APROXIMACIÓN, UN TANTO SUBJETIVA, A ESTA ESCRITORA ITALIANA, EXCÉNTRICA, DESGARRADA Y CRÍTICA, CON LA DERIVA QUE ESTABA TOMANDO LA CULTURA
«En mi opinión, en todo el mundo existe todavía hoy, una especie de racismo evidente o larvado, hacia las mujeres»
ELSA MORANTE
El siglo XX ha sido testigo de grandes tragedias y profundos cambios de paradigma, que afectan tanto a lo individual y como a lo colectivo. Como es obvio, la literatura ha tomado buena nota de esas modificaciones y de las pautas de comportamiento que han traído consigo.
Elsa Morante es una escritora italiana, prácticamente desconocida en nuestro país, no obstante, es una de las más destacadas creadoras de la segunda mitad del siglo XX en Italia.
En sus obras ha quedado reflejado el barrio romano de El Testaccio. Muy joven aún, sin concluir sus estudios universitarios, quiso aprender sobre la vida y reflejar en sus escritos lo que había vivido, que desde luego, contiene más dolor, rabia y desesperación que estabilidad.
Influyó mucho en ella, la escritora neozelandesa Katherine Manfield de vida turbulenta, inconformista y que vivió con un fuerte desgarro su condición de lesbiana.
Elsa Morante sufrió la persecución del fascismo mussoliniano por su sangre judía. Transmite en sus relatos una búsqueda angustiosa de esas zonas oscuras y de los secretos que siempre oculta una pretendida superficie de aguas tranquilas. Quizás sea esa la razón de que en su prosa aparezcan entremezcladas las dos caras de la existencia: la belleza, capaz de sublimar especialmente, a través del recuerdo, zonas y ángulos luminosos de la vida, así como la presencia de lo mezquino, lo destructivo y lo thanático.
Observa con detenimiento lo que se desmorona y da lugar a lo que Gramsci llamó el pesimismo de la razón, que no siempre logra contrarrestar el optimismo de la voluntad. Sus palabras están dotadas de un fuerte contenido simbólico.
Fue pareja, durante años, de Alberto Moravia con quien mantuvo una relación descompensada, pasional y turbulenta con frecuentes rupturas, separaciones y acercamientos. Tanto Alberto Moravia como ella, pertenecieron al círculo estrecho de Pier Paolo Pasolini, con quien compartían una mirada preocupante sobre el mundo que se avecinaba y una crítica feroz al consumismo incipiente y a una pérdida de energía paralizante, que se iba apoderando de la cultura italiana.
Se movía entre el “poder ser y el deber ser”. Elsa observó, con agudeza, “el carrusel” que no hacía más que moverse… permaneciendo quieto. Percibió que algunos relojes se habían detenido para no volver a ponerse en marcha y que el hombre sin atributos de Robert Musil, se iba extendiendo como una mancha de aceite sobre Europa.
Nuevos fantasmas iban desplazando a los viejos e imponiéndose con una rotundidad desconocida hasta entonces. El individualismo y el solipsismo, con su carga de subjetividad y de alejamiento de lo real, destacaban entre la caterva de invasores. No es de extrañar, por tanto, que su literatura contenga elementos neuróticos y alguna que otra salida de tono.
Elsa Morante no cesó de buscar, ardientemente, su lugar en el mundo… sin encontrarlo. Profundamente insatisfecha, aún no dispone de los cauces expresivos que hallará el feminismo para afianzarse, expandirse y hacerse oír.
La literatura que nos ha legado tiene mucho de esa danza ancestral de no pocas escritoras por superar las estructuras patriarcales. En sus relatos está presente un aire helado que anuncia un tiempo frío y deshumanizado… que ya está llamando a la puerta. La esfera cultural italiana –en cierto modo europea- se iba progresivamente poblando de “trileros” y otros impostores.
El presente se ha ido cubriendo de hojas amarillas. Sus páginas se van volviendo con el tiempo más agresivas, mostrando una disconformidad consigo misma y cobrando, de forma intermitente, un ritmo espasmódico.
