Por Eduardo Montagut
La clasificación fomentaba cualidades poco beneficiosas para los alumnos. Para los que mejor iban
se estimulaba el orgullo y la vanidad, convirtiéndose, además, por lo que explicaba, en insolidarios. Los otros vivían la clasificación como una humillación
Una de las cuestiones que más debate genera en los centros escolares, tanto de primaria como de secundaria es cómo se organizan los grupos en cada nivel. ¿Hay que tender a crear grupos homogéneos o heterogéneos?, ¿sirven los primeros para que los alumnos sin dificultades puedan progresar más y mejor?
Pues bien, rescatamos la visión de un pedagogo socialista muy destacado que, lamentablemente tuvo un final terrible, como el de su esposa, víctimas de una persecución con saña en la Guerra Civil. Estamos hablando del maestro e inspector de primera enseñanza, además de miembro muy destacado de la FETE, Arturo Sanmartín Suñer (1898-1936). Estando en Villablino (Palencia) en la Fundación Sierra Pambley, regida por la Institución libre de Enseñanza, compartió en El Socialista, en noviembre de 1926, unas reflexiones sobre cómo organizar los grupos en la escuela. La importancia de su planteamiento radica en que, partiendo de un concepto socialista de la igualdad en la educación, había que evitar en grupos heterogéneos, que era lo que se producía en aquella, la segregación en el interior de los mismos, lo que se denominaba la “clasificación”
Sanmartín consideraba que la clasificación era un problema delicado. Era regla casi general que se realizaba teniendo en cuenta la capacidad del alumno o el grado de su cultura, es decir, de los conocimientos que tuviera. No se tenían en cuenta otras consideraciones, que se denominarían en aquella época de “índole moral”. La clasificación consistía en situar a los alumnos más aventajados en los primeros lugares, mientras que los otros se situarían detrás, lo que terminaba por suponer un abandono. Pero para Sanmartín esta clasificación era injusta. Era una manera de predisponer el futuro de los alumnos.
El pedagogo afirmaba que había defensores de este método, basándose en el argumento de que dando preferencia a los “mejores” se conseguía que se convirtiesen en estímulo de los demás para intentar igualarse a sus compañeros. Pero Sanmartín opinaba que para progresar los niños no necesitaban compararse con otros.
La clasificación fomentaba cualidades poco beneficiosas para los alumnos. Para los que mejor iban se estimulaba el orgullo y la vanidad, convirtiéndose, además, por lo que explicaba, en insolidarios. Los otros vivían la clasificación como una humillación, pero, además, el sistema les infundía una clara desmotivación para el estudio, que terminarían aborreciendo, considerando Sanmartín que esta era una de las causas de la pasividad que abundaba en el pueblo español frente a determinados “hechos de la vida colectiva”. Como ya hemos señalado esta forma de organización escolar tenía repercusiones, para nuestro protagonista, en la vida posterior. La escuela debía disminuir y atenuar las diferencias, es decir, estaba defendiendo el valor de la igualdad en la educación, y no solamente en su dimensión socioeconómica, que era la habitual en el ámbito socialista.
La única clasificación que se podía tolerar era la que diera preferencia a los más débiles, a los que tenían problemas de todo tipo. Eso no iría en detrimento de los más adelantados, ni mucho menos. Era hasta un ejercicio pedagógico para enseñarles la solidaridad, para que se implicasen en favor de esos alumnos que no iban tan bien por distintas causas.
Hemos trabajado con el número 5540 de El Socialista de 6 de noviembre de 1926. Sobre Arturo Sanmartín podemos acudir al Diccionario Biográfico del Socialismo Español.
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