásticos, días horribles y días simplemente buenos: los más. Me voy contento y agradecido y anoto en mi corazón un montón de vivencias que pertenecen ya al precioso almanaque del recuerdo. Al álbum de lo inolvidable. Naturalmente no abandonaré mi pasión por juntar palabras, solo que ahora lo haré gratis et amore.


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