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El surgimiento del Nacionalismo Madrileño: Un «Procés» en el corazón de España

por Rosa Amor del Olmo

Madrid, la vibrante capital de España, tradicionalmente vista como el corazón pulsante del país, está empezando a experimentar un fenómeno inédito: un creciente sentido de nacionalismo madrileño. En los bares de barrio y en las tertulias después de comer, ha surgido un movimiento que ve a Madrid no solo como el núcleo de España sino como una entidad única y soberana. Aunque este movimiento no está formalizado, se está volviendo cada vez más vocal, promoviendo la idea de que Madrid, con su rica oferta cultural, económica y social, es «única en su especie».

Este nuevo sentimiento, informalmente llamado «madridismo», es más que simple orgullo local; es un llamado a reconocer que Madrid podría prosperar aún más si se desligara de las ataduras políticas y económicas del resto de España. Hay dos elementos a favor: inmigración, costumbres religiosas que pocos sienten de verdad, rentabilidad de todo y por todo, “pobres desgraciados” porque el gobierno y una Audiencia imaginaria, les quitan todo. En las redes sociales y otras plataformas, sus defensores argumentan que Madrid no solo subsidia a otras regiones, sino que su contribución al país es a menudo subestimada. En general, se piensa que sigue siendo la cocina de España, no digo que no lo sea, pero la idea va más allá, es una psicopatía colectiva digna de consideración.

¿Qué es ser madrileño hoy?

Ser madrileño significa vivir en el corazón de España, en una ciudad que combina a la perfección tradición y modernidad. Madrid, conocida por su vibrante vida social, es un lugar donde el día se extiende hasta la noche sin apenas darse cuenta, gracias a los interminables encuentros en cafés, bares y plazas que son típicos de la capital. “Los de Madrid” y como galdosiana y madrileña que soy, sé que es evidente una forma de hablar muy característica, sorprendente y graciosa (chulesca para algunos) en eso sí que me veo integrada. “Aquí se evoluciona el español”. Lo cuál no es ni mucho menos patente de corso.

El orgullo por Madrid se refleja en el amor hacia sus íconos culturales, desde el Palacio Real hasta el Retiro, y en la participación en festividades como las fiestas de San Isidro, donde la ciudad se engalana para celebrar a su patrón. Los madrileños disfrutan de una oferta cultural inigualable, con acceso a algunos de los museos más prestigiosos del mundo, como el Prado y el Reina Sofía, y una agenda cultural que nunca se detiene. Otra cosa es que simplemente esos monumentos “están ahí” porque son de Madrid, pero no es frecuente encontrarse -salvo estudiantes y jubilados- al madrileño de a pie asistir a nada.

La vida en Madrid es también sinónimo de movilidad y conectividad. Su eficiente sistema de transporte público y su condición de nexo para numerosas rutas nacionales e internacionales facilitan los desplazamientos dentro y fuera de la ciudad. Además, ser madrileño implica una gran resiliencia. Los habitantes de Madrid han demostrado su capacidad para enfrentar y superar adversidades, ya sean crisis económicas o desafíos globales como pandemias. Especialmente aguantar ese síndrome de Estocolmo invertido donde “los rojos vuelven a por nosotros”. En cada situación, la ciudad ha sabido reinventarse y seguir adelante con un espíritu indomable. Ello ayuda a “venirse arriba” con mucha frecuencia. Sin embargo, nadie habla del sistema de salud, de educación y otros asuntos terribles. Ser madrileño, dejando de lado la forma de hablar y las creaciones de sociolectos, no es nada.

Símbolos abstractos, pero símbolos

Los símbolos de este emergente nacionalismo incluyen iconos tan madrileños como el oso y el madroño y la bandera de la Comunidad de Madrid. Entre cañas y tapas, no es raro escuchar discusiones que combinan humor y seriedad, características de la idiosincrasia madrileña. Las manifestaciones se hacen aquí, porque llevamos razón en todo y nos están invadiendo los inmigrantes. Pero no cualquier inmigrante -los chinos se libran de esto, aunque nos hayan cambiado la forma de vivir y se hayan cargado el sindicalismo más luchado y consagrado. Los chinos rentan y se tiene rentabilidad con ellos-. El resto vienen a ser unos jetas que se llevan las subvenciones, matan, roban y en los peores barrios de Madrid se cobijan en guetos. ¡Hay que tenerlos controlados!

Sin embargo, el movimiento no está libre de controversias. Críticos tanto dentro como fuera de Madrid lo ven como una parodia o, en el peor de los casos, un paso hacia un insularismo peligroso en una nación que se enorgullece de su diversidad regional. Advierten que el nacionalismo, incluso en su forma más ligera, podría alimentar divisiones y resentimientos en lugar de celebrar la diversidad cultural de España. Ya no hay diversidad cultural porque la involución del pueblo madrileño es más que taxativa. Hemos ido del “No pasarán” al fascismo más irracional que uno puede esperar, sin mayor explicación somática.

Aunque este «procés madrileño» está lejos de alcanzar la seriedad o el apoyo popular de otros movimientos nacionalistas en España, su existencia es una señal del cambiante paisaje político y social del país. Madrid ha sido tradicionalmente un lugar de encuentro, un crisol de culturas españolas; ahora, parece que también podría estar explorando su propia identidad en un contexto nacional e internacional cada vez más complejo.

Este fenómeno nos invita a reflexionar sobre qué significa Madrid para España y viceversa. ¿Podría ser que, en algún rincón de una taberna, la propia Madrid como taberna europea a base de empeño de sus políticos, bajo el bullicio de la ciudad, esté naciendo un nuevo capítulo en la historia de Madrid y, por extensión, de toda España?

Solo el tiempo dirá si este nacionalismo madrileño evoluciona de las bromas y las quejas entre amigos a un verdadero movimiento político y social. Lo que comenzó como un murmullo en las calles podría transformarse en un clamor por un reconocimiento más formal de la identidad madrileña. Otra cosa es que esa identidad exista o que esas “características tan singulares” puedan ser características de otras ciudades del mundo, claro está. A medida que Madrid sigue siendo un escenario de encuentros culturales, este emergente «procés» promete añadir una nueva dimensión a su rica historia.

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