¿Sabes lo que significa ser un victimario, una víctima o tener victimismo crónico? La victimización es un rasgo psicológico que afecta a las relaciones personales. Todos hemos asumido alguna vez el papel de víctimas en una situación dolorosa o traumática. De hecho, nos hemos sentido vulnerables y expuestos y hemos necesitado que nos cuidaran y protegieran. El culto a la victimización lo refuerza haciendo que el victimario se sienta apoyado. En ocasiones los médicos, por ejemplo, suelen quitar hierro al asunto, pero éste pasa directamente a ser un verdugo para la víctima. Siempre lo comparo con lo que mi madre decía: no soy una enferma, soy una persona con enfermedades. Así me dio un gran ejemplo de fortaleza.
Es cierto que cuando asumimos el papel de víctima, se debe a un sentimiento de malestar. Sin embargo, hay algunas personas que hacen de este papel su estilo de vida. ¿Cuál es el motivo? ¿Cuál es el desencadenante de la recreación de esta infelicidad?
Cuando hemos recibido cuidados y protección de quienes nos rodean, hemos comprobado que es agradable sentir la atención de los demás, que disfrutamos con la sensación de ser el héroe de quienes nos rodean y de que están constantemente a nuestro lado.
Resulta que algunas personas adoptan este papel como identidad. Se convierten en víctimas crónicas. Esta identidad se apoya en el culto a la victimización en el que vivimos. Es bueno ayudar a quien lo necesita, aunque sea perdiéndose en ello. Por otro lado, no ayudar implica críticas negativas dentro de la sociedad. Pero, si hay se convierte en víctima crónica es porque “otro u otra” lo consiente. Esto también es verdad.
Cabe señalar que la victimización crónica no es en sí misma una afección del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-5. Sin embargo, podría proporcionar la base psicológica para el desarrollo de un trastorno paranoide de la personalidad.
Los victimistas tienden a exagerar lo que les ocurre. Esto les hace sentirse peor sobre la situación en la que se encuentran, impidiéndoles por completo ver el lado positivo. Se centran completamente en lo negativo, tanto que lo positivo pasa desapercibido. Como resultado, sus formas de abordar los problemas son erróneas. Son incapaces de pensar en alternativas, en posibles soluciones a sus dificultades y de tomar las riendas de sus vidas. Los victimas crónicos tratan de manipular a quienes les rodean para conseguir sus objetivos. Por este motivo, suelen reconocer con facilidad a las personas más empáticas. Este es su principal objetivo, ya que utilizan esta empatía para conseguir lo que quieren.
Cuando esta persona no hace lo que quiere, los victimistas la ven como un victimario, y se ven a sí mismos como víctimas. Dicen cosas como «Con todo lo que he hecho por ti, así me lo pagas», “Nunca entenderás lo que me pasa”, “Claro como tu no has pasado por esto, no lo comprendes” «Me dejas en paz», «Si no lo haces es porque no me quieres». Esto hace que la persona que oye estas frases se sienta culpable. En otras palabras, los victimistas tratan de conseguir lo que quieren mediante el chantaje emocional.
En muchos casos, la persona que adopta la victimización crónica acaba albergando sentimientos muy negativos, como el resentimiento y la ira, que conducen a una victimización agresiva. Esto es típico de los que no sólo se quejan, sino que atacan y acusan a los demás de ser intolerantes y agresivos con ellos todo el tiempo. Los principales signos de las víctimas crónicas incluyen :
Distorsión completa de la realidad:
Estas personas creen firmemente que la culpa de lo que les ocurre siempre es de los demás, pero nunca de ellas mismas. De hecho, el problema es que tienen una visión distorsionada de la realidad, un locus de control externo y creen que las cosas positivas y negativas que ocurren en sus vidas no dependen directamente de su voluntad, sino de circunstancias externas. Además, exageran los aspectos negativos, desarrollando un pesimismo exagerado, como hemos dicho, que los lleva a centrarse sólo en las cosas negativas que ocurren, ignorando las positivas.
Encontrar consuelo en el arrepentimiento:
Estas personas creen que son víctimas de los demás y de las circunstancias, por lo que no se sienten culpables ni responsables de nada de lo que les ocurre. Como resultado, lo único que queda es el arrepentimiento. De hecho, a menudo encuentran placer en el acto de quejarse, porque les hace sentirse mejor con su papel de «pobres víctimas» y consiguen llamar la atención de los demás. Estas personas no buscan ayuda para resolver sus problemas, se lamentan en una frenética búsqueda de compasión y liderazgo.