El tiempo, es tremendamente voraz, lo devora todo. La cultura se ha ido volviendo “de usar y tirar”. Todo pasa y nada queda. Es la nuestra una era del vacío.En la actualidad casi nadie lee a Elsa Morante. No saben lo que se pierden. Sus páginas son desolación y luto, más también, denuncia y rabia. Como ella misma expuso, “las nubes no siempre oscurecen el cielo: a veces lo iluminan” Escrutando con atención sus reflexiones, parecen dirigidas al lector o lectora de ahora mismo.
Su novela La storia (1974), puede volver a leerse como una crónica de lo que está sucediendo en Europa, contiene descripciones memorables de Roma y de la Italia Meridional, durante la Segunda Guerra Mundial. Mas es también, una angustiosa premonición de un clima prebélico que anuncia desastres.
Todo el miedo ante las leyes raciales de Mussolini y las amenazas que se ciernen –hoy como ayer- están presentes. Lectora ávida de Dostoievski, es reseñable destacar la impresión que le causó la lectura de los Hermanos Karamazov, especialmente, por su introspección psicológica y el modo de tratar el complejo de culpa y la “carga” de miserias que llevan consigo, como un pesado fardo, los personajes.
Obtuvo prestigiosos galardones y premios, como el Viareggio, el Strega o el Mèdicis, que hablan por sí mismos de su calidad como narradora.
Uno de los aspectos en los que la crítica sólo ha reparado parcialmente, es el que durante muchos años permaneció ensombrecida por Alberto Moravia.
La editorial Lumen publicó en 2012, en castellano, Mentira y sortilegio. Fue un revulsivo. A estas, siguió la no menos apasionante, La isla de Arturo, (hay traducción de la Editorial Sudamericana, con una excelente traducción de Eugenio Guasta).
Para quienes deseen adentrarse en su mundo interior, atormentado, complejo y lúcido, sus diarios, escritos entre 1938 y 1989, aportan informaciones de gran interés. Junto a las páginas que desvelan su identidad, otras inciden en que determinados fantasmas del pasado siguen vivos en el inconsciente colectivo.
Algunos de sus relatos se han llevado al cine o a la televisión y han sido interpretados por figuras de la talla de Claudia Cardinale. Es de destacar que en sus páginas, en ocasiones penetra hasta hundirse, en el fondo del mito.
En su existencia, marcada por heridas profundas, no faltan intentos de suicidio. Un rasgo, en cierto modo “romántico”, es que pidió que sus cenizas fueran esparcidas en el Mar de Prócida, cerca de Nápoles, que fue en 2022 Capital italiana de la Cultura.
El espíritu inquieto de Elsa Morante viajó mucho y acumuló experiencias. En sus diarios habla de lo que le fue marcando en muchos de esos viajes: Grecia, China, India…Su pensamiento afilado y crítico la indujo a expresar en cierta ocasión, que un pueblo que tolera los delirios de sus dirigentes… se convierte en su cómplice, cuando no en rehén de su megalomanía. En estos inicios de 2025, en vísperas de que Donald Trump de comienzo a su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos, cobran especial relevancia estas negras premoniciones.
Elsa Morante es un ejemplo vivo y doloroso de que en la vida, muy pocos o ninguno de los sueños se hacen realidad. No obstante, hay que aventurarse. Un viejo proverbio chino advierte que el viaje más largo, comienza con el primer paso. La cortina tóxica que envuelve el mundo globalizado no es infranqueable… pese a todo.
No sabemos los designios que oculta el tiempo que ha de venir, mas hay que atreverse a morder los frutos prohibidos. En Elsa Morante pueden apreciarse sucesivos y lacerantes desgarramientos… que la van rompiendo por dentro.
Es una autora mucho más innovadora de lo que a simple vista parece. Incorpora una nueva mirada sobre el mundo, poniendo de manifiesto que pese a los pesares, la literatura ha de participar en el arte de la magia, sin excluir el mundo mitológico.
Lamenta que muchos escritores hayan hecho dejación de su responsabilidad intelectual. Tal vez por eso, se han convertido “en sombras erráticas, dogmáticas y egocéntricas” que ya no incorporan a sus textos las heridas sociales. Elsa reaccionó contra eso como Pasolini, Alberto Moravia, Umberto Eco… no sirvió para mucho, mas ahí quedan sus gestos de rebeldía.
Fue consciente de que una profunda mutación se estaba gestando y que el mundo que estaba por venir sería consumista, tóxico, alienado y servil. En su literatura cobran importancia los sueños por realizar o que no se realizaran nunca. Así como las fracturas en el cuerpo social.