Andan constantemente buscando culpables:
Las personas que asumen el papel de eternas víctimas desarrollan una actitud desconfiada, suelen creer que los demás actúan siempre de mala fe, sólo para ponerles la zancadilla. Así, a menudo tienen un deseo casi enfermizo de descubrir pequeños agravios, sentirse discriminados o maltratados, sólo para reafirmar su papel de víctimas. Entonces acaban desarrollando hipersensibilidad y se convierten en especialistas en crear una tormenta en un vaso de agua.
Cuando una persona asume el papel de víctima, tiene que haber un agresor. Por lo tanto, hay que desarrollar una serie de estrategias para conseguir que la otra persona también asuma su culpa. Si no somos conscientes de estas estrategias, podemos caer en su trampa e incluso estar dispuestos a echarnos toda la culpa a nosotros mismos.
Básicamente, la retórica de estos individuos se utiliza para descalificar los argumentos del oponente. Sin embargo, la víctima no refuta sus afirmaciones con otros argumentos válidos, sino que se asegura de que el otro asuma involuntariamente el papel de atacante. ¿Cómo ocurre esto? Al asumir simplemente el papel de víctima en la discusión, la otra persona se mostrará autoritaria, poco comprensiva o incluso agresiva. Es lo que en el campo de la argumentación se denomina «retórica centrista», ya que la persona intenta mostrar al oponente como un extremista, en lugar de preocuparse por refutar sus afirmaciones. Así, cualquier argumento introducido por el oponente sólo aparecerá como una demostración de mala fe.
Por ejemplo, si una persona se atreve a resistir una afirmación con hechos indiscutibles o estadísticas obtenidas de fuentes fiables, la víctima no responderá con hechos, sino que dirá algo como: «Siempre me atacas, y ahora dices que miento» o «Por favor, discúlpame, pero estás intentando imponer tu punto de vista» o “ya estoy harta de ser siempre la mala/o”.
Retirada de la víctima:
A veces, el discurso de la víctima se dirige a eludir su responsabilidad y evitar tener que disculparse o reconocer su error. Por lo tanto, intentará librarse de la situación. Para lograrlo, la estrategia consiste en desacreditar el argumento del ganador, pero sin admitir nunca que está equivocado. ¿Cómo se hace? De nuevo, asumiendo el papel de víctima, jugando con los datos y manipulándolos a conveniencia para confundir la cuestión. Básicamente, esta persona proyectará sus errores en la otra persona.
Por ejemplo, si una persona responde con datos verificados, que refutan su declaración anterior, la víctima no reconocerá su error. En cualquier caso, intentará hacer una retirada honorable diciendo algo como: «Este hecho no contradice lo que he dicho. Por favor, no crees más confusión y caos» o «Me culpas de confundir a los demás, eres un maleducado, está claro que es inútil discutir contigo porque no quieres atender a razones».
Una de las estrategias preferidas de las víctimas crónicas es la manipulación emocional. Cuando esta persona conoce bien a la otra parte, no dudará en jugar con sus emociones para poner la situación a su favor asumiendo el papel de víctima. De hecho, estas personas son muy buenas reconociendo las emociones, y utilizan cualquier atisbo de duda o culpabilidad en su beneficio. ¿Cómo lo hacen? Descubrir la debilidad del adversario y explotar la empatía se siente. Así, acaban envolviéndolo en su tela de araña y haciendo que el otro asuma toda la responsabilidad y el papel de verdugo, mientras ellos siguen cómodos en su papel de víctimas y pueden seguir exigiendo más concesiones. Por ejemplo, una madre que no quiere admitir errores puede echar la culpa al niño diciéndole algo como: «¡Con todo lo que he hecho por ti, así me pagas! Sin embargo, este tipo de manipulación también es muy común en las relaciones románticas, entre amigos e incluso en el lugar de trabajo.
Todos conocemos o tenemos cerca a alguien víctima. ¿Estamos haciendo lo correcto o son víctimas porque lo consentimos? Aquí está la múltiple patología: la víctima, el que lo consiente, el que piensa que lo consiente, el que se siente mal porque no lo consiente, la que convence a otros de que hay que tener misericordia con el víctima “porque lo pasa muy mal”…Al final, una bola que crea microsociedades patológicas.
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