A la hora de recordar el pasado, Elsa siente una nostalgia perceptible. Lamenta que se hayan arrojado toneladas de memoria al vertedero… y que nos hayamos quedado colectivamente desnudos y paralizados por el frío.
Hoy cuando miles de lectoras y lectores buscan un refugio donde guarecerse, sin encontrarlo, degustar las obras de Elsa Morante es una opción nada desdeñable y, desde luego, aconsejable.
Ponerse en contacto con códigos culturales mucho más frescos que los que encontramos habitualmente, así como tener acceso a una mujer vulnerable que, sin embargo, mantenía principios inalienables, es una experiencia a la que no se debe renunciar… en estos tiempos de confusión y frivolidad.
Cuando eso que llamamos “el posmodernismo funcional” y la mezcla de géneros amenaza con engullirlo todo, es esperanzadora una literatura que nos abre un abanico de opciones, muchas de las cuales teníamos olvidadas.
Cada vez se habla menos –en el castigo está la penitencia- de participación cultural y más de –cultura como consumo- lo que ha traído como indeseable corolario una esclerosis ética y una moral acomodaticia.
Elsa Morante en sus obras de creación desliza ideas y argumentos que no debemos permitir que se olviden, como que el consumismo voraz e insustancial, nos convertirá no sólo en seres uniformes sino intercambiables y sin raíces… ahistóricos, en definitiva.
En muchas de sus páginas sus personajes –especialmente los femeninos- asisten impotentes a la “lenta agonía” del espíritu de la modernidad. Muchos de sus textos, son un alegato contra el olvido al que opone la memoria del olvido.
Sus relatos transmiten un malestar metafísico y un estremecimiento que roza lo telúrico. No se resigna a imaginar el porvenir como “un cortejo fúnebre” donde yacen los restos de un cadáver en descomposición.
Si perdemos la fuerza de un presente rebelde… habremos renunciado al futuro. En su literatura abundan los fantasmas de otra Italia, espectros de un pasado que se adhiere al presente como las lapas a la roca.
Nunca deben perderse las ganas de vivir si no queremos que los esqueletos totalitarios del ayer invadan nuestra realidad y se apoderen de nuestro interior. La inteligencia emancipadora puede –y es nuestro deber intentarlo- ganar el pulso en el tablero a la desidia. En esa partida nuestras piezas no son las mejores mas el desenlace no está escrito.
Un dato –un tanto curioso- es que en sus obras más extensas retoma personajes y situaciones de sus relatos breves, publicados con anterioridad. La realidad, por dura que sea, siempre puede ser evocada poéticamente con auténticas iluminaciones líricas. Esos contrastes son a un tiempo agónicos y hermosos.
Otra sugerencia es que Aracoeli, la última novela que escribió, contiene y sintetiza lo más destacado de su literatura. Es su gran obra de madurez y, probablemente su testamento literario.
Soy consciente de que estas páginas han sido una aproximación subjetiva. Su voz es auténtica e inquietante… y, sobre todo, inconformista.
La enigmática escritora Elena Ferrante, que se oculta en un halo de misterio, la ha definido como majestuosa y hechizante a la vez que siniestra, dotada de una voz poderosa e inolvidable.
Italo Calvino, por su parte, nos dejó dicho que es una de las escritoras italianas más importantes del siglo XX.
Marcel Duchamp, con su ironía crítica y su desparpajo intelectual, anunció que el arte tiene la bonita costumbre de echar a perder todas las teorías artísticas. Con Elsa Morante esto sucede en no poca medida.
Unas reflexiones sobre Aracoeli. La crítica ha insistido poco en que parte de esta novela, se desarrolla en Almería, en una tierra pedregosa y desértica a donde el protagonista viaja en busca de sus raíces, en los años finales de la dictadura.
He pretendido, recordando alguna de sus obras, su visión del mundo y su angustia existencial, exponer unos cuantos argumentos por los que merece la pena y es atractivo y a la par adictivo, releer a esta creadora.
En nuestros recuerdos del siglo XX, especialmente tras la Segunda Guerra Civil europea, debemos prestar más atención a la literatura italiana, que en buena medida, anuncia como futuro lo que es ya éste presente distópico.
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